Estilo olivar

Juan José Almagro

El trabajo soñado

Estamos viviendo, sin duda, un cambio de época y un proceso repleto de interrogantes y desconfianza

La irrupción de la inteligencia Artificial, IA por sus siglas en inglés, ha puesto de moda, una vez más, el asunto de los llamados Recursos Humanos en el mundo de la empresa y la organizaciones: la incertidumbre que nos persigue a los humanos desde hace tantos siglos y el desconocimiento de lo qué pasará cuando la IA esté funcionando a pleno rendimiento, hace tanto daño como los pronósticos apocalípticos sobre los males que nos acarrea una herramienta de la que tenemos más dudas que certezas y cuyo alcance desconocemos. Los que se dicen más sensatos exigen una regulación razonable y un uso ético y responsable de la Inteligencia Artificial, y los más optimistas predicen que la adopción de herramientas de IA traerá en diez años un alza del 7 por ciento del PIB mundial. La ética parece que no importa demasiado, aunque hay voces (servidor también) que se alzan exigiendo comportamientos éticos cuando de IA se trata. Al final, uno recuerda una viñeta (real o inventada) del gran Quino en la que Mafalda, reflexionando sobre este asunto, se pregunta y se contesta a sí misma: “¿Te preocupas por el avance de la inteligencia artificial?”/ “No. Me preocupa más el retroceso de la inteligencia natural.”

No sé si estamos en ese momento, un instante al fin aunque dure algunos años; no lo sé, pero la incertidumbre seguirá reinando entre nosotros hasta que nos aclaremos con esto de la Inteligencia Artificial y de la digitalización. Por ejemplo, leo que la empresa de servicios financieros Remitly publicó datos basados en búsquedas globales de Google realizados entre octubre de 2021 y el mismo mes de 2022 con la pregunta “cómo ser un…” y una profesión/oficio al término de la frase. Los resultados se han clasificado y desglosado según el trabajo ‘soñado’ más buscado en cada país. De los 20 oficios más buscados en el mundo, piloto, escritor, bailarín, youtuber y empresario ocupan los primeros puestos. En India, Nueva Zelanda y Sudáfrica, escribir es el trabajo soñado para la mayoría y, como no podría ser de otra forma, los chinos quieren ser dietistas y -será por la que está cayendo- en Libano sueñan con ser cómicos. España es diferente: según el informe, en España la mayoría de los que han contestado a la encuesta quieren ser, tachín-tachín, influencers. Ahí queda eso…

Igual la razón de este resultado tan simpático, mire usted por donde, está en las recientes pandemias, crisis y guerras, y por este despropósito en el que el mundo vive cada día. Un duro presente alimentado por lo que Muñoz Molina ha llamado el “guirigay neurótico de las redes sociales”, un tumulto reconvertido en una especie de poderosa fuerza interna “que provoca en uno mismo la impaciencia de compartir o de contestar, de atacar o defenderse, de emitir una opinión tajante cada dos minutos...” Estamos viviendo, sin duda, un cambio de época y un proceso repleto de interrogantes y desconfianza. El futuro de los seres humanos está siempre lleno de dudas y, por eso, también de miedos. Por nuestra propia naturaleza, y porque nos enfrentamos a los azarosos movimientos de la historia, frente a la que casi siempre nos encontramos desprotegidos y a la intemperie. Por mucho que sea legítimo, no es ético ni estético que los que más nos ayudaron y los que más trabajaron, por ejemplo,  para salir del COVID(médicos, sanitarios, conductores, reponedores, cajeros, profesores, policías y militares, barrenderos, voluntarios...) sean las personas que peor pagadas están y menos dinero ganan en cualquier circunstancia. Cuando el COVID nos enseñó a valorar lo esencial, nos acercamos a esa tristísima realidad que nos confirma, entre otras cosas, como hemos descuidado pilares esenciales de la dignidad humana: salud, educación y algunos más, como el ejemplo. Aunque en España, o en América, muchos sueñen con serlo, necesitamos menos “influencers”, aunque sean políticos, y más referentes como todos los héroes anónimos que nos hicieron salir a los balcones, cada día, para aplaudir su desprendimiento y generosidad. Ellos aprendieron, y nosotros gracias a ellos, que el galardón de las buenas obras, como escribió Séneca, es haberlas hecho. No hay, fuera de ellas, otro premio digno.