Estilo olivar

Juan José Almagro

Encastillados

Referirse a una empresa ejemplo de innovación como Castillo de Canena, que produce y comercializa uno de los mejores aceites de oliva del mundo, es obligado

Es notorio y sabido que Jaén, si, Jaén, es el segundo territorio de Europa (tras Gales) con más castillos y estructuras medievales de carácter defensivo. Es lo que tiene ser desde antiguo tierra de frontera o “la frontera insomne”, como la llama Salvador Compán en un excelente y hermoso ensayo sobre Jaén. Ejemplos no faltan: desde el castillo de la Yedra, en Cazorla, cuya torre dio origen a la leyenda de la Tragantía; el castillo de Santa Catalina, en la capital; el castillo de Burgalimar en Baños de la Encina, el más antiguo de España; el de Alcalá la Real, el de Sabiote, el imponente de Segura de la Sierra o la joya renancentista del Castillo de Canena. En total, 237 fortificaciones, 97 de las cuales son castillos evocadores desde cuyas torres y almenas se contemplan millones de olivos.

Me pregunto si, visto lo visto, los jaeneros o jiennenses, además de estar pegados a la tierra (los olivos mandan), estamos también encastillados, demasiado encerrados en nosotros mismos, y ante la duda acudo al diccionario de la RAE: 5ª acepción de encastillar, “dicho de una persona: perseverar con tesón, y a veces con obstinación, en su parecer y dictamen, sin atender a razones en contrario.” Son sinónimos de encastillarse, obcecarse, obstinarse, empeñarse, enrocarse, encerrarse, cegarse, insistir, porfiar, emperrarse. Al participio de encastillar, encastillado, la RAE lo define como altivo y soberbio. Ahí es nada. ¿No será que a pesar de cultivar tantos olivos estamos permanentemente mirándonos el ombligo, como si no hubiera otro afán? Si el estilo olivar es dar frutos sin hacer ostentación de flores, sin presumir, igual ha llegado el tiempo de hacer autocrítica y preguntarnos las personas que nacimos o vivimos en la provincia de Jaén, las empresas y empresarios de esta tierra, nuestros dirigentes políticos, los medios de comunicación, la sociedad civil, la Universidad o el ‘sursum corda’ -todos los estamentos o personas que atesoran un poder transformador- que podemos hacer para colocar a esta provincia en el lugar que le corresponde luchando de consuno por satisfacer las necesidades de sus gentes, que no otra cosa es el bien común. El mundo nunca se acaba donde alcanzan los ojos; siempre hay un horizonte más allá y tengo la impresión de que no hemos aprendido a alzar la vista y perseguir la utopía, que siempre está en el horizonte. Nos conformamos con verlas venir, reclamando subvenciones y perdemos población dejando que se nos vayan los mejores; somos incapaces de construir esperanzas para los más jóvenes, a quienes les pertenece el futuro y cuya confianza debemos recuperar. Pero los 66 millones de olivos, las ciudades patrimonio y los parques naturales no bastan; tampoco las lluvias que casi nunca llegan. Hay que ser más productivos y más innovadores y eficientes. La historia y los sufrimientos enseñan, pero creo que hemos aprendido muy poco.

Necesitamos una alianza entre las empresas, las instituciones provinciales y la Universidad. Con el panorama actual, cuesta trabajo creer que sea posible para las empresas mantenerse cómodamente y sin compromisos externos. En esta nueva época hay un fondo de trascendencia histórica y las empresas -y sus dirigentes- van a tener que jugar, lo quieran o no, un rol protagónico en el desarrollo económico y en la propia estabilidad social. Si la auténtica democracia nos obliga a fusionar justicia y libertad, para progresar debemos encontrar nuevas formas de consenso social, recuperando formulas y alianzas público/privadas de cooperación que contribuyan al desarrollo, sean capaces de crear riqueza y luchen contra la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Borges nos enseñó que la vida está llena de momentos, y en uno de esos grandes momentos nos encontramos. Las empresas se han dado cuenta de que, en un mundo globalizado, hay que ser competitivos para obtener resultados positivos. Hoy, la principal responsabilidad de la empresa, y de sus gestores, es dar trabajo, crear riqueza, obtener resultados, ser eficiente, competitiva e innovadora. Y, además, la empresa y las instituciones (y sus dirigentes) tienen otra responsabilidad que va pareja, y aún más allá, del mero resultado económico: tienen que hacer posible un escenario más humano y habitable.



Por eso, referirse a una empresa ejemplo de innovación como Castillo de Canena, que produce y comercializa uno de los mejores aceites de oliva del mundo, es obligado. El 15 de febrero, en la finca “Conde de Guadiana”, ubicada en el término de Úbeda, Castillo de Canena, con el apoyo técnico de Grupo Vialterra, ha inaugurado la planta solar flotante más grande de Andalucía, “una infraestructura que pone el acento en la sostenibilidad y la eficiencia energética, regenerando el territorio y respetando el ecosistema y contribuyendo a la descarbonización.” Son las palabras de Luis Vañó, presidente de la Sociedad, que con sus hijos Paco y Rosa ha puesto en marcha un gran proyecto. Y, siéndolo, lo mejor no era la puesta en marcha del proyecto sino la presencia de don Luis, enhiesto y elegante (95 años nos contemplan), con la satisfacción del deber cumplido y una sonrisa llena de futuro y de esperanza.