Que están de moda no me cabe duda. Tecleo en Google “anuncios de másteres” y en 0.48 segundos obtengo sólo ciento veintiocho millones de respuestas; no son pocas: el asunto parece más negocio que ocio… En consecuencia, para no calentarme la cabeza y estropearme las meninges, decido olvidarme de lo que pueda decirme la tecnología y orientar el artículo en base a mi experiencia personal, que no es escasa, después de haber intervenido como profesor y conferenciante en decenas de másteres universitarios y haber compartido con miles de alumnos, en muchos países, mis conocimientos en las áreas de formación para las que he sido requerido, desde RRHH a Sostenibilidad, pasando por la Responsabilidad Social, los derechos humanos, el liderazgo, la ética, la educación y la vida. Al final, tengo que reconocer que siempre he querido ser, y parecer, un humanista al que, como no podría ser de otra forma, le importan, sobre todo, las personas, hombres y mujeres, en este mundo que nos ha tocado vivir, una época convulsa, y aún confusa, en la que los humanos no encontramos soluciones y atesoramos una sola convicción: la propia certeza de la incertidumbre. Sobre todo eso reflexiono y escribo cada día.
Con la Inteligencia Artificial, que pende sobre nosotros cual espada de Damocles, y cuyo futuro nos preocupa tanto porque no conocemos su potencial y no alcanzamos siquiera a atisbar su influencia futura en nuestras vidas, si estamos seguros de que muchas métricas actuales ya no sirven y, por ejemplo, la Universidad debería cambiar sus programas de formación e investigación, adaptándolos, y reconvirtiendo sus tareas para no sólo transmitir conocimientos sino para, además, transformarse y transformar a los estudiantes en la conciencia crítica, ética y social de la ciudadanía. Si queremos contribuir al cambio, no podemos resignarnos, como nos enseñó Ernesto Sábato.
En fin, tengo que confesar que no me importa demasiado que el máster sea oficial o propio, habilitante o no, con título de campanillas o con un mero certificado, barato o caro, muy caro o con precio estratosférico, cursado en España, en universidades públicas o privadas, o lejos de nuestras fronteras. Considerando que el máster ideal nos abrirá nuevos horizontes, nos permitirá profundizar en los conocimientos que deseemos, nos habilitará para la investigación o la docencia y nos ayudará en la práctica de profesiones diversas o en el acceso a otras, deberíamos exigir que los másteres tengan un precio decente y un profesorado “ad hoc”, formado y capaz. Y los futuros maestros, alumnos de másteres, podrían reflexionar antes de matricularse en seguir -son meros consejos- el siguiente decálogo ético-práctico:
Primero.- Hay que estar convencidos de que el máster debe cursarse con y desde la honestidad intelectual.
Segundo.- El máster es, sobre todo, trabajo, esfuerzo, decencia y… renuncias familiares, personales y de divertimento.
Tercero.- Si se quiere aprender, sin copiar, los alumnos deben ser exigentes con los profesores y con ellos mismos.
Cuarto.- Debe estudiarse sin excusa y, al tiempo, leer sobre las materias sobre las que el máster se ocupa.
Quinto.- Los alumnos deben preguntar, dudar y ser críticos (y herejes) para ser más libres.
Sexto.- Cualquier máster, sea cual fuere su materia, es compromiso.
Séptimo.- Hay que ser coherentes, diciendo lo que se debe y haciendo lo que se dice. Los alumnos de un máster serán a su término “oficialmente” maestros, y los que se acerquen a ellos buscaran al maestro y deben encontrar el ejemplo.
Octavo.- El máster fetén hará a los alumnos mejores profesionales, incluso apóstoles, y nunca mercenarios/influencers.
Noveno.- Es importante que durante el máster se hagan prácticas. Es importante equivocarse y rectificar.
Decimo.- El máster debe enseñarnos a dialogar y, como nos dijo Antonio Machado en su “Juan de Mairena”, para dialogar: Preguntad primero; despues, escuchad.
Que así sea.