Estilo olivar

Juan José Almagro

Vamos a ver

A estas alturas de la película, con los perennes pines multicolor colgados de las solapas y vestimentas de nuestros gobernantes, con un Consejo Estatal de RS...

 Vamos a ver

Foto: EXTRA JAÉN

Educación.

A estas alturas de la película, con los perennes pines multicolor colgados de las solapas y vestimentas de nuestros gobernantes, con un Consejo Estatal de RS y otro (uno solo no era suficiente) de Sostenibilidad que no funcionan, con la permanente mención en los discursos de nuestros mandamases -políticos o empresariales- a la Agenda 2030 y los inalcanzables 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS; con la “amenaza” de crear leyes autonómicas de Sostenibilidad, con un blablabla retórico sobre criterios ESG (creados por los consultores que todo lo saben) y con no sé qué cuantas cosas más, hete aquí que el 29 de noviembre el periódico ABC publica un ‘Especial’ titulado ‘Barómetro RSC Empresarial en Andalucía’ (Dataestudios), el tercero de una serie que aborda la percepción que tienen los andaluces respecto del comportamiento de las empresas en temas de RSC. Y uno se enfrasca en su lectura y análisis para, a renglón seguido, llorar amargamente…

Andalucía tiene más de 8.5 millones de habitantes, un PIB de 150 mil millones de euros, y un PIB ‘per cápita’ de 17.747 € (dato de 2020) frente a los 25.500 € de España, un nivel bajo en comparación con la media española. El porcentaje de paro es del 19%, la segunda peor tasa en la España autonómica. Con estos débiles mimbres, la encuesta (400 personas de 18 a 65 años) dice lo esperado: solo un 38% de los encuestados conoce el termino RS, más los hombres que las mujeres y las franjas de edad de 25 a 45 años y mucho más los que han pasado por la Universidad, son directivos de empresas y viven en ciudades grandes; un 66% de encuestados creen que las empresas andaluzas son hoy más responsables que hace diez años; más del 55% reconoce el concepto Agenda 2030, aunque solo un 7,5% muestra un conocimiento detallado de lo que abarca, y un 65% de los consumidores dicen que pagaría más por productos o servicios elaborados por empresas comprometidas socialmente.

Sin embargo, el monográfico al que nos referimos -patrocinado por una marca cervecera-, además del propio Barómetro, nos ofrece siete artículos, siete, sin firma y muy probablemente escritos por las empresas e instituciones a las que se refieren, todas maravillosas y con trayectoria intachable, no digo que no; los textos están repletos de lugares comunes y nos ofrecen títulos rimbombantes. En todos los escritos brilla por su ausencia la autocrítica o la crítica (uno no sabe quién los ha redactado) y parece que no debiéramos preocuparnos. A tenor de esos artículos, cuando se habla de RS y Sostenibilidad, al menos siete empresas andaluzas parece que son excelentes, y nosotros sin saberlo.

En general, cuando hablamos de RS, Sostenibilidad o cambio climático, de nuevo importan más las apariencias que los contenidos. Muchos creemos que los ODS, que llegaron como una Epifanía, se han convertido en “commodities”, en productos que se comercializan en función de las apetencias de los mercados y los consultores, de los mercenarios de los ODS y de las necesidades políticas o empresariales de cada día. Es decir, mucha retórica y pocos hechos, la eterna dicotomía apariencia y realidad.

La Responsabilidad Social no es un movimiento coyuntural, ni solo una técnica de gestión empresarial/institucional: es, sobre todo, compromiso y una forma de concebir la función social de la empresa en la nueva Sociedad, en una nueva Era. Necesitamos un nuevo contrato social que ayude a transformar la Sociedad y la haga más decente y mejor, y no deberíamos resignarnos a que una tarea tan importante esté sólo en manos de políticos incapaces que diariamente demuestran su manifiesta incompetencia para luchar contra la corrupción y la desigualdad, lacras que pueden destruir la democracia y la Sociedad toda. Cuanto mayor es la distancia entre la minoría acomodada y la masa empobrecida tras la pandemia y las guerras, más se agravan los problemas sociales. Por eso es necesario escuchar las voces de los que trabajan contra la injusticia social y laboran para vivir la libertad de ser libres y, por tanto, iguales.

Vivimos ya la nueva Era de la Responsabilidad Social y los ODS y la lucha contra el cambio climático son nuestro inexcusable horizonte común. Sabedores de que los Gobiernos solo impulsarán este proceso si no tienen otra opción, alzamos nuestra voz para reivindicar la necesidad de líderes que vayan más allá de las jerarquías: que estén comprometidos, que sean fiables, creíbles y motivadores, cómplices y orientados hacia los demás; que escuchen y dialoguen y no busquen siempre culpables, sino que en plena Era Digital sean capaces de armonizar talento y tecnología y gestionar equipos de personas de diferentes generaciones y con habilidades distintas. Que sepan garantizar la igualdad de oportunidades y la diversidad, que luchen contra la corrupción y la desigualdad. La excelencia empresarial será una quimera, un imposible, si no luchamos decididamente contra el subempleo y el trabajo indigno y precario, porque la primera obligación del empresario, además de dar resultados, crear empleo, ser innovador y competitivo, es ser íntegro y decente, como debieran serlo también nuestros dirigentes.

Hay que creer en el poder transformador de la Educación: desde el ámbito familiar, los colegios e institutos, los centros de Formación Profesional y, especialmente, desde la Universidad. Estamos convencidos de que liderar es educar, pero la Universidad, como escribió Unamuno, tiene que echarse a la calle para compenetrarse con el pueblo y vivir con él. Y debemos trabajar para que no se materialice el divorcio Universidad/Empresa/Sociedad del que cada día nos quejamos y nos arrepentimos con un engañoso e inoperante propósito de enmienda.

Vamos a ver: Ha llegado la hora del cambio. Además de capacitar, de educar y de fomentar el estudio y la investigación (inexplicablemente, la gran asignatura pendiente que siempre garantiza retorno), la Universidad -socialmente corresponsable- debe ser, tiene que ser, desde la independencia, la conciencia cívica, ética y social de los ciudadanos. Y ese bien común llamado Educación debería convertirse en el principal objetivo estratégico del mundo digital que estamos viviendo. Solo desde la cultura y el conocimiento, además de formarnos como buenos profesionales, seremos más sabios, más libres, más justos, más humanos y mejores ciudadanos. Invertir en Educación es construir el futuro y la Universidad debe liderar esa ingente tarea y comprometerse en su consecución para, en consecuencia, contribuir al progreso, velar por el conocimiento y el Desarrollo Sostenible y ayudar a reforzar los fundamentos morales y éticos de una Sociedad que se ha hecho frágil y temerosa.