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Emilio Arroyo

Aquel extraño verano de 2023

El calentamiento global es el que se produce a consecuencia del uso y abuso de los humanos

Aquel verano de 2023 fue el principio de todo.

Recuerdo que por primera vez en nuestras vidas mantuvimos colchas de invierno y edredones sobre las camas hasta la fecha del 24 de junio. No es que pasáramos frío por las noches, realmente la temperatura era muy agradable, pero para el Jaén de siempre aquella fue una primavera fresca, una verdadera primavera y fue un lujo poder seguir tapándose con algo al amanecer.



Aquel año el verano entró cuando tenía que entrar, casi a finales de junio.

Mientras nos bombardeaban con noticias sobre el cambio climático y sus consecuencias, a la tierra del santo rostro, el clima le daba un respiro.

Tuvimos un invierno suave, apenas si pasamos frío, un otoño acorde con lo que contaban los libros sobre el clima mediterráneo y un verano caluroso. Hubo poca agua, apenas si llovió. El cambio climático era una realidad, pasaban calor en Burgos, una ciudad antigua del norte peninsular, pero mientras tanto en Jaén, empezamos a tener unas temperaturas acordes con la teoría.

Cambio climático, calentamiento global.

Eran dos conceptos diferentes, pero por desgracia tendían a confundirse. El clima no es una constante, bueno si, pero si en algo es constante es en el cambio precisamente. La tierra es una biosfera, un organismo vivo y como tal se va adaptando. Termorregula, regula y administra, ella manda.

El calentamiento global es el que se produce a consecuencia del uso y abuso de los humanos. Jamás se habría producido porque las vacas existieran y pastasen en los prados, porque los lobos hicieran sus cacerías, porque los frutos crecieran salvajes en los montes, o se cultivaran de modo sostenible, jamás.

Decían que el máximo responsable de este calentamiento global era el consumo energético, el transporte, la climatización, el comprar ropa en todas las temporadas para estar a la moda, etc… Es cierto que abusamos del sedentarismo, de las despensas abarrotadas y de la moda flash.

Pero poco se hablaba del cultivo del cereal, del trigo, la cebada, el arroz y la quinoa. La tierra empezó a parecerse a un campo de siembra donde las semillas diseñadas genéticamente devoraban bosques, selvas tropicales, talaban árboles gigantescos y milenarios.

Poco se habló de que un planeta sin pulmones era un planeta agonizante. Aquel negocio daba mucha pasta, dominaba el mundo.

Agonizaba cogieras o no tu coche de carburación. Agonizaba porque no tenía plantas capaces de transformar el dióxido de carbono en oxígeno. Agonizó porque permitimos que existieran latifundios gigantescos para producir grano.

El sabio señaló al cielo y nosotros miramos al dedo. La guerra estaba servida, grandes lobbies energéticos contra los alimentarios.

El grano transgénico fue el cáncer del planeta.

El grano era el que cebaba a animales y a humanos, sin embargo,  ni reses ni humanos tuvimos pico nunca para poder comerlo. Teníamos que procesarlo y ultra procesarlo para poder digerirlo y extraer la sopa boba de la humanidad, el Soylent Green que nos mantuvo vivos y enfermos (ver “Cuando el destino nos alcance 1973”).

Desde que se inventó la agricultura modificada genéticamente, todo empezó a decaer. Cierto es que se consiguió aumentar la población mundial con creces, pero aquel fue el principio del fin. Aparecieron alergias a alimentos que nos acompañaban desde el comienzo de la agricultura. Las harinas, los cereales, las frutas, las verduras.

Nos mantuvieron gordos, enfermos, diabéticos, cancerosos y hambrientos, mientras comprábamos suplementos alimenticios envasados bajo nombres de alimentos reales. La leche era un agua extraña y blanquecina, la cerveza no tenía alcohol, el gazpacho venía en cartones reciclables que lo mantenían apto para el consumo durante años y era suave, no era gazpacho. Y la grasa, la fuente energética ancestral que nos hizo evolucionar y nos mantuvo fuertes, sanos y activos, quedó demonizada.

Hoy, trescientos años después de aquél catastrófico invierno del año 2025, apenas si quedamos unos cientos de miles en el planeta. Pero hemos aprendido. Hoy procreamos con cautela, procurando no traer al mundo a más criaturas de las que podemos mantener. Hemos vuelto a cazar y pescar, a ayunar en los periodos de escasez, recolectar en primavera y verano y resistir al otoño y al invierno con lo cazado y recolectado durante el ciclo cálido.

El planeta dijo basta, y vaya si bastó. Los que resistimos no lo hicimos precisamente por ser los más poderosos ni los más ricos. Al contrario, lo hicimos porque sabíamos vivir con poco  éramos fuertes en la escasez, acostumbrados a pasar hambre y a practicar la autofágia, aprovechando la grasa de nuestros cuerpos y obviando las fuentes energéticas superfluas, como los azúcares y los carbohidratos.

Hoy el planeta ha vuelto a resurgir, el cambio climático sigue siendo una constante, no sigue ciclos, sigue a su ritmo. Y nosotros al fin hemos dejado de mirar al cielo clamando a los dioses, volvemos a mirar al suelo para admirar y venerar a la madre Tierra.