Daba gusto ver el pasado fin de semana a nuestro paisano y escritor del año, David Uclés, pregonando la feria del libro de Jaén con una caseta abarrotada, con colas para verlo, como si de una estrella del rock and roll se tratase, tanto, que el joven autor ya de una obra maestra de la literatura, ‘La penínsulas de las casas vacías’, hubo de abandonar el recinto unos minutos, abrumado, mareado ante tanta expectación, ebrio de halagos que bien quisieran para sí tantos juntaletras de éxito forzoso a golpe de talonario editorial.
Con una simple y breve metáfora Uclés explicó al mundo qué es Jaén: una tierra en la que el sol te achicharra en verano salpicada, como una península de lunares, de millones de olivos que te permiten cruzar la provincia de sombra en sombra resguardándote del ‘lorenzo’.
Eso es Jaén, luz y sombra, calor y frío. Llena de jiennenses de aquí y de allí. Los que están, los que se quedaron como fantasmas, que secan la tierra más que el sol de julio con sus quejas y lamentos, que ven oscuridad en las sombras del olivar; y los que no están, para los que esas sombras son el cobijo de su alma dispersa por mil pueblos.
Hay toda una generación, la que siguió a nuestros padres que se vieron obligados a abandonar su familia y su hogar en busca de un mendrugo, que desde jóvenes también salieron huyendo en busca de las luces de otros mundos, como cualquier joven Springsteen sobre cuatro ruedas invitando a Mary, mientras en la radio suena Roy Orbison, a subir en su Cadillac para huir de su ciudad de perdedores, del terruño de misa y padre nuestro dominical.
Pero al final, los obligados y los descontentos, siempre terminan por volver a resguardarse, cuando ven que los victoriosos habitan en cualquier calle, miserable u opulenta, en barrios con fibra óptica o sin ella, al calor que la sombra de los olivos te ofrece como un regalo para recorrer tus sueños bajo la umbría de los olivos que la luna llena tiñe de plata en las cálidas noches del largo camino de la vida.
Uclés es de esos jiennenses de allí que saben que estén donde estén siempre son de aquí y que reconocen en cualquier detalle, por pequeño que sea, la dicha de sentirse vivo en cualquier momento. Por eso quizá le abrume hacer felices a tantos hombres tristes.