La bisagra

Raúl Beltrán

Los Arrabaleros, víspera de todo

Concierto de Los Arrabaleros presentando su vinilo "De noches y Cachivaches"

 Los Arrabaleros, víspera de todo

Foto: JAVIER ROSA

Los Arrabaleros.

“Sobre el fino garabato de un tango nervioso y lerdo se irá borrando el recuerdo”, decía el gran tanguista y poeta Homero Expósito y puede que solo sea eso el tango y la vida, un fino garabato sobre el papel y la memoria, pero el recuerdo trasciende con trazo grueso, en negrita, cuando del arte se trata.

El espectáculo “El Vinilo” que ofrecieron Los Arrabaleros el pasado primero de abril cayó sobre el teatro Darymelia y sobre la memoria musical de Jaén como el bombardeo que sufrió la ciudad ese mismo día del año 37, aunque en este caso las únicas víctimas fueron quienes no estuvieron, que con el tiempo, se colgarán “las medallas marchitas de un ejército muerto, las del abuelo necio que respira por la herida” (Vísperas de nada, Kike Ganso).



La presentación “De Noches y Cachivaches” ha sido un espectáculo irrepetible, que debe escribirse en negrita o simplemente como un subrayado del tango, sustantivo masculino, expresión del mestizaje musical del Río de la Plata.

Pocos grupos, perdón, pocas personas, en este caso su líder, Emilio Ramos, son capaces de meter en esta ciudad a más de doscientas almas en un teatro pagando una entrada. Una semana antes, en La Alemeda, los cuatro grupos con más proyección nacional y algunas bandas locales más, apenas llegaron a las dos mil personas. Y pocos grupos, perdón personas, podrían hacerlo llevando el peso prácticamente en solitario de la producción de un espectáculo que subió al escenario a más de diez artistas de primer nivel, para luego zafarse del mono de trabajo y embutirse en el traje porteño y milonguero y ofrecer una noche de farra musical de primer nivel. Normal que los nervios aflorasen al inicio del concierto. La actitud no solo se demuestra sobre un escenario, sino en la coordinación y la producción de un espectáculo. El carisma es otra cosa, ese va de serie.

El prólogo de Jesús Tíscar dio paso a dos joyas del universo creativo de Kike Ganso, “Flores de fregadero” y “Amén”, un tipo “ante el que hay que quitarse el sombrero”, tan tierno como hiriente, tan canalla como noble, a las que siguieron otro de los mejores temas de Los Arrabaleros, “Te he visto en el Facebook”, con letra también de Jesús Tíscar, un auténtico himno que el grupo debería trasladar al final de su repertorio con la misma valentía que el autor plasmó en su letra, para reivindicar la calidad y el arte por encima de consignas necias y superfluas de los espacios comunes de la estupidez contemporánea.

La viola de María  y el baile de Olga acompañaron las primeras canciones con una banda dividida entre la interpretación mortecina de la mitad del grupo y la ágil y tunante de la otra mitad. A veces lo mejor no siempre es lo bueno, sobre todo cuando, como en el tango, el bolero y la poesía, hay que sacar a pasear el alma.

Y al son de los metales y la maestría de Sergio Albecete, con otro himno, este de la farra, “De Francachela”, Emilio Ramos se sacó el bandoneón del culo, puso los huevos sobre el escenario y mostró todo el talento que lo ha convertido durante décadas en el cantante que siempre ha sido, estando a la altura vocal y de espectáculo y con la actitud que requería la cita, acompañado por el maravilloso Ángel Garrido, un disfrutón del contrabajo que renunció hace años al virtuosismo para llenarse el corazón de alegría en cada bolo, y de Rafa Hidalgo y Juan Claudio Perabá.

“Vísperas de nada” mostró la cara oculta de una luna llamada Lobison, que dibujó entre su personalísima voz un torrente oculto. Y ya la magia no paró, porque después de “Besos Urgentes” apareció en el escenario el gran Antonio Bartrina, la voz de Malevaje, el grupo que le puso ritmo porteño al Madrid de los ochenta. A sus 66 años, don Antonio Bartrina parecía estar de nuevo de farra en el club El Salero con algo más de veinte años, dando rienda suelta al mejor intérprete de tangos fuera de Argentina y Uruguay, que se merece un lugar destacado en el olimpo de los mejores tangueros de la historia. Con “Aquella cantina en la ribera” el teatro enmudeció. Fue solo un instante, pero ¡qué momento!

Continuó el maestro sobre el escenario, ya con Emilio Ramos, hasta “Por una cabeza” y siguieron desfilando los artistas invitados, en esta ocasión El Tabanco y Erika, que bailaron a un metro del suelo y cuya presencia debió ser más amplia. Y mientras ellos danzaban, Chico Pérez se sumó al espectáculo con ese genio insultante y brillante al piano y la composición, otro tipo que toca como vive, con dignidad y trabajo. Porque de poco sirve el talento si no se le alimenta con esfuerzo y Chico Pérez está donde está por méritos propios. Y junto a él otro histórico de Jaén, Chico Haro, en esta ocasión a la percusión.

María Guadaña, arrabalera de pro, una auténtica fuerza de la naturaleza, la pasión hecha carne, sacó todo el dolor y la pena que conocen quienes han vivido y saber vivir para deleitar al respetable con “El último trago” que popularizó Chavela Vargas, que se pondría a los pies de doña Herminia de tener la suerte de verla en directo.

Tras el desgarro, la dulzura hecha artista de Maribel abrazó la platea con “Bésame mucho”, antes de que “Campanas de boda” diera paso al final del espectáculo.

Solo faltó una cosa en el concierto, la maravillosa voz de David Cárdenas, otro animal tanguero y canalla, otro icono del escenario y de la historia de la música de Jaén, otro vocalista irrepetible, que debería haber estado junto a Bartrina.

Y como manda la tradición fue “Caballitos de anís” de Corcobado la canción que puso el broche de oro al espectáculo. Todos juntos, y con Javier Arnal, nada menos, que durante todo el concierto fue la brújula que evitó que la banda se fuera a la deriva en algunas ocasiones, en un segundo plano discreto y omnipresente en todo el concierto, el cuarto arrabalero, el que regaló una vez más su insultante talento como músico y compositor, pero que ese 1 de abril, en el escenario, fue un faro, un maestro sin batuta, otra puñetera estrella del firmamento que fulminó la habitual caspa musical que acoge el teatro Darymelia.

El resto, forma también parte de los bises, de la víspera de todo, del recuerdo y la memoria que dejaron Javier Rosa (Kío) con un trabajo gráfico sobresaliente, del alma que retrató Ramón Guirado (Chatarrero) de cada uno de los artistas y del gran trabajo de Berna y Joaquín con el sonido y de Augusto con las luces.

No hubo humo, aunque algunos quieran verlo, solo un espectáculo, un vinilo, un directo y un puñado de medallas marchitas por una batalla ganada de quienes apuestan por la risa, el vino y los amigos.