Tal vez aquello de mal de muchos, consuelo de tontos, sea un simple placebo para algunos territorios, pero no me negarán, que más allá del estupor y la sorna, una buena chapuza ajena aviva el seso coplero manriqueño en esta tierra de proyectos abuñuelados. Difícilmente los profesionales del quejío bocachanclas jaenero podrían haber gozado con que a Jaén les cambiaran los trenes por unos nuevos y no entraran por los túneles, como ha ocurrido en Cantabria y Asturias, simplemente porque aquí los trenes no cambian y los túneles ferroviarios tienen poco uso, qué les voy a contar.
Pero sí contamos con un buen puñado de chapuzas ‘made in Jaén’ que forman parte desde hace tiempo del costumbrismo local, tal vez a la misma altura de Furnieles, el Sanatatorio, La Pilarica o la intermitente cerveza El Alcázar. Amén de contar con un sistema tranviario parado durante doce años, que ha dado lugar al mayor aparcamiento en superficie de las capitales más modernas de este siglo, un auténtico hito en la inmovilidad insostenible del urbanismo, los jiennenses pueden disfrutar a diario de un aparcamiento, el del mercado de abastos, donde día a día demuestran su destreza al volante para no dejarse la chapa y pintura en los pilares y columnas que tuvieron que ser limados a conciencia para que hasta un Twingo pudiera circular en su interior, amén del tamaño de los estacionamientos. Tras su inauguración, los responsables de su diseño dijeron que el problema era que los vecinos de Jaén no sabían conducir. Pues claro que sí, faltaría más.
Otro gran mojón estratégicamente planificado fue la construcción de otro párking en La Alameda sin accesos de entrada y salida, una auténtica medida disuasoria para dejar el coche en las afueras y disfrutar de los gratos paseos por nuestra ciudad.
También en lo deportivo hemos tenido gloriosas construcciones, como el pabellón de Las Fuentezuelas, cuya altura de su techumbre no permitía programar competiciones deportivas oficiales, como si aquí necesitáramos medir nuestra destreza federativa con el resto de aldeas. O una pista de atletismo con menos calles de las reglamentarias, como si no fuera suficiente con cuatro o cinco para correr todo lo que deseen nuestros atletas. Más recientemente, el flamante Olivo Arena, dispuso localidades sin visibilidad para que adictos al móvil y las redes sociales, que todo no va a ser disfrutar de un espectáculo deportivo, pudieran sin disimulo tiktokear a sus anchas sin que ningún balompédico internacional interfiriera en su conciliación con las realidades paralelas más señeras.
Y si hablamos de visibilidad, no olvidemos las butacas del teatro Darymelia desde las que no se ve el escenario, una auténtica delicia cultural para amortiguar el bostezo del respetable que, por compromiso, debe acudir a ver la obra de su cuñado amateur, vecino o pareja, artísticamente comprometidos con las artes escénicas.
Todo un abanico, sin duda, de chapuzas pobremente valoradas. Porque, ¿quién quiere un tren que no quepa en un túnel? Eso son cosas de extranjeros, extravagancias sobrevaloradas. Como dice siempre el gran artista jiennense Paco Fuentes, vamos de “bar en peor”.