Don Modesto era mi maestro en primaria, calvo y algo grueso, me lo recuerda mucho el profe Clément Mathieu de la peli Los chicos del coro. Vestía traje, que por entonces era el uniforme de casi todos los hombres que no fueran operarios u obreros, recuerdo que veía a mi maestro muy viejo, aunque seguramente no lo era. A esas edades, hasta tus padres treintañeros te lo parecían. Un día llegó a clase muy ofendido, con la calva enrojecida. Había visto a unos muchachos tirando papeles al suelo y se había enfrentado a ellos. Quiero recordar que, a mediados de los sesenta se tiraba casi todo a la calzada. Allí te encontrabas, además de polvo y barro, colillas de cigarrillos “pavillas”, paquetes de tabaco arrugados, cáscaras de pipas, escupitinajos, mierdas de caballos, burros y perros que campaban por las calles sin dueño, además de cera de las procesiones que se acumulaban año tras año. Desde el día que la calva de mi maestro enrojeció jamás volví a tirar nada a la calle, aprendí la lección.
Era llamativo que en este país, éramos campeones en mantener los hogares más pulcros y, a la vez, en convertir los espacios públicos en un vertedero. Las normas de la casa no valían para la calle. Con el tiempo fuimos aprendiendo la lección de Don Modesto: hoy son pocos los paquetes de tabaco, bolsas, servilletas, pañuelos… que vemos en el suelo, pues la mayoría los depositan en las papeleras. Aunque no nos libramos del cerdo de turno que, en la calle, tira lo que en su casa ni se le ocurre.
En estas fechas de Semana Santa se mantienen costumbres que bien podrían adaptarse a los nuevos tiempos, más concienciados con el respeto hacia los demás. No termino de entender cómo, a estas alturas, las velas que no se encienden dentro de los templos para no ensuciarlos si se prenden en el momento que se pisa el vial público, que parece aguantarlo todo. No estaría de más que las cofradías se plantearan dejar de usar velas de cera. Son muchos los accidentes y el gasto económico que se evitaría si fueran sustituidas por lámparas eléctricas. La técnica se ha depurado bastante y las fabrican de tal forma que apenas se distingue de las originales. No me digan que es por tradición, pues recuerdo otras tradiciones que se dejaron atrás, como cuando por estas fechas cerraban cines y bares, se dejaba de comer carne, se guardaba silencio en los desfiles procesionales y hasta del sexo se privaban. No sería mala idea incorporar a la tradición el respetar los espacios públicos, la casa de todos.
En cuanto al espectáculo de la Plaza de Santa María o San Idelfonso, convertidas en un lodazal por algunos asistentes a la madrugada del viernes, creo que estaremos de acuerdo que es algo con lo que hay que acabar. Me da que esto también es fruto de vender una falsa Libertad: la de no vacunarse, no respetar el confinamiento, fumar donde te apetezca o perforar pozos en Doñana. No soy creyente y, por eso, no me corresponde entrar en cómo deben organizar cada religión sus cultos. Pero si puedo pedir que respeten al resto de vecinos y a los espacios públicos.
Salud.