Estoy fatal, madre mía. En la última cena de Navidad me pasé de la raya, literal, ya no tengo edad. Debería de tomarme esas cosas como si estuviese casado. Martes y aún no me regenero del sábado. Necesito a alguien que me cuente las cervezas que me tomo, poniéndome cara de asco y desaprobación, y me quite los chupitos de Jägermeister de mis dedos fríos y muertos tras años de castración, manipulación y menosprecio, mientras voy ataviado con un jersey feísimo tricotado por mi suegra en vez de uno impresionante de las Navidades con Rammstein. Además le estoy perdiendo el gusto a fumar, sabe mejor a escondidas, da más subidón, y ligar está empezando a resultar soso sin que a nadie le duela la cabeza en el momento crucial. Necesito censura marital si quiero llegar a los sesenta porque a este paso la libertad tendrá un precio muy alto. Como le pasó a William Wallace. Si ese inglés no le hubiese degollado a la chorba hubiese muerto criando ovejas.
Hablando de William Wallace; las tripas, las tripas las tengo fatal, se me salen sin necesidad de que un verdugo me raje la tripa. La lucha de la libertad, que le sienta fatal a las entrañas. Así que el lunes me pedí una cita y, ¡acojonante!, me la dieron para el martes. Ahí está la mala leche de la sanidad privada, que si estás fatal te dan para dos meses, y si lo que eres es un borracho pues para el día siguiente. Facturación en modo fácil, mientras se aseguran de que sufras bien la resaca y, si te cagas encima en el ínterin, pues unas risas. ¿Tenía yo cuerpo para levantarme temprano y coger el tren? No, mis cojones treinta y tres. Sí, la fiesta fue el sábado, claro, hoy es martes, también; eso es lo que se tarda como mínimo a partir de los cincuenta en volver uno a su ser. Pero venga, vamos, todo sea por sujetar esta riada. Porque esa es otra, en la sanidad privada tienes que pasar por todos para que todos hagan caja, es de lógica. Lo que antes consistía en irle al farmacéutico a contarle tu diarrea, ahora consiste en médico de familia, especialista y farmacéutico. Ya sabréis de lo que estoy hablando en un futuro no muy lejano.
En esta vida hay que tomarse las cosas como vienen e intentar disfrutarlas. Aceptación. Hay unos veinte kilómetros entre la consulta del galeno y mi casa, aunque solo unos diecisiete en tren y el resto en bus o taxi o a patita bordeando un lago precioso rodeado de montañas bellísimas. Me he dicho: “...qué coño, el trayecto bordeando el lago me lo hago paseando y disfruto de las vistas... voy con tiempo y el cielo está despejado. De hecho, voy a aprovechar esos veinte minutitos garbeando para escuchar el nuevo de Linkin Park”. Sí, me he amariconado del todo musicalmente, o igual ya lo estaba de antes y no era consciente. No, los Beatles aún no. ¡Ja! A los dos minutos de iniciar la bucólica caminata se precipita una nevada polar. “From Zero?”, por debajo de cero, mi arma. Menos mal que ha sido de esas nevadas espesas pero sin viento, con copos de nieve como tortas de “Inés Rosales” que aún así te acarician el rostro en vez de fustigártelo. Todo sin viento es mejor, salvo las poses heroicas y la navegación en el siglo XVI. De esas nevadas que salen en las películas románticas filmadas especialmente para Navidad y salen directamente para DVD o en línea, copiosas pero plácidas, que no despeinan.
¡Ahhh, aún recuerdo mi primer invierno alpino! El medio metro de nieve mullido como suflé recién horneado crujiendo musicalmente bajo mis pies. La caricia de los copos gentiles en el rostro, su acumulación en mis hombros como un abrigo próspero, helado sin pesar, aterir, ni mojar, sino compañero en el deambular monotónico del paisaje sepultado por la geometría del hielo y su pausa aparente en el normal discurrir de la vida. Las profundas huellas en la nieve virgen que tras tu paso vuelven a ser cubiertas como metáfora de nuestro breve momento en este mundo y la futilidad de nuestro empeño por permanecer más allá de la extinta llama que somos. ¡Ahora, ahora la puta nieve es un puto coñazo! Cuando todo es nuevo le damos más valor del que tiene, la jodida idealización de lo desconocido. Acuérdate de cuando empezaste con tu pareja, no te digo más.
La nieve es una puñetera trampa mortal. Para empezar, no es que nieve un día, no, es que nieva todos los días y eso hay que limpiarlo o ni coches, ni trenes, ni tú que vayas a comprar el pan. ¡Buenos días! Levántate una hora antes para despejar la salida de la casa y del garaje. Si una ducha fría por las mañanas en invierno porque no va el gas es una puñeta, ésto, ni te cuento. Se te congelan los mocos antes de tocarte el labio. Eso en tu casa, pero para limpiar la nieve en las calles de la ciudad se han de utilizar máquinas porque es que no se da abasto. A las cuatro de la mañana ya están en funcionamiento, sin silenciador y con operarios de no muy buenas pulgas. Las máquinas quitan la mayoría, claro, pero a su paso aplastan el resto, lo que forma unas capas de hielo que son pistas de patinaje sobre hielo en toda regla. Ya te puedes poner a echarle piedritas y sal, que como no gastes unas botas como rock manda, la hostia está asegurada. Una hostia monumental que ha roto más caderas que la osteoporosis. Andar sobre la nieve virgen es una maravilla, otra cosa es caminar sobre nieve prensada. Es un desfile de Chiquitos de la Calzada, ya te lo digo. Por no contar que hay que estar vigilando los tejados por riesgo de avalanchaaa, me salen los Héroes del Silencio sin querer. Los tejados están preparados para sostener ciertas cantidades pero no siempre se consigue. Una vez, una vez, una vez se me despeñó un alud que me tiró al suelo del porrazo. ¡Exagerado! ¿Qué podrá hacerte un poco de nieve acumulada que caiga de tres pisos de altura? En las pelis es jolgorio y risas. ¡Ya! Posiblemente en las pelis no se incluyan los chupones de tres o cuatro quilos que suelen descolgarse al unísono. Hostia tremenda. Ésto es solo un pequeño avance de todas las maravillas que rodean al invierno cinematográfico, es lo que podría pasarte en un solo invierno, con la novedad. La novedad, la novedad es otra trampa mortal. Todo pupilas dilatadas y temblores de entrepierna.
Es divertido irse una semanita, o un par, a otros lares y disfrutar de ello como de un escenario edificado solo para gloria y disfrute de tu protagónica y eventual existencia en el mismo. Turismo lo llamamos, no es algo inmersivo, real, es una vuelta, literal, del latín “tornus”, aunque no directamente. Pagamos para ver solo lo bonito, que nos escondan lo feo, y no pagar consecuencias. ¡Todo bien, no tengo nada en contra! Siempre y cuando seamos conscientes de que eso es así. De otra forma estaremos condenados a considerar que el mundo está ahí para que hagamos turismo. Eso es una ficción, una trampa mortal. Y si no, que se lo pregunten a los que hasta ahora habían puesto todas sus cartas en la “cultura woke”. Todos, todas y todes empalmados y haciendo palmas al nuevo orden mundial de tournée, conociendo el idioma nativo humano lo justo para pedir un “flapuchino” en la franquicia de turno, tan artificial como su supuesto viaje revolucionario. Claro, ahora que ya no es turismo y el suelo empieza a resbalar bajo sus pies, tienen que estar atentos a los aludes, mantener la casa caliente y quitar la nieve de la entrada ellos mismos, pues... eso, a pasar frío, que el invierno viene jodidamente helado y va a escarchar. ¿Escrachar? No, miija, escarchar.
P.D.: No preocuparse nadie, yo ya me he hecho al clima alpino. Es lo que tiene convertir el enamoramiento en amor, aceptación. Uno deja de ser turista cuando se convierte en habitante, aunque, evidentemente, requiere de sacrificios y cesiones.