Me suda la Polca

Jesús Calamidad

Amantes en serie

No te fíes nunca de ellos, jamás

No te fíes nunca de ellos, jamás. Natürlich, cuando hablo de ellos estoy hablando de ellos, ellas y elles, que no se diga, incluso de ellus, por si alguien se autopercibe como gallego. Carajo, ya está bien, joder. Que haya que aclarar el puto masculino genérico, coño, es de parvulario. ¡Qué daño está haciendo la Chupipandi, megaüensos! En esas vivimos, no hay otra: ajo, agua y resina. Yo respiro hondo y me deslizooo, como Edward Norton antes de ser también Brad Pitt, buscando su animal del poder en grupos de apoyo para el cáncer de testículos, como un impostor que conservaba sus huevos y fabricaba jabón casero, igual de impostor que los impostores de los que no te tienes que fiar. No te fíes de ellos bajo ningún concepto. Nunca. En serio, jamás.

Sí, esa gentuca. Efectivamente, esa gente, esa gentuca que no sabe estar sola. Sola en el aspecto sexoafectivo, aclaro, no en el sentido metafísico al que se refería Orson Welles, ni a la inevitabilidad de la misma a la que aludía Tom Wolfe. Ahí no hay más cojones, no hay compañía posible. Te estoy previniendo de esa peña que busca el emparejamiento como los yonkis se arrastran hacia la siguiente dosis, en pos de la papelina cualesquiera que contenga cualquiera de las fórmulas que les quite la picazón. Es dura esta comparación, necesariamente dura. Te estoy hablando de “los amantes en serie”. Esos adultos que no pueden dormir sin un osito, tienen que bañarse con un patito de goma, comer con un monito con birrete y platillos que les mira fijo y pasear de la mano de una muñeca chochona que a cada tanto les carraspee “te quierooo”. Un o una a discreción, solos nunca. No pueden ni ir a hacer de vientre sin alguien, ya sea cetanito o menganita, que les espere en la puerta ansioso como un perrillo lamechochos. Decía Juan Pablo Sartre, y si no me lo invento, que si te sientes solo cuando estás solo, estás mal acompañado. Siguiendo ese discurso, “los amantes en serie” son la peor de las compañías en lo que viene siendo la edificación de una relación romántica sana y con futuro. Mejor no fiarse.



En realidad, visto así, no creo que sea justo llamarlos “amantes en serie”. El término “amante” no implica necesariamente una relación afectiva, convivencia y cotidianidad, puede ser algo meramente físico y esporádico, por lo que no me termina de servir. Quizá sería más correcto llamarlos “cónyuges en serie.” De todas formas “cónyuge” ha perdido definitivamente su acepción tradicional aunque aún conserve cierta connotación de exclusividad, durabilidad, de algo emocional, de cierta sentimentalidad, o así debería de ser hoy día que nadie está obligado a contraer matrimonio, al menos en Europa, por ahora. Ahí está lo perverso de la cuestión. De lo de contraer matrimonio así a lo tonto y en serie, ya hablaré otro día. Pero te avanzo que así se joden las instituciones que nos ordenan, frivolizándolas. Mira, cuando la peña quiere utilizar el cuerpo de otro para masturbarse recíprocamente un sábado noche, todo bajo consenso y mutuo acuerdo entre adultos en sus plenas facultades, yo no veo inconveniente alguno y aplaudo con las orejas. De rerum natura. De hecho, sección de reservados del Extra Jaén, anuncios breves:

Calamidad, Sugardaddy, once centimetrazos no patriarcales, sexo tántrico empoderante, tú nunca debajo, cunnilingus con perspectiva de género, masaje inclusivo, ménage à Beauvoir, juguetes sexuales aprobados por el Ministerísimo. Si estás interesada, solo sí es sí, mensaje por privado, Facebook. Muy discreto.

Y tras la pausa publicitaria... Como cantan los Rammstein: “Steck Bratwurst in dein Sauerkraut.” Gimnasia sexual, todo bien, como comerte un bocata en un bar de carretera. El menú McDonalds de las necesidades fisiológicas; rápido, sacia, aceptablemente sabroso, de vez en cuando te regalan algo y cuando has acabado lo olvidas y a seguir con tu vida. No es la gran cosa, es dejar de tener gusa. Pero esta peña no, los “cónyuges en serie” tienen que saciar algo que no tiene que ver con el hambre sino con la carencia. No precisan de un desfogue periódico, requieren de un asistente personal, precisan de muletas para no derrumbarse sobre sus pies de barro. Me estoy hasta poniendo triste; pero no me importa porque me queda muy bien, me luce a mí la tristeza un potosí. No hay giro de la fortuna o probabilidad matemática de que alguien conozca tan de seguido a su nueva media naranja, una y otra vez, entre tanta poca gente y en tan poco espacio y tiempo. No la hay, no me jodas. Me resulta difícil aceptar que cualquiera pueda encontrar tan rápido, en cuestión de no muchos meses, una pareja adecuada para tener una relación “formal” de un quinquenio o más, tras una relación “formal” de un quinquenio o más. “No lo sé, Rick, parece falso.” ¡El hilo rojo del destino debe de ser la telaraña roja del destino o el tendido de alambre telefónico cubano del destino! Hasta para cambiar de coche se tarda más, joder. Igual son muy afortunados, yo no digo lo contrario. Mi opinión, y ya sé que todos tenemos una, como todos tenemos un ano que huele mal pero es que resulta que ésta es mi columna de opinión que también huele mal, es que el terror o el aburrimiento supino que les provoca la soledad les lleva a escoger, a escocer también, al primero que pase por allí. Se conforman espantosamente. Como en el juego de la silla, que lo primordial es que no quede el puesto vacante no importa quién lo cubra, la cubra, “le couvre”. El lenguaje inclusivo tiene un toque afrancesado, pequeño inciso, perdón. Bueno, de todas formas si lo que pretendes es mangonear a alguien, un chute, te sirve casi que cualquiera. De nuevo, si eso está claramente expuesto y negociado entre dos adultos, o tres o cuatro, en plena posesión de sus facultades, pues ni cien mil palabras más. Lo terrible, es que no suele ser así. No es moral tener a otro ser humano como mascota, mucho menos como un arte de metadona sustituta del pico que realmente te pone a tono. Está feo, no mola. Ya consumimos un montón de cosas y de animales, no deberíamos de consumirnos unos a otros tan a la ligera. Tanta brasa con la empatía, el consentimiento, la responsabilidad afectiva, y esta peña va dejando en reguero de cadáveres a su paso.

Personalmente, si resulta que no hay Camel en el estanco pues me conformo con otra marca porque fumar es un puto vicio. El tabaquismo es una puta enfermedad que solo genera más enfermedades, una necesidad patológica que se crea uno mismo por gilipollas. Fumar es el síntoma, como todas las adicciones, de un agujero negro sin localizar en la psique de nosotros los adictos. Si lo que me gustase es fumar Camel, podría esperar tranquilamente a encontrar una cajetilla, como al que le gustan las aceitunas de cornezuelo o el Roscón de Reyes. Espera... yonkis, tabaquismo, adicciones... agujeros negros... ano... cadáveres... en serie... ¿no será qué..?

No te conformes con ser la metadona, el Big Mac, la bata de hospital, la muñeca pepona, el perrillo lamechochos, el Brad Pitt que también es Edward Norton que fabrica jabón casero con la grasa de los culos de señoras ricas, la sacarina, el “¿me das un pitillo?”, la hilaza del hilo rojo o el corcho del agujero negro de nadie. De hecho, no seas la puta media naranja de nadie, sé una naranja entera o un limón o un puto aguacate. Cuando lo consigas, que no será fácil y llevará tiempo la maduración, igual encuentras otra fruta completa con la que rodar, pudrirte o hacer Tutti Trutti, eso ya será cosa tuya. Si no, tan a gusto en el arbusto. Al menos no tendrás que esforzarte en encajar, en suplir, no tendrás que luchar por estar a la altura porque ya lo estarás, aunque seas un higo chumbo.

P.D.: No te fíes de los medios cítricos, píllate una buena almendra.

P.P.D: Lo confieso, nunca tengo ni zorra idea de lo que estoy escribiendo, pero me lo paso perita.