¡Ya está bien, alguien tiene que decirlo, joder! Y mira, no me importa cargar con esa responsabilidad. Total, para lo que me queda en este convento me cago dentro. Además, tía, personalmente es todo un placer y ya me conoces, no hay nada como el olor a verdad por las mañanas. Nunca sobra una perversión, una interpretación libre y partidista, de alguna escena épica de “Apocalypse Now”, jamás. Nunca, es canon, es la biblia de las referencias cinematográficas, punto. Jamás, no sobran jamás, es imposible.
Bien, voy a hacerlo. Ahí va... no, espera. Una caja con bordón redoblando, prrr, prrr, prrr y ¡pam! Fanfarria y esa mierda, se abre el telón y... ahora: “En realidad a nadie, con algo de sentido común, le gusta ya la feria.”
¡Es broma, es un interludio cómico! No, no era eso lo que había que decir ya por cojones, no. Aunque bien es cierto que la Feria nunca ha sido la gran cosa, para nadie, por mucho que te digan o te digas a ti misma. Tras eliminar el comercio de ganado y de especias de la ecuación, la cosa empezó a perder sustancia, seamos sinceros. Está bien lo de la fiesta y las casetas, lo de comer viandas deprimentes y babas con sabor a vómito y Palecream, lo de montar en ingenios mecánicos del siglo diecinueve y lo de hacer las necesidades en un barranco de albero, eso lo compro. Lo compro todo salvo lo de la procesión de zombies a las claritas del día, eso debería de estar reservado para el uno de enero. No me juzgues, me encandilan las medias rotas, las camisas con tropezones, el rimel corrido y los pantalones medio meados, pero soy firme defensor de que eso pertenece exclusivamente al día de año nuevo. Soy un clásico, un conservador. Los años, la vida, los antidepresivos.
Por supuesto me estoy refiriendo a la feria que comprende al periodo de entre antes de tener hijos y de cuando las bendiciones ya han cumplido los nueve o diez años, no a la feria de día. Para los adolescentes, los divorciados, los camellos, los que no acabaron el bachillerato y se dicen empresarios, las ratas, las moscas y las cucarachas, la feria de noche es lo más, el oro azteca. La feria de día es el resto macilento que sobrevive de las ferias originales.
Nuestros tatarabuelos bajaban el ganado a la feria, ahora el ganado bajamos solitos. He de decir que la afluencia de vacas, borregos, cerdos y demás bestias no ha desmerecido al cambio.
Te digo una cosa, lo que más se echa de menos en las ferias es la guardia civil repartiendo palos. ¡Qué coño la guardia civil, los grises! Si nos vamos a medio emocionar por eventos anacrónicos totalmente desvinculados con su natural origen y su lógica histórica, hagámoslo con un par de huevos, ¡coño! Como el puto Halloween. No hay nada interesante en hacer el ridículo a medias, es como meter solo la puntita, el polvo de Schrödinger. O se mete hasta el gaznate o no cuenta. Las ferias, actualmente, siguen siendo eventos incómodos e insalubres, como un campamento hippie con patrocinadores, donde ya no se comercia más con bestias sino con nosotros las nuevas bestias, los burros sustitutos, ahorrándose el criarnos y solo obteniendo teta. Por eso a las ferias se las sigue titulando con nombres de santo, para quitarles el tufo capitalista cutre y otorgarles algo de tradición, como cuando alguien cita a, pongamos como ejemplo, Heidegger convenientemente a favor de su argumento. Es un espectáculo fundamentalmente bochornoso, frecuentemente, por lo general. No me lo justifiques, que no me vas a convencer.
¡Pero Calamidad, es una ocasión única para que la convivencia entre paisanos enraíce y se fortalezcan los vínculos sociales que nos hermanan en pos de la cordialidad a través de rituales festivos desprovistos del pesar de la vida cotidiana y las afrentas de la mortalidad! ¡Es la celebración de la vida! Nena, y mis cojones treinta y tres. Es un desfile de miserias, a ver si aprendes de una puta vez. La celebración de la vida es una familia un domingo en la “Cañada de la Hazadillas” con una nevera llena de Alcázar y bocatas de filetes empanados. Es la rodilla de un nene desollada, un padre orgulloso que la sopla como antibiótico, y un beso furtivo entre esposos que provoca los celos irracionales de la más guapa de la casa que está haciendo pucheros porque todavía no alcanza a entender que su padre vea a su madre como lo más hermoso que hay en este mundo. Con mucha suerte algún día lo entenderá, con mucha suerte. El resto es comercio de bestias y estiércol abonando el suelo que alberga todo tipo de cadáveres. Y muerte, mucha muerte, cosa que compro con gusto porque a mí la muerte me encanta. La siesta perfecta, my only friend, the end.
Es que no estamos celebrando lo importante, estamos celebrando lo que genera dinero. Que por mí estupendo, yo solo quiero ver el mundo arder y esnifarme sus cenizas con la última birra que quede fría en el planeta. Aunque en el fondo sé que la gente, en su mayoría, es buena, solo que los tienen muy perdidos e insisten en despistarlos, de ahí la tragedia. Eso es lo que me jode. Como una de las peores personas de este mundo te digo: “No necesitas todo eso, toda esa manada en la que esconderte. Todo lo tienes en la palma de la mano y a menos de un milímetro de tus labios. Deja de ser una consumidora y consuma la prioridad de lo sencillo, de lo esencial, búscalo. No hay destino más espectacular.” Yo miro al mundo como mi perro mi miraba a mí, con los ojos muy abiertos y con admiración, como si jamás hubiese existido otro mundo más. Eso aprendí de ese cabronazo y nervioso montón de pelos. Él no necesitaba ferias, ni viajes, ni hechos magníficos, él solo me necesitaba a mí. Está bien, o a mí o a cualquiera que lo hiciese presente, nadie se muere por nadie, pero me pillas el punto, ¿no? Ahora estamos con la tontería de que si no te reconocen cientos de desconocidos, no existes. Verbigracia, redes sociales y ferias. Pero en realidad solo precisamos de una mirada sincera para existir, tan sencillo como eso. La mayoría nos pudrimos sin conocer esa mirada y con eso han hecho negocio, lamentablemente. Básicamente el negocio del ocio, el turismo y toda esa mierda deforme que nos venden como la metadona del amor.
¿Quién en su sano juicio mearía sobre un barranco de albero teniendo una fortaleza en casa? Comercian con nuestro desencanto y lo fomentan para que sigamos pagando a precio de oro la zanahoria que jamás morderemos, cuando en realidad, todo está en la palma de nuestra mano y a menos de un milímetro de nuestros labios.
¡La virgen, se me va la olla! Yo quería hablar sobre la hipergamia, que sí que es real, no como el patriarcado, pero se me ha ido la olla. En fin, pues para otro día. Que conste que no es nada malo, nada reprochable, es evolutivamente beneficioso. Que conste, de ahí las ferias y el desencanto. Tanto querer huir de ser unos monos para acabar tan monos. ¡Ya, ya, ya, haces lo que puedes! Todos lo hacemos, pero eso no es excusa.