Me suda la Polca

Jesús Calamidad

Las falsedades

Si te tragas una trolilla estás haciendo boca para zamparte la patraña más desvergonzada

De entre todas las manías que padezco, o disfruto dependiendo del caso, gracias a la asunción del medio siglo que he cumplido y a la introspección que de ella se deriva, me gusta destacar por exótica mi incomodidad ante el cabello tintado. Es ridículo, lo sé, pero es así. Las neurosis se caracterizan por su falta de lógica, viene en el cargo. Me incomoda no al punto de la ansiedad o el pánico, pero me inquieta. No es un grano en el culo, ni una pestaña dentro del ojo, para mí es más como cuando se te meten los calzoncillos por entre los cachetes. Ese intentar poner las cosas en su sitio frustradamente, estira que te estiraré. Además es que lo veo a cien kilómetros y sin gafas, no importa la calidad del tinte, la acertada elección del tono y la destreza de la esteticista, para mí es tan claro como un trampantojo barroco o una narisota de pachacho.



Que conste que no tengo nada en contra de las personas que deciden tintarse el cabello por la razón que estimen. Cada perrico que se lama su cipotico. Para que veas que no es personal, me ocurre parecido con las personas que tenemos algún tatuaje muy feo, de esos de por moda o para parecer más de lo que sea que no eres. En el cómputo general que podría extraerse de las bondades físicas y estéticas de un individuo, esa calcomanía ad aeternum devalúa el resultado final irremediablemente gracias a lo que narra sobre su portador, que suele ser mentira. Obsérvese la típica mariposa o tribal en la concursilla, la región lumbar más baja, muy de verbenera ibicenca. Sin importar que se trate de una alucitoidea o de una papilionoidea, incluso de una acherontia atropos aunque no sea una lepidoptera y la referencia cinematográfica sea una pasada, por mucho que la subtitules con un carpe diem o cualquier otra locución latina sacada de Google, sigue siendo lo que los tatuadores llaman “una mariposa de putón” y ahí la llevas. Lo bueno es que del tinte puedes prescindir sin pasar por dolorosas sesiones de láser. Voy a dejar el tema de los tatuajes para otro día porque se merece un artículo para él solito.

Por supuesto cuando hablo de personas no me estoy refiriendo a los jóvenes; protopersonas, siempre seres humanos aunque protopersonas; a los que hasta una mierda en la cabeza les favorece. Véase los nuevos cortes de cabello tipo brócoli de la chavalería. La lozanía es muy amable, la naturaleza no es tonta. Otra cosa ya es la mariposa de marras en la concursilla de una cincuentona, eso es otra cosa, para otro día. Y por supuesto no me refiero a esos tintes fantásticos de punkies o viejas, ese lila nuclear es el signo de una señora que guarda su dignidad y aplomo, es un himno a la asunción de la edad y la posición. Por no hablar de esas crestas antigrabitatocionales de un rojo o verde furioso que fueron el faro de una generación, aunque no acabara bien. Hablo, y lo entenderías si me supiese expresar, de esos tintes que pretenden paliar la acción del tiempo y sus consecuencias, esos tintes que pretenden racializar, no con mucho éxito. Mentir, vamos, con eso se quiere engañar a los demás o a uno mismo y el cabello lo está gritando al viento. El tinte como reparación y no como expresión, en esas ando. En el caso de querer reparar la etnia es realmente siniestro. Así mismo, me resulta curioso que en España se tienda a aclarar el cabello y aquí en las germanias a oscurecerlo. Supongo que todo vendrá de la abundancia y la necesidad de destacar de entre ella, de no sentirse suficiente.

Personalmente nunca me ha preocupado el color de mi pelo, por suerte, entre otras cosas ya que detesto que un desconocido me toque la cabeza o el mismo, el cabello digo. Las sesiones de dentista son el infierno en la tierra para mí pero son necesarias, de ahí que prescinda de las peluquerías que no lo son en el sentido esencial del término. De todas formas en el caso de los caballeros el uso del tinte para ocultar como una vergüenza las canas que no son más que medallas a la supervivencia, un homenaje a la resistencia, me resulta criminal. Desgraciadamente, yo no disfruto a mis cincuenta de un heroico pelo plateado, que sería un glorioso estandarte de mi medio siglo de victoria ante la muerte, y temo fallecer o perderlo sin esa recompensa. Los hay con suerte y mi obligación es recordárselo. “¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio? ¡AUU, AUU, AUU!” Me he venido arriba. Wagner es peligroso, que se lo pregunten a los polacos. Echo de menos al viejo Allen. ¡Ay, Woody, qué burguesón has envejecido en el exilio!

Las falsedades. Hemos normalizado peligrosa y generosamente ciertos embustes, considerándolos menores e inofensivos, aceptando como necesarias, satisfactorias o no tan lesivas aquellas imposturas que disfrutan de una irracional aceptación popular. Nos ha pasado como a la RAE aceptando “cocreta”, ya sabes. Si todo el mundo lo hace estará bien. ¿Y si se los demás se tiran por un puente, tú también te tiras? Tengo la infancia marcada a fuego. ¡Qué gran período! ¡Cuando era notablemente más perspicaz que el resto, antes de que la adolescencia me dejara tonto perdido! Y claro, esto es como empezar a comer, si te tragas una trolilla estás haciendo boca para zamparte la patraña más desvergonzada. Y tras superar esa frontera ya tienes el culo lo suficientemente ancho como para que te la metan doblada y sin vaselina. En esta vida todo es empezar. De ahí que, de poquito a poco, la peña siga votando a tal o cual partido, defendiendo este color o aquel, a su pareja, a la Pantoja o a cualquier otro artificio con la fidelidad de un pastor alemán. El sentido crítico, horadado por la gota incesante de los engaños menores, como la rana que no salta porque se está cociendo poco a poco, deja suficiente hueco para la barrena de las mentiras más gruesas hasta que revienta, dejando paso ilimitado así a las falacias más aberrantes que entran como por un arco del triunfo en glorioso desfile victorioso para humillación y sometimiento de lo veraz que, a partir de ese momento, queda recluido en los suburbios de la ignominia.

¡Calamidad, eres más exagerao quel copón! ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Quieres dejar a la peñita en paz?  ¡Calamidad, qué tacuestes con dos mantas. Pesao, bicho!

Si por mí bien, ojo, que cada uno haga lo que le salga de los bemoles. Soy un tipo muy tolerante. Y de tolerancia estoy hablando, por cierto. Yo antes me tomaba dos cañas y andaba rumbero toda la tarde. Hoy por hoy si no me sirves cuatro jarras de medio litro no estoy ni chispaíco. Tolerancia. La misma tolerancia que se genera en la sociedad con cualquier cosa, incluidas las falsedades: aumentando poco a poco la dosis para que siempre resulte aceptable, sin distorsión cognitiva. Distorsión, sustantivo que me viene como polla al culo porque si, pongamos como ejemplo, a Chuck Berry en sus tiempos mozos le hubiesen ofrecido, por alguna extraña movida espacio temporal, tocar con la pedalera de efectos de Dimebag Darrell de Pantera, ese negro los hubiese mandado a todos al infierno por pretender ensuciar su guitarra con semejante ruido. Pero la distorsión en las guitarras eléctricas fue aumentando su intensidad de manera paulatina, conforme al avance de la tecnología y de la tolerancia de la audiencia. Tolerancia.

De modo que no me parece loco que aceptar que la peña simule tener una edad que ya ha perdido; normalmente mucho más joven, qué curioso; decir pertenecer a un sexo porque sí, sin más, o no pertenecer a ninguno, identificarse como originario mesoamericano por un 0,4 o “ario mediterráneo”, esos sí que son graciosos... y que todos hagamos palmas con las orejas, no sea una forma de hacer horma para que quepan movidas más colosales. Tintarse el cabello podría formar parte de eso, podría ser un “solo la puntita” que alguien ideó para crear tolerancia, para cuando ya estamos bien lubricados nos empotren contra el armario de “ser mujer es tener una posición en la sociedad de desigualdad frente a los hombres”, Montero dixit, o que de un plato de lentejas puede comer occidente y media África o que las mantas de la Cruz Roja no valen para abrigar valencianos o que la familia es una prisión turca. Ya te estoy oyendo llamándome “megaultrafacha”, pero para eso hay que saber lo que era el fascismo, por lo cual no me doy por aludido. En cierta ocasión un petardo me llamó “sofista” pretendiendo entender lo que ese término definía y le hice el mismo caso que a . Sí, tildo “ti” porque como ya vale todo, total, para diacrítico tu menda lerenda. Cocreta, insisto.

Lo que ocurre es que a los que nos definimos como “social demócratas”, sabiendo lo que eso implica, no nos invitan más a la fiesta del progreso porque resultamos incómodos de ver y, aún más, de escuchar. En esa “rave” que se ha montado “la nueva izquierda tecnopop”, en la que andan drogados de ideologías alucinógenas y socialismo extasiado de pupilas gigantes, nos tienen prohibida la entrada por llevar calcetines blancos de honestidad. Eso sí, las tías entran gratis, como los Erasmus de Cuba y Venezuela, que molan. ¿Cómo se han hecho con la barra y la cabina del pinchadiscos, Dj para los de la ESO? Pues usurpándola, claro, de esa forma torticera que se gastan; sibilinos, embaucadores, inoculándonos gota a gota esa desafección por lo veraz y lo consecuente. Tolerancia. La lógica y la ciencia como enemigos de la revolución. Todo empezó con un tinte de pelo para tapar unas lógicas canas o para parecer lo que no eres para gustar más. Rubia de bote, choco morenote. Esta izquierda tecnopop es una rubia de bote de lo más tonto y frívolo, es esa que se te acerca mucho a la cara al hablarte para que veas lo bonitos que tiene los ojos porque es lo único a destacar de toda la conversación. Por eso los “rubios naturales” somos todos nazis ultrafachas megacalcetines blancos francopantanos, porque aunque siendo los promotores originales del evento no estamos en el rollo más. Rojipardos, esos neologismos. Mira lo que pasó en el Woodstock del 99 donde todo se fue a la mierda. De una idea cojonuda, mítica, a base de trepismos y oportunismos, a la mismísima mierda y al desastre épico y a que arda el mundo. Dicen que las mentiras tienen las patas muy cortas, lo que no te cuentan es que saben disfrazarse de certeza de a poquito a poco y que son muy pertinaces, no se doblegan fácilmente. Cuando una mentira toma plaza y mando, échate a dormir. Todo podría empezar con la pequeña falacia del color de pelo, quién sabe. En el mentir, como en el comer, todo es empezar.

En fin, que no me hagas mucho caso. Ya sabes que estoy algo obsesionado con la mentira y si su papel social adaptativo debería, actualmente, darse por finiquitado. Si algo sabe la mentira es jugar al escondite, disfrazarse y vestirse de verdad, estorbar. ¿Conoces el chiste? Te lo cuento:

Una hija de dice a su padre.

-Papá, no te creas eso que dicen en la tele.

-¡Pero hija! ¿Cómo no lo voy a creer si están diciendo lo que yo quiero oír?

Estamos en un momento de la humanidad en el que los trucos, los sentimentalismos y las aranas solo están impidiendo que progresemos a la velocidad que necesitamos y que está empezando a ser imperiosa la verdad antes de que ciertos oscurantismos,que han logrado aferrarse a la realidad tras sobrevivir inexplicablemente a ella, congratulados enormemente con nuestros desvaríos, nos devuelvan de una patada a la edad media. Lo cual tendríamos muy merecido por poner el culo.

P.D.: “...y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan se refería a otra movida, pero a mí me vale, aunque no del todo. No es por llevarle la contraria a un santo de Roma, pero no es suficiente conocer la verdad, como un mártir, pues esa verdad ha de ser confirmada por el mentiroso o no hay reparación.