¡Hola, qué tal! ¡No, espera..! ¡Hola, ke ase! ¿Te acuerdas? La irgen, qué rápido pasan hoy día las chorradicas de moda, da hasta cosica. A mí todavía me dura el rollo Chiquito, vaya que sí, y actualmente cuando te has aprendido la chorrada de moda ya se ha pasado de. Vertiginoso.
Oye, otro tema. ¿Qué pasaría si yo escribiese, y además entre signos de exclamación, que “viva España”? O sea, algo así: “¡Viva España!” O mejor: “¡Viva Essspaña!”¿Qué pasaría?
En realidad no debería de pasar nada extraordinario y no suele pasar, normalmente. Pero, ¿a que viniendo ésto de mí, rojo confesado, suena raro? Digo rojo porque en esas coordenadas polarizadas, por desgracia, nos seguimos moviendo. Pero entiendo que suene a que me he cambiado de chaqueta como un Losantos de Aliexpress y que me he ido a las antípodas. No, lo siento, sigo en mis trece para bien o para mal. Aunque bien visto, yo vestido de Cayetano estaría arrabatador, morenazo, con pala tendría que quitarme yo a las bacantes. No, déjalo, no. Lo de andar de Cayetano, lo de las bacantes, sí. Pero insisto: ¡Viva España! Y las mujeres y el vino, pero eso es otra cosa.
Porque, ¿queremos una España viva, no? ¡Digo yo! Una muerta no nos serviría para nada. Yo sí que quiero, aunque esté a tomar por culo gracias a unas políticas absurdas en las redes de comunicación vial públicas, que ya no son públicas y ése es el problema, pero sí que quiero una España viva. La necesito para volver. Lo que no es mi problema es que hayamos permitido como pueblo que algunos se apropien del amor a nuestra tierra, a nuestra cultura, a nuestra forma de entender la vida y a sus gentes y, sobre todo, a los símbolos que los representan. No es mi puto problema. De hecho, yo no lo permito. La bandera de España es la bandera de mi país, del país donde nací y viví, que no siempre fue justo ni maternal, pero que es el único que conozco en profundidad y que entiendo. Nunca me he dejado engañar por el panfletismo barato emocional y no voy a empezar ahora.
No compro los paquetes ideológicos, no, y nadie que se considere “rojo” debería. Ya sabemos lo que pasó en el siglo pasado. Lo de comerse los paquetitos ideológicos deberíamos de dejárselo a la derechona, que tienen buenas tragaderas por naturaleza. Aunque claro, yo ya no distingo a los simpatizantes de un lado o del otro, salvo que lleven las pulseritas o el uniforme oficial de su tendencia. Me recuerda a los grupos de guardería de mi pueblo, que para distinguir a la niñada de cada clase y colegio en las excursiones, les ponen unas pañoletinas en el cuello porque si no no hay manera. Claro, todos berreando y haciendo tonterías, tapados hasta los ojos y con la ropa comprada en las mismas tiendas, pues algo hay que hacer para mantener al rebaño unido y en vereda. Eso se consigue con simplezas, como un pañuelito al cuello. Poco sentido crítico veo yo últimamente, muy poco, casi ninguno. Hay que dudar de todo, de todo.
¿Por qué, por ser de izquierdas, debería de molestarme la bandera de España? Antes lo tenía muy claro porque era joven e idiota, ahora no tanto. Es la bandera de un país que añoro y amo, de forma irracional, claro, como todo lo que se ama, y no encuentro motivos para que me disguste. De hecho, cada vez que mis amigos de aquí hacen una fiesta para celebrar algo que tenga que ver conmigo, como un cumpleaños, lo llenan todo de banderas de España como señal de respeto, cariño y aceptación. Es un reconocimiento a mi origen y un abrazo a lo que supone, como que hayan aprendido a decir “Hola”, “¿Cómo estás?” o “Cabronhijodeputa”, así todo junto. Aquí soy “der Spanier” y bien arriba que subo la nariz de orgullo, que en mi caso puedo tocar el techo si me despisto. No, ya no, he abandonado las fobias sectarias y sus partidismos, gracias a Rock. Además, siempre que me he encontrado a alguien que aborrecía una bandera, solía sobrestimar otra, la cual, habitualmente, solía instrumentalizar. No, gracias, estoy bien.
De modo que no: ni “Paquito el Chocolatero”, ni la bandera, ni el “Viva España”, ni “Abuelo made in Spain”, ni Juanito Valderrama, grande entre los grandes, ni las corridas de toros, ni el Real Madrid, le pertenecen a ningún signo político. Todo eso me pertenece a mí como español, y ya veré yo lo que me gusta más o menos, aunque viva a tomar por culo y sea más rojo que las amapolas. Punto.
Lo que tampoco es mi puto problema es que la izquierda hegemónica española se haya convertido en una suerte de secta antiempírica, dogmática, clientelista, identitarista, postuniversitaria hippie de Malasaña disfrazada de movimiento obrero y más alejada de la realidad que Alicia tras el espejo. No es mi puto problema. Ya no representan más a los obreros, eso es así, hace mucho de eso. Ahora representan a colectivos fantásticos y a animales extraordinarios; a los Muggles que nos jodan, que no somos mágicos. Fanatismos sólo en mis bandas favoritas de rock, esos pueden hacer lo que les dé la gana. Los amnistío del tirón.
P.D.: No sé por qué me meto en políticas, si no tengo ni puta idea. ¡Bah, qué más da! Soy el tirano de mi columna de opinión, como todo el que tiene una columna de opinión. ¡Ah, es bueno ser Rey!