Me suda la Polca

Jesús Calamidad

¡Trump, trump, trump! ¡Pi-ñon, pi-ñon! ¡Pum, pum!

El salvaje oeste americano

¿Has visto “Guerra Mundial Z”? ¡Claro que sí, qué cosas tengo! Si te has leído los libros del Sisí, has visto al Pitt corre que te corre, eso está claro. A mí me gustó la peli aunque me esperaba algo más parecido a la novela de entrevistas ficticias del Max Brooks, una pena, la verdad, pero mola. ¿Sabías que Max Brooks es hijo de Mel Brooks el del “Jovencito Frankenstein”? ¡Fronkonstín! ¡Eigor! Claro que lo sabes, tonta no eres en lo que a eso respecta. Pues eso, que me distraigo. En la peli de “Guerra Mundial Z” cuando el Pitt viaja a Israel (Uyyy, temita delicado para los zurdos de pañoleta y cómicamente irónico para los fachillas de pulserita, uyyyyy), se entrevista con un miembro del Mossad y éste le dice que en el estado de Israel se decidió crear la figura del “décimo hombre”. Esto significa, a grosso modo, que si nueve de los miembros del consejo del servicio de inteligencia están de acuerdo con la veracidad de una información, el deber del “décimo hombre” es creer lo contrario y actuar asumiendo que los otros nueve están equivocados, sin importar lo inverosímil o increíble de la cuestión. Me gusta el “décimo hombre”.

Pues eso me pasa a mí con el atentado contra el hombre que se maquilla con Cheetos, que me veo en la obligación de defender la tesis de que ha sido real y no un montaje. Debo de ser el “décimo hombre” de la izquierda española; esa izquierda mía, esa izquierda nuestra; que en bloque y a los segundo del mismo ya estaban elaborando tesis conspiranoicas a la altura de “House of cards” para arañar un par de simpatías, no me queda otra. Esa izquierda que está muy pendiente de lo que tenemos todos entre las piernas o pegado al culo, siempre y cuando no sea un arnés, una carretilla elevadora, un asiento de conductor de un transporte público o de mercancías, una silla en algún servicio público o esas cosas vulgares de obreros. Esa izquierda muy presente cuando queremos irnos a la cama con alguien, pero ausente, sorda y muda, cuando la patronal nos da por el culo hasta dejarnos el ojete como la bandera de Japón y nos quieren privatizar hasta el aire, y si no al tiempo. Esa izquierda, esa izquierda mía, esa izquierda nuestra. Me ha tocado ese agrio privilegio, disentir.



Tampoco es que me haya leído todo lo habido y por haber sobre el tema, tengo vida y además la verdad tiene la incómoda costumbre de mutar al pasar por cada una de las bocas y los dedos que la intentan contar, por no hablar de agencias de inteligencia, publicistas y medios de información. Casi que no merece la pena, demasiadas piedras entre tan poco garbanzo. Yo prefiero hablar desde lo que me manda la patata y la quijotera, sin dar fe de notario. ¿Qué no, que eso no está fundamentado y es faltar al rigor? Vale, pues te pongo un ejemplo que seguro que conoces a la perfección. Baja al párrafo siguiente, si eres tan amable.

Todo quisqui ha experimentado una ruptura amorosa o eso espero. Y digo eso espero porque para experimentarla primero hay que vivir el amor romántico en su más idílica acepción y pobre del que no. Pobre del que no porque se está perdiendo una de las más excelsas, enriquecedoras y vívidas decepciones de la evolución humana. Quiero decir, está el pulgar oponible, el gen ZP2 activado y las hostias que nos pegamos por querer hacer el amor y no follar simplemente como monos, que es lo que somos, y tener que adornarlo con esa suerte de trampantojo barroco en colores pastel que solo tapan, momentáneamente con una débil capa de yeso, la verdad de la carne y su propósito biológico. Pero ese es otro tema, que me distraigo. Que los más han vivido una, ¿no? ¿Y qué pasa después de una ruptura romántica? Yo te lo digo que tú tiendes a mentir, propósito biológico, como si no hubiera un mañana: la verdad se diluye como la cara de Toht en “En búsqueda del Arca Perdida” entre tanta versión, conjetura, argumento torticero y búsqueda de simpatías. Llega un momento en que ni la pareja implicada sabe bien lo que pasó, puesto que el cerebro es muy hábil tapando la mierda y enmascarándola con una suerte de trabajo de fin de curso escolar saturado de cartulinas de colores y serpentina. Uno de esos con títulos rotulados con plastidecor y con las letras regordetas y muy juntas, manuscritas, en las que la mitad de la familia ha pegado algo con el pegamento ese de barra, no con mucho convencimiento. La chapuza que es aplaudida por el resto de la clase porque en realidad les importa un pepino pero que a uno le sirve para poder mirarse al espejo cada mañana y los tuyos han cumplido con lo mínimo y también pueden mirarse al espejo con tranquilidad intranquila. Un seis o un siete, lo suficiente para pasar el finde. Pues bien, si eso es así a baja escala, mundana por decir algo, imagínate lo que podrá hacer el fanatismo ideológico: “Al niño lo ha dejado la mujer porque ella es un putón, ¿sabes?”

Ahora, para unos, Thomas Matthew Crooks será el putón y para otros Donald Trump será el putón. La verdad se irá diluyendo entre miles de bocas y dedos, de documentos compulsados y de investigaciones partidistas o no tanto, vete a saber. La verdad, la única que podemos constatar, es que uno está muerto y el otro vivo, punto. El resto solo se puede dejar a la imaginación, a la simpatía y al interés, aunque claro, también a las buenas intenciones. Yo no soy muy de creer en las buenas intenciones porque siempre están apadrinadas por alguien.

Pero aún así, como en tu caso, yo, como “décimo hombre”, estoy obligado a defender la tesis de que todo pasó como cuenta el relato oficial y punto. El Trump ha sido víctima de un loco y punto pelota. El Trump es una víctima y san se acabó. Los otros tres son colaterales, que siempre habemos colaterales, cuchi, los habemos. Se fueran puesto en otro sitio. Ahora declaro al Señor Naranja, nada que ver con el personaje que interpretó Tim Roth en “Reservoir Dogs”, ni de coña, como mártir del pabellón auditivo y futuro presidente del Salvaje Oeste. Poca sangre le ha costado volver a subirse a la burra. Perdón, al corcel democrático estadounidense.

P.D.: Da vergüenza, lo sé, pero hay que hacerlo porque vivimos los tiempos en los que vivimos: Desde aquí condeno toda acción violenta contra cualquier persona y por cualquier motivo y eso... toda la retahíla. Come sano, pasea veinte minutos al día y no fumes. Sobre todo, no te grabes en las redes sociales diciendo qué cosas, mejor ponte medio en bolas o bailando mal, que eso no se puede utilizar en un tribunal en tu contra. Por ahora.