¡Ven! ¡Ven acá pa cá! Te lo cuento pero no se lo digas a nadie: “Yo tuve de chavea una banda de rock porque quería ligarme a una tía.” Punto y pelota.
Estaba más enamorao que el borrico de las gaseosas, anjalico mío yo.
Mi primera opción en vías de la seducción no fue una banda de rock, coño, no lo fue. ¡Carajo, no! ¿A quién coño se le ocurriría? Con el trabajazo que da una banda de rock. Pero a sabiendas que ni de coña iba a tener una moto, motica o motarra, ni ropa de esas marcas tan noventeras, ni tan siquiera uno de esas horribles camisetas de manga larga de Mango o los pañuelos esos de falso vaquero de Levi´s, ni era uno de Los doce apóstoles, ni tenía campo y piscina en cualquiera de los Puentes, ni tenía un apellido de esos de Jaén que quedaban bien después del nombre de un adolescente, ni iba a un colegio de curas y además el Focus se empeñaba en registrarme a la entrada del Triplex como a un delincuente y se reía de mis pantalones de peto (¿en qué universo, Juan, en qué universo un kinki lleva pantalones de peto, en cuál, cabronaco?) y, además, los fines de semana me tenía que apañar con trescientas pesetas, una adolescencia dickensiana, pues me dije: Rock and Roll, el carisma de los parias.
¡Mal, bienintencionado y adolescente aún no llamado Calamidad! ¡Mal! El rock and roll, ya por aquel entonces no era de parias, ni de obreros. Por aquel entonces el rock and roll era cosa de niños de colegios concertados muy enfadados con su posición de clase social media que les hacía oler las mieles del privilegio pero sin catarlas y eso los ponía furiosos como punkis un sábado noche en las puertas de la plaza de toros (cuando ya era discoteca, evidentemente). ¡Coño, pues justo eso! Ya... perdona, sí, sí, ahí le has dado. ¿Sigo o no? Sigue, sigue, perdón.
Es gracioso, tiempo transcurrido, haberse considerado uno un paria viviendo en los Jardinillos. ¡Ay, locuela adolescencia!¡Ay, el boom inmobiliario!¡Ay, la tontería!
Sigo, sigo, que te he dicho que seguía.
En fin, que realmente era mi única opción, hacerme estrella del rock and roll, no había otra, no podía competir con los pijos de Maricas y de Alto Castigo. Además, yo ya dibujaba y leía y tenía pretensiones artísticas porque pertenecía a ese tipo de niño sensible e introvertido que no sabe darle dos patadas seguidas a un balón y que desde los seis años ya andaba con chepa porque le daba vergüenza hasta tocar al porterillo de su propia casa. En realidad estaba en la punta de lanza de la lógica. En realidad estuve acertado, en realidad discurrí fino.
Que, ¿qué cultura musical tenía yo como para lanzarme así a la jungla asfaltada del rock? Ninguna, no tenía ni puta idea de música o de grupos o de músicos, ni puta idea. Pero como el amor lo puede todo cuando tienes las alcántaras llenas hasta rebosar y la quijotera a reventar de chominás romanticoides, ni me paré a pensarlo.
Mi discoteca consistía en un vinilo de Mecano, el de “Mecano”, y otro de George Michael, ese en el que hay una canción que parece que dice “es que mire usted” que le regalaron a mi padre con la compra del equipo de alta fidelidad. Luego cintas de cassette originales compradas en Galerías Preciados, por a saber quién, que incluían el “Bad” de Michael Jackson, el “Que dios reparta suerte” de Gabinete, las de Loquillo y los Trogloditas, una de Jeanette con pinta de ser de gasolinera y una que me grabó mi primo el jevi de los “Wasp”, creo recordar que con el “Inside the Electric Circus“. Mi madre tenía discos de Nino Bravo, de Serrat, de Elvis y la colección Deutsche Grammophon, premonitorio, de clásica y una colección modesta de sus vinilos de 45 de los guateques con los Bravos, los Brincos, los Alameda, etc... No mucho. Me dejo lo más importante e influyente para el final. Me lo dejo porque es realmente relevante. Me dejo la cinta TDK que grabé de la radio antes de que me enchochara de la chorba, antes de que fuese consciente de que era capaz de enchocharme, antes de que supiera lo que era el rock and roll y antes de que me percatase de que vestirse con la ropa que le gusta a tu madre no era guay y antes de ser consciente de lo importante que es pertenecer a grupos, clanes y tribus, antes de que nada importase salvo lo que me gustaba. Esa cinta TDK tenía (era de las buenas, una cromo), incluidos comentarios de locutores, por supuesto, y aquí me pongo de pie y me quito el sombrero: “LA woman” de The Doors, intrigante, “Immigrant song” de Led Zeppelin, premonitorio de nuevo, “Aqualung” de Jethro Tull, curioso, “I Don't Want a Lover” de Texas, contraproducente, y por supuesto, y aquí se me saltan las lágrimas, “Mar adentro” de Héroes del Silencio, revelador, entre otros. Todo esto lo sé ahora, en su tiempo eran canciones y ya.
Pues, ¿cómo no va a ser?, niño, ¿cómo no va a ser? Si ya antes de encoñarte a lo loco y sin calzones esos son tus referentes, pues te pones trágico, sobre todo si el asunto toma cariz de telenovela venezolana. Y ahí me puse trágico. Hasta tal punto me puse trágico que la chica que venía a casa a ayudar a mi seña madre, clase media, un día le dijo: “Tu hijo es siniestro, ¿no?” Esa mujer era muy diestra en sus comentarios, mucho. No decir más que a la habitación más fría del piso la apodó La Siberia. Se encuentran genios en los lugares más humildes y siempre trabajando.
Así que me puse trágico. Si no tienes pasta y si además te vilipendian, así, sin un por qué, ponte trágico. Luego descubrí que a eso se le llama bohemia y antes se le llamó nihilismo y antes, vete a saber... me lo estoy inventando sobre la marcha.
Mientras escribo lo que a nadie le interesa, estoy escuchando a Sarria. ¿No lo conoces? ¡Por favor! Es un músico andaluz de los sesenta y setentas que vive en el presente para nuestro regocijo. Anda, échale una oreja.
Lo bueno de ponerse trágico es que no necesitas saber tocar. Solo precisas de poner posturitas y vestirte de negro. Rock bendiga al Punk y a su ahijado el Grunge. Ayuda no ser demasiado feo y poner caricas y echarte el pelo sobre la cara y dar la espalda al público es la hostia. Ponerte en modo Jim Morrison también echa una mano, que se lo pregunten al Enrique.
Y, ¡sorpresa! Me flipaba la música, no, perdón, me flipaba cantar, me volvía loco. ¡Joder, me ponía en éxtasis como a un San Juan de la Cruz espigado, melenudo y enfervorecido! Sin llegar al guapismo guapi de carteles sevillanos para la Semana Santa, eso es pasarse. Vaya, vaya... interesante.
Así que cogí a mis amigos y les comí la cabeza todo lo que pude o ellos me comieron el tarro a mí, eso ya no importa, fuimos gambas devorando gambas. Nos costó un cojón el tema de los instrumentos, los locales, los dedos en las guitarras y las caras de nuestros viejos pensando: “¡Qué habré hecho yo!” Nos vestimos de negro y nos dimos al Rock, con mesura, pero nos dimos. Nos pusimos trágicos de cara a la galería y muy payasos puertas para adentro. Y lo disfrutamos, mucho.
Recuerdo un día que yendo para el ensayo, todos de negro riguroso y cara de tener la tripa regulera, un agüelico, a la altura de la catedral, nos preguntó: “¡Nenes! ¿Quién se ha muerto?”
Y yo, muy en mi papelaco de líder de formación, le respondí: “Nuestras esperanzas.”
¡Toma ahí! ¡Cuchi qué tontaco y qué existencialista de medio pelo y qué Charles Manson de mercadillo pero qué engustao vivo! Me sigue gustando mucho ese jovencico que ya no soy y lo echo de menos. No era muy listo, un holgazán, un embaucador y un peliculero pero ponía la patata a todo lo que hacía sin escudo de por medio, ponía toda la puta patata. Y ese mismo tontarraco, tras soltar su respuesta supuestamente ingeniosa, giró la cabeza porque le dio reparo, claro, es de ley cuando vas de listo, y justo ahí es cuando, ese tontarráncano, vio un cartel del ciclo de conciertos de rock de la discoteca San Carlos. ¡Toma, toma!
“¡Ahí, sí! ¡Ahí, sí que me verá! ¡Tiene que hacerlo! ¡Ahí, sabrá que todo ésto, que todo lo demás y todo en general es por ella, solo por ella! ¡Ahí, justo ahí, lo sabrá! ¡Qué me cuelguen si no!”
Sí, de chavea monté una banda de rock and roll porque estaba encoñado vivo y, ¿quién no? ¿Quién, en su sano juicio, no hubiese hecho lo mismo? Cualquiera, en su sano juicio, hubiese hecho justo eso y nada más. Cualquiera, en su sano juicio, hubiese mandado su vida a la mierda por eso, evidentemente. Amén.
Y llegó el día de nuestro concierto en la San Carlos...
Lo dejo aquí porque me está dando flojera y ya llevo un ladrillaco tocho. Ya seguiré la semana que viene si me apetece.
¡Coño, vale! Que también es que tengo la serie a media temporada y me están comiendo los nervios.
Pero ésto, ésto, te lo he contado en confianza. Así que no me jodas y no se lo cuentes a nadie.
Punto en boca. Entre tú y yo, júralo. No me jodas.
P.D.: La música de ahora nos parece una mierda, eso es así, pero igual tenemos que preguntarle a los chabeas que por qué les gusta, igual tienen sus motivos. Igual están encoñaos.