El ángel se presentó aquella noche fría saliendo de entre las sombras más negras dibujadas por las olivas cercanas. En corro algunos pastores descansábamos del largo día de faena. Hablábamos poco y solo de vez en cuando alguien se levantaba para animar el fuego que nos calentaba. No era la primera vez que acudía a nosotros. Recuerdo que hace un año también se presentó en una noche bien distinta. Supimos que era ángel desde su primera visita, no recuerdo la fecha exacta, por su facilidad para dar enormes saltos en los que materialmente volaba a la vez que tocaba las cuerdas de la lira que siempre llevaba colgada en su costado. En una ocasión algún pastor del grupo le pidió que además del enorme salto con el que alcanzaba las copas de aquellos árboles diera alguna pirueta, una vuelta sobre sí mismo, en fin algo atlético más aún que el propio vuelo volador, y entonces lo hizo, dio tres vueltas sobre sí mismo pero con la mala fortuna de soltar la lira en los giros y que esta perdiera un par de astillas de uno de sus brazos al chocar violentamente contra las piedras del suelo. Aquello no le hizo mucha gracia, al momento. Más tarde, al tañerla y observar que su sonido no había perdido cualidad alguna, se recompuso y nos suplicó perdón por su salida malhumorada impropia de un ángel, como él mismo definió. Quiero decir con esta pequeña anécdota que nos conocíamos y la confianza era mutua entre pastores y ángel y viceversa. Y también que sus apariciones tan calcadas siempre unas de otras dejaron de sorprendernos y era francamente uno más de los nuestros, como el propio Scorsese diría.
No volvió nunca más a nuestra reunión en ninguna noche siguiente. Aquella fue su última vez pero su conversación, lo que nos dijo que ocurriría tras su marcha, quedó grabado para siempre en nuestra memoria y, la emoción que nos produjo, en nuestros corazones.
El tono de su charla siempre fue amable. Yo elegiría esa palabra si solo una tuviera que utilizar para definirlo, amable. Si me preguntaran sobre sus saltos, que en realidad eran vuelos, soberbios. Si me pidieran opinión sobre su lira, deplorable. Pero lo que nos decía, que es lo que importa, era siempre tan confortable, su oralidad tan cálida como las ascuas que nos calentaron aquella noche última, que compensaba cualquier otro defecto.
El ángel se levantó y nos dio un abrazo también cálido como sus palabras. Nunca comprendí cómo podía transmitirnos ese calor dada su escasa, casi nula corpulencia sostenida por una suerte de prodigiosa naturaleza, pues solo un aire de fuerza desconocida y vital podía mantenerlo erecto. Se marchó por entre las mismas sombras de su llegada. Su lira quedó olvidada sobre unas ramas como un sello imborrable de su existencia entre nosotros. Al principio no supimos qué hacer con ella pues ninguno de nosotros sabía tocarla ni conocíamos a nadie que le pudiera interesar. Guardarla en cualquiera de nuestras casas levantaría sospechas y lo del ángel era un asunto reservado y secreto entre nosotros. La echamos entonces a la hoguera. Las cuerdas se tensaron al caer sobre un leño y emitieron cuatro sonidos efímeros y atonales que el ángel ya hubiera querido sacarle. Era malo con la lira.
El grupo se disolvió entonces. Algunos se dirigieron hacia el enorme resplandor que se adivinaba cerca, una iluminaria desacostumbrada en estos días de frío. Se oían pitos, pensé en una agrupación de ángeles con el mismo nivel técnico del nuestro, producidos por flautas o cañas y algunos panderos. Yo preferí dejarlos y volver a la casa. En el corto camino que debía recorrer las palabras del ángel fueron tomando carne, o para decirlo con la misma precisión del volador, el verbo se hizo carne. Así, entre las zarzas y arbustos próximos al río le vi las nalgas al descubierto, en cuclillas estaba, aliviándose seguramente, al bueno de Yassir. Ya el ángel nos había advertido de su estreñimiento. Continué sin decirle nada para no avergonzarlo. Pensé entonces que también el río luciría plateado esta noche de fenómenos extraños y desconocidos anunciados. Tras el culo de Yassir vendría el río plateado, seguramente. Era la segunda advertencia y ahí estaba, como una extensa lámina de plata, más limpia y pura que las del templo, y en las orillas jugando y saltando muchos peces haciendo tirabuzones y penetrando en esa extensa capa reluciente una y otra vez como si se atrevieran a beberla para revestirse ellos también de iguales brillos y reflejos. Y el romero, claro. Entre los juegos de los peces y el río de plata el romero florecía con nocturnidad y alevosía, pensé, pero ahí estaban esas flores nacidas a la luz poderosa de aquellas fenomenales energías fluviales. En el centro de todo, una estrella guiaba a unos viejos sabios, pues tenían largas barbas, hablaban lenguas extrañas y portaban catalejos y pergaminos, hasta el lugar del resplandor en el término atribuido a Stephen King.
Mi casa estaba a cuatro pasos de las nalgas de Yassir y del río plateado. Tuve que pasar delante del horno de Pedro, el incansable y laborioso panadero, metiendo y sacando sin parar la pala larga con panes a medio hacer siempre, después por el taller de los pucheros y lebrillos de barro junto a la carpintería en la que dos hombretones hacían correr en un vaivén eterno una gran sierra que nunca cortaba nada. Aquella noche, tan cercana ya al fin de este cuento, Herodes en persona, a las puertas de un castillo impropio, protegido por solo dos soldados romanos, pensaba en cuándo llevar a cabo su cruel carnicería pues el modo ya lo tenía más que resuelto. Tras el castillo las montañas nevadas a base de talco. Pude entrar por fin en mi casa y recordar entonces que todo aquello lo había vivido en años anteriores, que todas las piezas se mantenían indemnes, algún que otro desconchón, pero dispuestas para nuevas entregas, que pronto volveríamos al lugar propio del ostracismo y el olvido, almacenadas entre pajas y burbujas en el interior de una caja de Biedma (o Viedma con uve según Uclés), en el altillo de cualquier mueble con altillo, a la espera de otro año en el que el mismo ángel, saliendo de entre las sombras nos anunciare nuevamente grandes acontecimientos, los mismos de todos los años, convencidos de su singular aporte a la cultura que todo negro venido del Sahel deberá conocer, respetar y creer para ser admitido entre nosotros.