Política con Sur

Manuel Palomares

¿Democracia en Black Friday? Cuando los partidos dejan de servir a España

Una democracia sana necesita partidos que respondan a sus militantes y a su país, no a tutelas externas ni a cálculos identitarios que colonizan instituciones

En este 50 aniversario de nuestra democracia, resulta inevitable preguntarse si los partidos que hoy ocupan nuestro escenario político están a la altura del legado que heredaron. La Constitución reconocía el pluralismo político como garantía de libertad y como motor de una convivencia enriquecida por la diversidad. Sin embargo, lo que fue concebido como un instrumento noble al servicio del bien común, parece haberse transfigurado en algunos casos en herramientas destinadas a tensionar el propio sistema que les dio cabida.

Porque, ¿qué sucede cuando determinadas formaciones nacen no para fortalecer la Nación, sino para socavarla desde el independentismo? ¿Qué ocurre cuando sus estatutos no evocan la construcción de un proyecto compartido, sino el propósito explícito de quebrar nuestra unidad nacional, regional o provincial, apropiarse de instituciones estratégicas y manipular la opinión pública desde trincheras ideológicas? ¿Y qué decir de quienes, amparados en la lógica parlamentaria, convierten el Congreso en un mosaico de intereses territoriales dispersos (V.G: los de la “España vaciada” que senatifican el Congreso) que distorsionan la voz del conjunto de la ciudadanía?

Hay quien pretende que aceptemos como normal que la estabilidad sea rehén de minorías que solo responden ante su clientela particular entre sus más allegados. Se nos invita a convivir con la idea de partidos impermeables al relevo, que desheredan a sus militantes de la palabra, compañeros que traicionan, cerrados al debate interno, herramientas del poder antes que expresiones de la sociedad en donde aún siguen existiendo valientes que defienden el valor superior del pluralismo político y la democracia interna, de momento.



Pero la democracia no puede sostenerse sobre estructuras fosilizadas ni sobre chantajes territoriales. Una democracia sana necesita partidos que respondan a sus militantes y a su país, no a tutelas externas ni a cálculos identitarios como los que colonizan instituciones (CIS, INE, medios...) cuando no las dinamitan (FGE, CGPJ, RTVE…). Flaco favor al partidismo que originaron nuestros constituyentes.
Cuando se recupere la grandeza del debate, el valor de la palabra y la ambición de servir a España por encima de cualquier otro interés, volveremos a ver aquella energía reformista y esperanzadora que iluminó la Transición. La revolución de lo cotidiano, de lo sensato, de lo estable, no es una nostalgia: es el camino para reconstruir la confianza perdida y devolver a los partidos su función original en una democracia madura, en España, en Andalucía o en Jaén.