Definir un acto individual como grande o pequeño no deja de ser un criterio subjetivo, porque depende del baremo de comparación. El escenario informativo global en el que estamos inmersos de manera angustiante a todas horas, introduce la percepción de la inmensidad del conjunto, de tal manera que en ese escenario superlativo, la dimensión individual se vuelve minúscula y en consecuencia se decide que, dada la magnitud, nuestra acción es insignificante y se deja pasar la oportunidad de actuar.
Así es habitual clamar (con razón) por las decisiones y acciones que deben llevar a cabo los responsables institucionales e inhibirse de hacer algo a nivel particular, porque al fin y al cabo una sola acción no modifica la situación del conjunto. Sin embargo esta actitud es un grave error.
Sin rebajar un ápice la importancia de las decisiones y actuaciones de los dirigentes públicos, no es menos importante que cada cual pueda ser protagonista de sus acciones individuales. Son innumerables los ejemplos de situaciones en los que el cambio viene de la suma de los hechos individuales. Además, la importancia de los pequeños actos dejan un agradable rescoldo interior. Es reconfortante sentirse parte de la solución y no parte del problema. Y las limitaciones que hay que superar para hacer lo correcto son el mejor estímulo para ir activando las propias capacidades. Este es uno de los efectos de lo que en filosofía oriental se conoce como karma-yoga, la acción guiada por la rectitud.
Recientemente tuve de nuevo la oportunidad de experimentar la gratificante sensación de hacer lo correcto a través de pequeños actos, en otra plantación participativa organizada por la asociación de voluntariado GEA, en ayudar en el comedor social de Cáritas donde prestamos apoyo o en la campaña de juguetes de Nueva Acrópolis. Y efectivamente, plantar unos pocos árboles autóctonos, ayudar con el hambre de unas pocas personas o facilitar el juego de un puñado de peques no resuelve el grave problema de pérdida de biodiversidad, de injusticia social o de pobreza infantil, pero son acciones que forman parte de la solución.
La importancia de los pequeños actos radica en eso precisamente, que son pequeños, que están dimensionados a las posibilidades de cada uno y por tanto permiten que cada cual pueda ser protagonista de lo bien hecho. Cuando la capacidad de resolver los problemas de la sociedad sólo está en manos de unos pocos, surge el riesgo de la manipulación o el desamparo. No podemos renunciar a hacer lo correcto mediante pequeños actos. Es la insignia de nuestra libertad.