Preferiría no hacerlo pero lo hará. Le gusta poco Vox, pero no tan poco como arriesgar su investidura negándose a sentar a Macarena Olona a su derecha como vicepresidenta de la Junta de Andalucía. A Juan Manuel Moreno Bonilla se está poniendo cara de Alfonso Fernández Mañueco.
No hay ni una sola encuesta que presagie que Moreno puede obtener en Andalucía un resultado parejo al logrado por Isabel Díaz Ayuso en Madrid en mayo de 2021. Todos los sondeos coinciden: el PP andaluz necesitará indefectiblemente a Vox para que su candidato sea investido de nuevo presidente.
Eso significa que el de Andalucía será, tras el de Castilla y León, el segundo Gobierno autonómico de coalición del PP y Vox, lo que a su vez augura que ambos partidos podrían gobernar conjuntamente en España si en las legislativas de 2023 suman mayoría absoluta. Mal asunto: Castilla primero, Andalucía después y puede que España más tarde, gobernadas por un partido que se mira en el espejo de estadistas pardos como el húngaro Viktor Orbán.
En su libro ‘Gente de orden’, el periodista y escritor catalán Cristian Segura se refiere al independentismo de Puigdemont como el “nacionalismo cabra”. Pero eso es al norte del Ebro; al sur, el patriotismo cabra lo encarna el españolísimo Vox, reflejo cóncavo de JuntsxCat. Si los héroes clásicos reflejados en los espejos hendidos del callejón del Gato daban el esperpento, la política convencional deformada por la ira y el resentimiento dan a Carles Puigdemont o a Santiago Abascal, mayoritariamente votados ambos por gente de orden.
Ciertamente, los principios doctrinales del presidente andaluz no tienen la misma firmeza que los de un mártir cristiano del siglo III que prefería morir devorado por los leones de Diocleciano antes que abjurar de su fe, pero esa circunstancia es más un síntoma de los tiempos que le han tocado en suerte vivir que un defecto personal de Juan Manuel Moreno. La política se ha hecho hoy tan descarnadamente pragmática que los principios doctrinales que rigen en los partidos rarísima vez dejan de estar supeditados a las leyes de hierro del mercado electoral: generalmente, cuando un líder renuncia a aliarse con algún otro poco recomendable no es porque su ética se lo impida, sino porque tal alianza podría ocasionarle graves pérdidas electorales.
La última encuesta conocida que confirma la pujanza de Vox ha sido el Barómetro Andaluz, que aunque viste ropajes institucionales nunca ha dejado de estar bajo sospecha porque la cocina de los datos obtenidos en las 3.600 entrevistas se realiza bajo supervisión de San Telmo y porque, al contrario de lo que sucede con las encuestas del CIS, los investigadores independientes no tienen acceso a los microdatos que les permitirían formular sus propias estimaciones de voto.
El Barómetro presagia un 35 por ciento de los votos para el PP y casi un 20 para Vox, un partido que en una fecha tan cercana como diciembre de 2021 el mismo sondeo le atribuía algo menos del 11 por ciento. En apenas cuatro meses, pues, los ultras casi han doblado sus expectativas electorales. Lo extraño no es que Vox tenga ahora un 19 por ciento; lo extraño es que tuviera un 10,9 en diciembre.
En el análisis titulado ‘Castilla y León anima el patio andaluz’ ya nos preguntábamos cómo era posible que un partido como Vox, que en Andalucía había obtenido un 20 por ciento de los votos en las generales de 2019, sumara poco más de la mitad de ese porcentaje si las elecciones eran autonómicas: “Sería la primera vez en la historia electoral andaluza –escribíamos– que un partido de alcance nacional obtenía resultados tan dispares –¡casi 10 puntos!– según se trate de generales o de autonómicas”.
Voces sigilosas de palacio susurran por los corredores que cunde el pánico en San Telmo. No hay indicios de que ese 20 por ciento ahora tiene Vox vaya a menguar. En el PP nadie olvida que los ultras les empataron en Andalucía en las generales de noviembre de 2019. Esta sería la razón principal de que Moreno se haya decidido a adelantar las elecciones en junio, en vez de posponerlas a octubre como era su intención tras el fiasco de Castilla y León. Atendiendo al Barómetro último, Vox sigue claramente al alza, y si persiste la tendencia, esperar a octubre puede ser letal.
La urgencia que le ha entrado súbitamente a Moreno con los presupuestos de 2023, que no habría tiempo de elaborar y aprobar si las elecciones se dejan para octubre, suena a búsqueda desesperada de nuevos argumentos para justificar el adelanto tantas veces negado. Dice Moreno que a él solo le guiará el interés de Andalucía cuando tenga que decidir la fecha electoral; es lo que han dicho siempre todos los presidentes y es lo que los electores nunca han creído. Unos lo siguen diciendo y los otros siguen haciendo como que lo creen. Así es el juego. Tampoco es ningún drama.
En todo caso, Moreno no necesita rebuscar mucho para justificar el adelanto: la legislatura está agotada desde que en el cuarto trimestre de 2021 Vox le retirara su apoyo. En buena lógica, los electores no tienen por qué castigar la apertura anticipada de las urnas; lo malo, claro, es que la lógica hace bastante tiempo que huyó espantada de la política, de cuyos cóncavos espejos ha surgido como por arte de magia ese ‘patriotismo cabra’ que hoy vela armas a orillas del Guadalquivir preparando el asalto a San Telmo.
Antonio Avendaño
Régimen AbiertoA Moreno se le ha puesto cara de Mañueco
Voces sigilosas de palacio susurran por los corredores que cunde el pánico en San Telmo: no hay indicios de que el 20% que ahora tiene Vox vaya a menguar
Moreno y Mañueco.