Juan Marín es un vicepresidente difunto al que al que -por astucia, por piedad, por buena educación- el presidente Juan Manuel Moreno sigue tratando como si continuara vivo. El líder andaluz de Ciudadanos pasea su espectro anaranjado por los adustos corredores y galerías del palacio de San Telmo, aunque, como el cadáver reciente que todavía es, tal vez se sorprende de que todos aquellos con quienes se cruza lo saluden con la cortesía, la obsequiosidad o el respeto con que lo hacían cuando todavía era un hombre de carne y hueso y no un alma en pena.
No fue mérito ciertamente de Juan que Cs obtuviera 21 diputados en las elecciones andaluzas de hace cuatro años, pero tampoco es demérito suyo que en los comicios de junio su partido se quede o esté a punto de quedarse sin representación. El éxito de Marín en 2018 se debió a la audacia, el talento y la suerte de Albert Rivera; del mismo modo, su fracaso de 2022 se deberá a la soberbia, la estupidez y el despecho de ese mismo Albert Rivera que en solo seis meses seis, los transcurridos de abril a noviembre de 2019, demostró que, como dijo el sabio, un hombre es muchos hombres: “Yo, que tantos hombres he sido…”, etc., etc.
Aunque remota, existe todavía la posibilidad de que Cs salve los muebles en las autonómicas andaluzas donde PP y Vox se disputarán la hegemonía de la derecha. ¿Salvar los muebles? ¿Qué muebles? He ahí el drama: Cs es hoy únicamente sus muebles: no queda nada más del emporio de antaño; donde hubo una bonita casa ahora solo hay un montón de escombros. Juan Marín es uno de esos funestos cascotes, el último mueble del ajuar andaluz de Cs.
El Miércoles Santo, en Málaga, el presidente Moreno contaba que había tenido una larga conversación con su vicepresidente para trasladarle las razones por las que ahora, en contra de lo que le había prometido, se está pensando adelantar las elecciones al mes de junio. Honran en lo personal a Moreno tales explicaciones, pero su valor político es escaso o casi nulo porque no son las palabras de un presidente a su vicepresidente sino las de un vivo a un difunto, a alguien que en el mejor de los casos escucha respetuosamente a su interlocutor pero cuya boca está sellada: ya no puede hablar porque, aun en el caso de poder articular palabras, no vale la pena intentarlo porque su valor en el mundo de los vivos es ninguno.
A estas alturas, Marín ya debe saber que los cráneos privilegiados de su partido en Madrid y él mismo en Sevilla negociaron mal el Gobierno andaluz de coalición. El PP tenía 26 diputados y Cs 21: las cifras eran lo bastantes parejas como para que, como se hizo en varios ayuntamientos, Cs hubiera exigido presidir la Junta de Andalucía durante la mitad del mandato: dos años el PP y dos años Cs. De haberse plantado, Marín tal vez lo hubiera logrado, pero el vicepresidente no es hombre de plantarse.
Nadie entonces en Cs Andalucía pareció pensar en un 2+2. Aun así, seguramente habría dado igual, pues en aquel remoto diciembre andaluz de 2108 ni los más extravagantemente fantasiosos podían imaginar que el capitán Rivera estrellaría el flamante bajel naranja contra los acantilados. Pocas veces en la historia mundial de la navegación política se habrá visto maniobra tan disparatada y suicida como la intentada por Rivera, y no en medio de una galerna infernal sino con un mar en completamente en calma.
Marín no se asoció con el PP: fue abducido por él, como dicen que hacen las naves extraterrestres con los humanos excesivamente confiados. No quiso, no pudo o no supo hacer valer sus 21 escaños. El político templado que, con flema británica, había conseguido arrancar valiosas concesiones al Gobierno de Susana Díaz se contaminó pronto de la cultura antisocialista del Partido Popular: como su enloquecido capitán Rivera, Marín no supo ver que el futuro de Cs residía en no caer jamás en la tentación de convertirse en un partido ni anti PP ni anti PSOE. Político quisquilloso y cabal con sus socios parlamentarios socialistas, la entrada en el Gobierno presidido por Moreno hizo de él un político dócil, acomodaticio e imposible de diferenciar del PP, mimetizado hasta tal punto con el oso que lo abrazaba que no advirtió el funesto desenlace que padecen los incautos que se dejan abrazar tan fogosamente por alguien mucho más poderoso que ellos.
En sus buenos tiempos, Marín daba como pocos políticos el perfil que necesitaba un partido como Cs: prudente, moderado, no apolítico pero sí con el mínimo de ideología, ni de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario, nacido para bisagra más que para puerta. ¿Quién iba a imaginar que la bisagra acabaría convertida en ataúd por haber querido convertirse en puerta?
Antonio Avendaño
Régimen AbiertoRéquiem de Viernes Santo por Juan Marín
Cs nació para bisagra, no para puerta. ¿Quién podía imaginar que la bisagra acabaría convertida en ataúd por haber querido convertirse en puerta?
Foto: EXTRA JAÉN
Juan Marín.