Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Con otra cara

En la misma semana en la que se han conocido las inspecciones laborales sorpresa en las conocidas como las "Big Four" (las grandes asesorías del país)...

 Con otra cara

Foto: EXTRA JAÉN

Feudalismo.

En la misma semana en la que se han conocido las inspecciones laborales sorpresa en las conocidas como las "Big Four" (las grandes asesorías del país), y lo que esto revela sobre nuestro modelo productivo y laboral, hemos podido también conocer los datos completos de la última encuesta del CIS, que ofrece información más interesante que la mera cocina de Tezanos sobre intención de voto y la distancia entre PSOE y PP.

Esta otra cara del CIS nos habla, por ejemplo, de las preocupaciones de los españoles y de cómo han evolucionado en los últimos años. Así, hace cuatro años, nuestras tres mayores preocupaciones eran, por este orden, el paro (que afectaba al 29% de la población), los problemas económicos (al 22%) y la sanidad (al 12%). Pasado un tiempo, con una pandemia y diferentes crisis de por medio, los principales problemas de los españoles siguen siendo los mismos aunque en diferente orden y, sobre todo, afectando a diferente porcentaje de la población. Y aquí está lo significativo. Actualmente, nuestro mayor quebradero de cabeza son las preocupaciones de índole económica, que afectan ya al 45% de los españoles. La Sanidad ha pasado a ser el segundo, afectando al 22%. Y el paro ha descendido al tercer lugar, señalado por el 16% de nosotros.

Lo interesante, independientemente de que como al resto de la encuesta del CIS se le pueda discutir su sesgo, es que estos datos señalan una tendencia que se aprecia en el día a día y en los datos del paro y las encuestas de población activa: nuestro mercado laboral avanza hacia la estabilización del empleo precario. Es decir, trabajan más españoles y durante más horas pero ganando menos, sin que los salarios sean suficientes para atender nuestras necesidades y la de los nuestros, por lo que la preocupación por las dificultades económicas aumenta.



Por otro lado, y a pesar de unos datos sobre inflación general que indican que ha descendido por la influencia de la energía y los combustibles, los precios de nuestro día a día han subido, y siguen subiendo, lo suficiente para que nuestro poder adquisitivo baje a niveles desconocidos en décadas. Así, hemos llegado a un punto en el que, efectivamente, podemos considerarnos unos trabajadores pobres que no disponen de más horas, ni de energía, para lograr otros ingresos de otros trabajos.

Además, el deterioro de los servicios públicos, en general, y de la Sanidad en particular, cuya importancia tras la pandemia ha aumentado significativamente (estamos más concienciados sobre la importancia de permanecer sanos), hace que nos preocupe especialmente no recibir la atención necesaria ante un problema de salud vital. Como pobres que somos, sabemos que sin Servicios Públicos, sólo nos queda apretarnos el cinturón para poder acceder a seguros privados baratos y obtener algo de tranquilidad en ese sentido. Y esto nos hace empobrecernos más, a los que puedan. Por ello, el problema de la Sanidad, y ya lo hemos comentado en otras ocasiones, es un problema político que va más allá de lo humanitario o ideológico. Se trata simplemente de que si a una gran parte de los españoles (los que habitualmente son llamados, y se consideran, clase media), ya empobrecidos por el modelo laboral y los precios, se les obliga a hacer frente a gastos sanitarios para compensar el deficiente servicio sanitario público, se les está condenando económica y socialmente. Un problema político y democrático que irremediablemente estallará.

Este escenario, que es el que viven muchos españoles, es el que reflejan los datos objetivos y las sensaciones ciudadanas cuando se contempla el cuadro al completo, más allá de las noticias sobre la mera reducción del paro o del aumento de los nuevos contratos "indefinidos", tan fáciles de destruir como los antiguos contratos parciales. Este es el motivo de que se haya extendido la percepción de que, teniendo trabajo, por muy precario y explotador que sea, tenemos menos derecho a quejarnos, porque ya habrá otros ciudadanos que se encuentren en una situación peor.

Dicho de otra forma, parece que progresivamente todo se desmorona, pero al menos lo hace con otra cara y otros datos laborales. Por algo, otros de los datos de la encuesta del CIS refleja que "la incertidumbre ante el futuro, la inseguridad y el miedo al futuro" han pasado de afectar al 0,8% a hacerlo a un 5,3% de la población.

Como puede verse, gran parte del problema viene por un modelo productivo desequilibrado, cada vez más monopolista y que favorece las desigualdades (productos, materias primas, precios, etc.), y un mercado laboral fallido, con sueldos de miseria, explotación y "oportunidades" sólo para unos pocos, aunque estas oportunidades sean parecidas a las que han tenido los también explotados de las "Big Four". Los mismos que esta semana defendían sus aterradoras condiciones, sintiéndose privilegiados por, al menos, trabajar para grandes y modernas empresas, olvidando quizás que quienes más deberían temer a la digitalización y a la inteligencia artificial no son las limpiadoras, los cuidadores o los fontaneros, sino estos "enchaquetados", fácilmente sustituibles por software, bots y algoritmos.

En definitiva, lejos nos queda ya aquella idea sustentadora del liberalismo político según el cual la relación laboral se basaba en un contrato justo y conocido entre las partes, para diferenciarse así de las condiciones de esclavitud propias del feudalismo. En nuestro modelo actual, avanzamos hacia ese pasado esclavo, aunque con otras posibilidades más modernas, lo que quizás nos debería hacer estar "más contentos" y no estropear las encuestas del CIS con nuestras preocupaciones. Pongamos otra cara, sonriamos y no nos quejemos porque, aunque pobres, al menos trabajamos.