Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Enfermos y pobres

Desde hace años, la sanidad española, tanto pública como privada, atraviesa un proceso de depauperización planificado y generalizado frente al cual la...

 Enfermos y pobres

Foto: EXTRA JAÉN

Atención sanitaria.

Desde hace años, la sanidad española, tanto pública como privada, atraviesa un proceso de depauperización planificado y generalizado frente al cual la población no es capaz de hacer nada, ya que no siempre somos consciente de lo que ocurre, del porqué ni de sus consecuencias y porque las herramientas a nuestro alcance son escasas.

Sé que dicho así, muchos de ustedes pensarán que se trata de una exageración más dentro de otro relato partidista. Pero, si somos sinceros y tiramos de memoria, podremos comprobar cómo desde 2008, aunque empezó más soterradamente unos años antes, en cualquier comunidad de España, gobernada por cualquier partido político (y sí, meto a todos, en solitario o en coalición), el presupuesto sanitario se ha ido reduciendo y la atención empeorando. Sabemos a ciencia cierta que cuando oímos eso de que "la sanidad está fatal" no es una ocurrencia, no se dice porque gobiernen unos u otros o porque en nuestra región sea distinto. Es la realidad.

En todo el país se suceden las protestas ciudadanas y las huelgas sanitarias, fruto de una situación laboral y asistencial insostenible, y aunque los partidos sigan utilizando nuestra salud como arma arrojadiza, esa realidad nos descubre que ninguna región de España destina a Sanidad el porcentaje recomendado por organismos internacionales, especialmente la OMS, para asegurar el bienestar físico, psíquico y social de su población. Eso lo sabe usted y lo sé yo. Da igual que ahora sea el PSOE el que critique las esperas de una o dos semanas para una simple cita con el médico de cabecera, mientras el PP lo niega absurdamente, al igual que antes era el PSOE de Susana Díaz el que negaba las listas de espera quirúrgicas que todos sufríamos y el PP prometía solucionar. No importa porque el problema es otro.



¿Puede ser casualidad que la Atención Primaria esté saturada y las urgencias colapsadas al mismo tiempo en Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana, Andalucía, Extremadura, Aragón y Navarra? ¿Si los Gobiernos y la oposición son de distinto signo en cada una de ellas, se han confabulado todos contra todos y a la vez? ¿Son los sanitarios los que se inventan la saturación y el aumento de la carga asistencial de hasta un 40% o lo sufrimos todos nosotros en el día a día? En cualquier zona de España se puede ver consultas con al menos 60 o 70 pacientes al día, con una atención de menos de tres minutos por paciente y esperas de hasta 15 días para una cita. No es algo nuevo ni causado por el COVID o por Putin.

Desde hace más de una década, los presupuestos sanitarios se han reducido hasta que España ha llegado a los últimos lugares de gasto en salud por habitante de la UE. Esto provoca reducción de plantillas, falta de personal a todos los niveles, aumento de las horas de trabajo, trabajo precario y fuga de talento, lo que tiene como consecuencia una peor atención sanitaria y un empeoramiento de nuestra salud. No hay más.

Las huelgas y las movilizaciones del personal sanitario son por una mejora de las condiciones de trabajo, de los salarios pero también por la reducción de la carga del trabajo y de la posibilidad de atender correctamente a los pacientes. Todos los partidos, los que gobiernen en cada región, nos intentarán vender que las protestas están en manos de la oposición y que sólo buscan que les suban el sueldo. Harán promesas, como las que llevan haciendo años, sobre planes de profesionalización, racionalización y mejora de la atención pero la realidad, que usted y yo sabemos, es que es otra mentira más. Y esto es así porque se trata de un plan.

La Salud es un negocio. Un gran negocio. Básicamente porque es un bien, un servicio, del que ninguno podemos ni queremos prescindir. Un bien de incalculable valor porque estamos dispuestos a pagar lo que sea para estar sanos o para que los nuestros, nuestros hijos o nuestros padres, no tengan ninguna enfermedad o sufrimiento. Es decir, un enorme nicho de negocio, que alcanza a toda la población independientemente de su nivel social, económico, formativo, etc.

Hasta hace unos años, este bien no estaba en el mercado, o al menos en gran medida, porque casi toda la atención era pública, estaba en manos del Servicio Público de Salud correspondiente. Sin embargo, conforme la calidad asistencial ha ido empeorando, a los operadores privados les ha surgido la oportunidad de ofrecer el mismo servicio que se tenía antes a cambio de una módica cantidad. Hasta ahí, si uno es un gestor de servicios de salid privados, bien pero, tratándose del gestor del servicio público, ¿qué sentido tiene entonces empobrecer, ir dejando progresivamente sin presupuesto, un servicio tan importante? Sólo puede hacerse con dos objetivos reales: favorecer que operadores privados hagan negocio a cambio de empobrecer y enfermar a la población. Y en esas estamos.

Lógicamente la excusa no ha sido esta. Primero se ha inoculado la creencia de que lo público funciona cada vez peor, como si fuera algo inevitable o sin responsables. Durante años, mientras se recortaba el presupuesto y se empeoraba el servicio, se señalaban los males de la gestión pública y se insistía en la necesidad de reformas para disminuir el gasto y convertirlo en más eficaz. Y, a pesar de que se tomaban las medidas recomendadas, como se seguía recortando el presupuesto, solo se conseguía que la Sanidad estuviera cada vez peor. La gestión no ha mejorado, los problemas han empeorado y la atención es mucho peor. Enhorabuena a los gestores y a sus expertos. Objetivo conseguido. Porque el objetivo no era otro que empujar progresivamente a la población hacia el sistema privado, hacia los seguros privados de salud, que ofrecían aquello que el público ya no daba: mayor atención, más rápida, etc. Un negocio que se basa en diferenciarse del público, aunque con otro coste. Efectivamente, el sistema privado ofrece otras características pero no gracias a sus "magníficos" ni "eficaces" gestores sino a través de la precarización y de dar una atención superficial.

Cualquiera que haya ido a una consulta o haya sido hospitalizado mediante un seguro de salud privado sabe que tras la citas con mayor antelación, la atención más frecuente, las habitaciones individuales y bonitas, etc., (es decir, la diferenciación), están las plantillas mal pagadas, los pocos recursos profesionales para atender a todos los pacientes y los problemas cuando se presentan complicaciones médicas. Este gran negocio funciona cuando tienes detrás el paraguas del sistema público, como ha ido ocurriendo hasta hace poco.

Sin embargo, parece que se les está yendo un poco la mano con el empobrecimiento de nuestro sistema público de salud. Así, hemos llegado a un punto en que diferentes gestores de seguros privados alertan de que su sistema no es una alternativa a la falta de accesibilidad de lo público. Es decir, que ya no dan abasto para atender tanto paciente que está contratando pólizas privadas ante la falta de asistencia del público. Si tuvieran que contratar más personal y mayores medios para atender a todos aquellos que salen huyendo de lo público, sus cuentas no cuadrarían y dejarían de tener beneficio.

Y gracias a esto podemos ver claramente cuál es el plan. Han ido perpetrándolo durante años y han llegado a una situación de no retorno, en la que las que las costuras se hacen visibles; ya no nos pueden engañar. Nos quieren pobres y enfermos para hacer negocio porque saben que haremos cualquier cosa (contratar seguros aún sin tener dinero para ello, endeudarnos, etc.) para estar sanos. Pero nuestro aguante tiene un límite. Deberíamos ponerle freno y evitar el saqueo, antes que esperar a que sea su avaricia la que rompa el saco.