En los primeros días de este año recién comenzado moría Nicolás Redondo, histórico Secretario General de la UGT y quien junto a Marcelino Camacho, otro hombre decente, definieron y fueron la imagen del sindicalismo que surgió en nuestro país allá por los años 70, a pesar de defender modelos sindicales y sociales diferentes.
Desde aquella época, mucho ha cambiado. La ideología neoliberal destruyó los grandes consensos sociales y laborales de la posguerra, implantando un sentido "común" absurdo según el cual el empleo es una gracia concedida por los empresarios que los trabajadores deben limitarse a agradecer, sin poder exigir otra cosa que el exiguo salario que se les ofrece.
La transformación productiva de una globalización que está dando sus últimos coletazos se caracterizó por el traslado de la industria a regiones con bajos salarios, normalmente a países que además son paraísos fiscales, con los resultados que tan amargamente hemos comprobado recientemente; el desplazamiento de la clase trabajadora clásica a empleados de servicios; y la desarticulación del trabajo organizado. La generalización de una mentalidad "emprendedora" e individualista facilitó la eliminación de las herramientas de protección de los derechos laborales, con lo que se abrió la puerta de la precariedad, disfrazada de flexibilización y trabajo "autónomo". Hoy en día, la clase trabajadora se ha transformado en una amplia "clase media", en la que habita todo aquel que aspira a vivir mejor, y en una clase de excluidos sociales, en la que nadie quiere estar. No hay más: los marginados y el resto de nosotros, felices por no serlo. En este panorama de precariedad, ERTEs, contratos en prácticas, falsos autónomos y bajos salarios, la explotación laboral y el miedo son los dos componentes de nuestro sistema productivo.
Y, para colmo, nos enfrentamos a las consecuencias del cambio tecnológico. La digitalización, la robótica y la inteligencia artificial no sólo van a suponer la pérdida de un gran número de puestos de trabajo sino la irrupción de herramientas digitales que modifican la producción y el entorno laboral. Según la ONU las consecuencias del avance tecnológico llevará a un 20% de desempleo global en el 2025 y a un 40% en 2050. Se trata de una amenaza importante e impostergable sobre nuestros empleos pero de cuyo impacto no tenemos la menor idea, lo que provoca miedo y nos convierte en presa fácil para la pérdida de derechos y la precarización de las condiciones laborales. Así, el avance tecnológico es también la excusa perfecta para destruir empleo de calidad y sustituirlo por empleo pobre, lo que no es modernización, sino simplemente precarización. El objetivo final no es otro que bajar los costos para maximizar la rentabilidad empresarial, mediante la mejora de la productividad y la disminución de los costes laborales.
En este contexto social y laboral tan distinto se hace necesario un nuevo modelo sindical porque de lo que no hay duda es de que a mayor organización sindical, mejores condiciones de empleo y vida para los trabajadores. Quien mejor comprendió esto fue la clase política y empresarial neoliberal, para quienes la disminución del poder sindical era condición "sine qua non" para conseguir cambiar el modelo de relaciones laborales y sociales en los años 70 y 80. Y algo parece estar cambiando al respecto en estos meses.
2022 ha sido un año cargado de tensiones sociales. Las crisis geopolíticas, energéticas y comerciales han llevado a un proceso de aumento de la inflación y subidas de los tipos de interés que ha provocado la disminución del poder adquisitivo de los salarios y, en muchos casos, a un escenario de pobreza y escasez de suministros básicos. La respuesta política, y sindical en gran medida, a este complejo escenario ha sido parcial e insuficiente, buscando mantener temporalmente un grado de precariedad que evite el estallido social. Sin embargo, las contradicciones y la realidad se imponen y así los trabajadores dan señales de un descontento creciente.
En Reino Unido, las huelgas se suceden hasta el punto de que se empieza a plantear la posibilidad de una huelga general de facto, como una acción coordinada de diferentes sectores productivos, en 2023. En el pasado diciembre, un millón y medio de trabajadores se declararon en huelga y reclamaron aumento de salarios y mejora de las condiciones de trabajo, en sectores tan variados como enfermeras, conductores de ambulancias, trabajadores de correos, bomberos, ferroviarios y policía de fronteras.
En EEUU, 2022 ha sido el año del repunte sindical: se han ganado casi el 80% de las elecciones sindicales, ha sido el mejor año en términos de sindicalización en 20 años (cuando la tendencia era negativa) y más de 100.000 trabajadores han mantenido una huelga. Además se ha producido la sindicalización y la organización de los precarios “trabajadores esenciales” durante la pandemia, sectores hasta ahora ajenos a las luchas por los derechos laborales, como Amazon, Starbucks, Apple, Verizon, o Delta Airlines. Un movimiento incipiente pero de gran importancia simbólica en Norteamérica.
En España, los paros de transportistas, trabajadores sanitarios, metalúrgicos, trabajadoras de Inditex, conductores de autobuses, trabajadoras de la limpieza de edificios y de la atención domiciliaria, etc., suponen una amalgama de conflictos dispersos pero significativos de una realidad social. De hecho, mirando las cifras, y a pesar de las "buenas nuevas" de la inflación, los salarios españoles son los que menos aumentan de la UE y la pérdida de poder adquisitivo es del 9,6%, mayor a la media de la UE (8,1%). Esto significa que España está ganando competitividad a costa de la moderación salarial frente a otros países con menores tasas desempleo y mayor inflación.
Hacer frente a este escenario solo puede pasar por la organización y unificación de las reclamaciones laborales de toda esa clase social, mayoritaria y dispersa, que sin saber ni querer saber si es "media" o "trabajadora", necesita de un salario para cubrir sus necesidades y la de los suyos. Esa es la definición que importa. Especialmente es necesario que, ante la precariedad y el paro, nuestros jóvenes sepan que sólo unidos pueden plantar cara a los problemas de su época. Estos retos requieren de un nuevo sindicalismo que en un nuevo escenario laboral sepa hacerles frente, con nuevos métodos para enfrentarse a los nuevos, y también a los viejos, modos de explotación y que persiga un modelo económico en el cual no se sacrifique a la inmensa mayoría para que unos pocos adquieran toda la riqueza. Un sindicalismo que se sobreponga al acoso y derribo que han sufrido en los últimos años pero que también se desprenda de los hábitos nocivos que han permitido.
La tarea, que ya ha comenzado, supone un desafío enorme y debe resolver los problemas que plantea el actual modelo productivo y económico. Desde el equilibrio entre la capacitación y reconversión continua del trabajador y las nuevas funciones que tiene que cumplir, hasta la necesaria creación de empleos decentes, sin olvidar que el mantenimiento de los derechos laborales va unido a preservar los puestos de trabajo y la atención al público realizada por humanos. Las condiciones laborales dignas dependen en última instancia del salario y de la expectativa futura, por lo que se debe empujar con fuerza hacia la resolución del debate entre salarios mínimos y rentas universales y la seguridad de unas pensiones suficientes, que aseguren una vida al menos similar a la que se tenía mientras se trabajaba.
Recordemos que el motor de las luchas sindicales de principios del siglo XX fue la reducción de la jornada laboral. Como consecuencia de los logros de la revolución industrial, el motor de vapor o la producción en cadena, se modificó la forma de trabajo y, valorando sus consecuencias en la productividad y el salario, se pasó de 12 o 14 horas diarias a la jornada de 8 horas. Por tanto, el cambio de modelo productivo y la introducción de la revolución tecnológica traen aparejada una modificación sustancial del modo y el tiempo de trabajo, sin que ello conlleve una merma de lo que consideramos empleos y salarios dignos.
Estas y otras cuestiones suponen la política de un nuevo sindicalismo que está empezando a surgir. A todos los que trabajamos para vivir nos interesa que tenga la fuerza y el respaldo necesario para poder defender nuestros intereses y asegurar nuestro futuro porque solos, sin colaborar ni organizarnos, no conseguiremos cambiar nada.