Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

¿Iguales? No, por favor

Y es que, para nuestras élites, la desigualdad natural de la sociedad reside en que ellos no pueden ser iguales al resto, por razón de linaje

Con motivo del debut de España en la Eurocopa de fútbol, se publicó el primero de una serie de artículos en un diario digital con los que nos va a deleitar el anterior Presidente del Gobierno, M. Rajoy. El asunto ha sido bastante comentado por las redes sociales, habida cuenta de que el estilo, más parecido al dictado de un telegrama, y el contenido, repleto de frases hechas, refranes y lugares comunes, es más propio de Chat GPT que de un ex-presidente del país, que se deja llevar por el momento lúdico para publicar lo que no pasa de ser un comentario de barra de bar. A pesar de las habituales bromas de X (antes Twitter), esta "crónica deportiva" simplona no refleja lo que puede dar de sí la escritura de M. Rajoy, recordando de inmediato otros artículos suyos, de primeros de los 80, más definitorios del pensamiento del entonces diputado autonómico y en los que exponía su idea de que la "desigualdad es algo natural al género humano". No se trata de algo propio del político gallego sino de una idea bastante extendida, no sólo en nuestra derecha sino también, y aunque no se reconozca, en el centro izquierda de nuestro país y que determina el actual momento político.

Hace 40 años, y seguramente no haya cambiado, M. Rajoy sostenía que se trata de una "falsedad" aquello de "que todos los hombres son iguales”, quedando demostrado "científicamente" que "los hijos de la buena estirpe superan a los demás" y elogiando, como aportación de Mendel y su leyes genéticas, el hecho de que "nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación.” Llamativo razonamiento éste, que partiendo de la indiscutible individualidad y diferenciación propia de cualquier ser vivo, justifica la desigualdad en abstracto, sin diferenciar de qué tipo de desigualdad habla, para acabar otorgando, y he aquí lo importante, una razón "natural y científica" a la perpetuación de las élites y "sus estirpes". Llamativo pero no sorprendente esta idea de la igualdad por parte de un ex-presidente y registrador de la propiedad, hijo y nieto de jueces y hermano de notarios y registradores de la propiedad. Debe ser que ésto del Derecho y las duras oposiciones "se llevan en la sangre" y no tiene nada que ver con las condiciones económicas de las familias, las oportunidades, los colegios ni las influencias en profesores, tribunales de oposición ni compañeros de trabajo... ¿verdad?



Pensando en estas cosas de la igualdad y la manida meritocracia, recordé a José María Figaredo, diputado de VOX, nieto de un ilustre empresario minero asturiano y sobrino de Rodrigo Rato, insigne Ministro de Economía responsable del "milagro español" del Gobierno Aznar, es decir, de la burbuja inmobiliaria y la corrupción por la que acabó en la cárcel. Pues bien, este hijo de "buena" estirpe, alumno del Colegio Mayor Elías Ahúja, licenciado en Derecho y Economía por la Universidad Pontificia de Comillas y miembro de un famoso bufete madrileño, nos dio una muestra hace poco más de un año de las capacidades de nuestras élites. En un debate en el Congreso sobre el trasvase del Ebro, el de VOX espetó a la Ministra Ribera que "estamos desperdiciando agua" porque el Gobierno "permite" que los ríos desemboquen en el mar. En concreto afirmó que "30 mil hm3 de agua son vertidos al mar cada año sin motivo alguno", por culpa de un concepto inventado como es el de "caudal ecológico". Sin necesidad de recurrir a artículos científicos, cualquiera de nosotros pensaría que el agua no "se vierte" al mar. Incluso, mi hijo de 9 años, y que este año ha estudiado el ciclo del agua, al escuchar la intervención del sobrino de Rato, me ha preguntado "pero... si el río no llega hasta el mar, ¿qué pasa con los peces y las plantas? ¿No subirá el agua del mar por los ríos?". Todo un ejemplo de cómo llegan "de preparados" los hijos de buena estirpe a dirigir nuestro país.

Y es que, para nuestras élites, la desigualdad natural de la sociedad reside en que ellos no pueden ser iguales al resto, por razón de linaje, de estirpe o de herencia. Son superiores porque les ha tocado y eso muy a pesar de sus capacidades y cualidades. Y ese es el error conceptual que cometen. Asocian una cierta desigualdad de cada individuo, natural y necesaria como especie, al hecho de que los individuos nazcan en contextos sociales, económicos y familiares diferentes, los que los hace distintos y, por tanto, desiguales. La desigualdad es consustancial en nuestra sociedad porque es desigual la posesión y la propiedad de todo tipo de recursos. Y, por ello, la principal acción de cada sociedad, la más justa, debe ser equilibrar, poner en la balanza de la justicia, la desigualdad existente.

Sin embargo, existen diferentes maneras de afrontar este problema. Durante los años de la globalización, que provocaron un enorme aumento de la desigualdad, los partidos mayoritarios de centro, tanto de izquierda como de derecha, respondieron no mediante la disminución directa de esta desigualdad, sino a través de la promesa de reducirla mediante la movilidad social. La mejora de las condiciones de vida se pretendía realizar mediante el "ascenso" de aquellos más preparados, que hubieran realizado más méritos. De esta manera, creando "igualdad de oportunidades" y promoviendo la meritocracia y la "cultura del esfuerzo", reduciremos la desigualdad. El problema es que esta promesa no puede cumplirse para todo el mundo, porque el ascensor es pequeño para todos aquellos que pretenden subirse en él y la competencia no siempre provoca que asciendan los mejores sino, aquellos que aprovechan unas oportunidades que tampoco van a ser siempre iguales. Por otra parte, si los que ascienden se lo merecen, debemos pensar que los que no lo hacen, son responsables de su fracaso y se merecen permanecer en la planta más baja. Y, como las oportunidades tampoco son iguales, condenamos al fracaso a aquellos que parten en una posición de desventaja porque no han obtenido (vía familia, grupo, clase, etc.) las ventajas educativas y culturales de los que se han merecido ascender al principal. En resumen, no se trata de un afán igualitario sino de una justificación de las desigualdades, una legitimación de la permanencia de un orden social injusto y desigual, de la misma forma que lo defendía M. Rajoy.

Actualmente, la evolución de la globalización y sus consecuencias sociales nos han llevado a un nivel superior de este problema. Finalmente el ascensor social se rompió y los beneficios de las élites se han podido mantener únicamente a costa de aumentar la desigualdad con toda esa clase aspiracional, medias y trabajadoras, que pretendía que sus hijos vivieran mejor que ellos. Y así nos encontramos otro problema mayor aún. Un problema de fondo que no tiene que ver tanto con esta concepción de los ideales sociales de los que hablábamos antes sino con la determinación que provoca en el rumbo político y económico del país. Nuestras élites, defendiendo la desigualdad que les favorece y esa falsa meritocracia, han ido construyendo un mundo aparte, que no se ve afectado por los problemas materiales comunes al resto. Esta vida propia, con preocupaciones mundanas, no depende del rumbo político o económico, ya que su posición y sus recursos se encuentran fuera del circuito productivo y económico español y europeo. No les afectan las cuestiones políticas, ni los precios, el paro o la evolución del PIB. La globalización y la deslocalización les permitió vivir de unos flujos económicos fuera de nuestra realidad material, a cambio del empobrecimiento de gran parte de nuestras clases medias y trabajadoras. Y así nos gustaría vivir a nosotros. Pero ese ascensor desapareció para no volver.

La separación entre la vida de esta élite rentista y la nuestra es la misma separación que la que media entre su economía y la nuestra. Por eso en tantas ocasiones las cifras macroeconómicas y las de la economía del día a día no encajan. La inflación que sufrimos, especialmente de los bienes más básicos, es necesaria para asegurar los beneficios por arriba. Esta desigualdad es consustancial al sistema y, por tanto, las promesas de luchar contra ella, por la izquierda, o los llamados a la meritocracia y a la cultura del esfuerzo para la juventud, por la derecha, no son más que cuentos. No hay partido que plantee medias serias para acometer una reforma de esta cuestión, mientras que votamos, a uno u otro lado, a los que nos prometen que esto cambiará y que repararán el ascensor social que no tienen intención de hacer funcionar. Este es el único horizonte que nos proporcionan las élites y quienes les sirven y gobiernan.

Nuestra otra opción es hacer como ellos y entender, a la manera de M. Rajoy, que no somos iguales, ni nuestros méritos ni oportunidades pueden serlo, y si no ponemos los recursos en manos de la mayoría, quitándoselos a la élite rentista, la situación no va a cambiar. Ni somos iguales, ni queremos serlo.