Se han utilizado todos los adjetivos posibles para definir el desarrollo de la política española de las últimas dos semanas. Es inédito que un Presidente del Gobierno amague con dimitir por ser víctima de una guerra judicial y mediática. Es inconcebible que anuncie a través de una carta que inicia un periodo de reflexión de cinco días sobre su continuidad al frente del Ejecutivo, acostumbrados como estamos a que la reflexión sea previa y privada y, posteriormente, se comunique la decisión. Es sorprendente que un líder político comparta públicamente su sufrimiento, sus sentimientos de amor a su pareja y su familia y muestre su lado más humano y vulnerable. Y es esperpéntico que, una semana después, no haya pasado nada; que ni en su comparecencia del lunes, ni en las entrevistas posteriores, ni tras el Consejo de Ministros se haya anunciado ninguna medida concreta para luchar contra el gran mal que Sánchez denunció.
El Presidente nos presentó un plebiscito sobre su persona y su proyecto. Él, que maneja como nadie la política de las emociones y el espectáculo (por mucho que a otros les duela reconocerlo), utilizó un gesto excesivo para afianzarse a través de una moción de confianza no presentada, mediática, y estableció un marco de debate inamovible para el resto, la urgente y necesaria regeneración política de España y del Estado, de la que él se presenta como garante y conseguidor. ¡Y esto ha sido todo, amigos! Mantuvo en vilo al país, a su partido y a sus socios y a la oposición, durante cinco días, bajo la hipótesis de una renuncia abrupta y ya está. Luego llegó el lunes, dijo que se quedaba y no ha ocurrido nada: el alivio de los suyos, prietos y preparados para una batalla que no se vislumbra, y la indignación de los rivales, pero nada más; ni una sola propuesta para transformar lo que se supone le hacía insoportable continuar en el Gobierno.
Por ello, de todo lo que hizo y dijo en estos días, de todo el show que hemos presenciado, lo que me parece más importante no es el marco que se ha querido imponer sino el que se da por asumido y cierto. En el discurso del Presidente, entre sus justificaciones, se nos presenta el "lawfare" como el mayor problema del país, aquello que más nos debe preocupar, habida cuenta, y he aquí lo trascendente, "del buen momento económico y la paz social que respiramos". Pudiendo ser cierto, o discutible al menos, que exista un problema de salud democrática en parte de nuestro Estado (sin olvidar la enorme responsabilidad del PSOE en ello) y que ello sea novedoso, siendo evidente que el PP y la derecha (en todos los niveles) sufres cuando les toca asimilar la pérdida del poder político y aceptando la enorme influencia de los intereses político-empresariales del poder mediático en el debate público; dando por buenas estas medias verdades, lo que no podemos dar por bueno es que todo el país disfrute de ese "buen momento económico" ni que la paz social vaya a ser duradera. Este "España va bien", muy parecido al de Aznar, esconde una realidad distinta para mucha gente, que se va a quedar sin opciones políticas cuando todos, socios y oposición, acepten el marco impuesto por el Presidente.
Mucho se ha escrito sobre este supuesto "buen momento" de la economía española, basado fundamentalmente en los resultados del sector exterior, pero poco se debate sobre los males que sufrimos. Somos la cuarta economía más grande de Europa y al mismo tiempo la cuarta con mayor tasa de pobreza. España es quien más empleo ha creado en la UE en los últimos años pero también quien tiene más paro y niveles más altos de precariedad. Somos un país rico, pero que arrastra problemas más propios de un país pobre, ya que los espectaculares cambios de los últimos 40 años no han servido para solucionar una serie de problemas estructurales.
Se dice que nuestro modelo productivo sigue sufriendo con el pobre incremento de la productividad, lo que nos obliga a competir con salarios bajos y congelados y dificulta la financiación del Estado del bienestar. Esto significa que, en lugar de revertir los problemas económicos-empresariales, aumentamos el problema social, cargando sobre la espalda de los trabajadores y autónomos déficits de todo tipo: la pobre estructura del tejido empresarial, en un país de pymes y autónomos; el escaso peso de la industria y el enorme del turismo (mientras el segundo ha llegado al 13% del PIB y el primero ha bajado al 15%); un modelo productivo ligado al sector servicios y que concentra el empleo en grandes ciudades, las únicas que ganan población, mientras el resto del territorio pierde población porque no hay oportunidades de trabajo; etc.
España vive en una enorme brecha: en los datos de paro, en las oportunidades de empleo, en el diferencial de PIB entre comunidades, en el mercado de la vivienda, etc. Esto hace que tengamos la misma renta per cápita en términos reales que en 2005: 24.600 euros, mientras que en el resto de la UE ha aumentado. Y no hace falta estudiar la economía española para saber una cosa: si desde el 2019, el IPC ha subido un 18,6%, los salarios sólo han subido entre un 8,5%-10%, es que cada día la inmensa mayoría somos más pobres; con trabajo pero pobres. Esta es nuestra realidad.
Lo que el discurso de "España va bien" esconde es que vivimos una época de cambios geopolíticos a gran escala, de reconversión tecnológica, comercial e industrial, de aceleración económica que al final eleva los precios de los productos más básicos, etc. y a todo ello debemos hacer frente desde una economía más rentista que productiva, que se mantiene trasladando ahorros e inversiones al exterior y mediante el empobrecimiento de sus clases medias y trabajadoras. No sé ustedes pero ni me sirve el "España va bien" ni mi prioridad es la regeneración democrática o los toros.
Cuando se transforma la política en un espectáculo personalista y sentimental, hacemos un flaco favor a las instituciones y a sus funciones más básicas pero este daño es mayor precisamente para aquellos con una posición socioeconómica más desfavorecida, que más necesitan de la actuación del Estado para mejorar sus condiciones de vida. Pero es que, además, si aceptamos que "España va bien", si no vemos que la situación es difícil para una gran parte de la población, en parte por la inacción de este gobierno, y puede serlo aún más, contribuimos a esta desigualdad creciente. El horizonte de transformación social al que se supone que aspira la izquierda en este país está hoy más lejos, cuando el único debate posible es la degradación democrática. Esto es lo que la verdad de Sánchez esconde. Y no olvidemos que, aunque justificado, no son los partidos políticos, en el fondo unos privilegiados, los que más sufren las "injusticias" de la Justicia. Nada alimenta más la rabia y el rencor que el victimismo y la exhibición del sufrimiento por parte de quien es percibido como un privilegiado. Al tiempo.