Hace un mes desde que Hamás realizase el brutal ataque sobre suelo israelí, como nunca antes habíamos visto, matando a más de mil civiles y haciendo rehenes a más de doscientos. Un día menos desde que Israel iniciase la enésima operación de castigo y aniquilación sobre territorio palestino, que ha causado hasta el momento más de diez mil muertos, tres mil de ellos niños. En este mes, usted, como el resto de la población mundial, habrá visto y oído numerosas declaraciones, debates, justificaciones, relatos históricos y demás sobre uno de los conflictos más largos y sangrientos de los que actualmente están vigentes en el planeta. Eso mismo es exactamente lo que el mundo hace respecto al enfrentamiento entre Israel y Palestina desde hace décadas: mirar y opinar. Poco más. Y esta actitud contemplativa del conjunto de la comunidad internacional es una de las características diferenciales de esta guerra desde que hace 75 años se creara el estado de Israel.
En estos días, ustedes habrán contemplado sesudos análisis históricos, geopolíticos y militares. No pretendo realizar uno más, quizás porque estoy harto de la interesada utilización que todos hacemos, y hemos hecho, del sufrimiento y la muerte de cientos de miles de palestinos e israelíes desde hace décadas. Un conflicto totalmente politizado sobre el que cualquier opinión o comentario se traslada al debate ideológico y partidista, con preguntas irresolubles del siguiente cariz: "¿Se está criticando el ataque israelí sin condenar los atentados de grupos palestinos? ¿No se considera a Israel y su ocupación el culpable de todos los males? ¿No tiene derecho el Gobierno israelí a cualquier tipo de actuación militar?" Pretendidas preguntas de índole moral o jurídico que sólo intentan justificar o apoyar a una parte, por mero interés, mientras se reduce un conflicto largo y complejo a una simple cuestión de blanco o negro: "tú, ¿con quién estás?" Esta actitud, habitual en cualquier debate público, se hace más virulenta ante una guerra larga, con múltiples intereses políticos y económicos detrás, y para la que desde Occidente no se busca una solución, sino un mantenimiento útil pero sin demasiada afectación. Quizás esta sea la importancia, política, del conflicto, porque la real es la muerte de tanto inocente: nos muestra más de nosotros mismos que de los protagonistas.
Pues bien, por todo ello, la única actitud justa posible sea la de exponer hechos y cuestiones reales, objetivas, para que nuestras mentes razonen con libertad. Tendemos a confundir imparcialidad con neutralidad y de ahí resulta un error ético sumamente importante. La neutralidad conlleva retirarse, evitar un conflicto, por el motivo que sea, y adoptar una distancia interesada, una falsa equidistancia; es algo así como lavarse las manos. La imparcialidad, por contra, consiste en tomar partido por la razón y la justicia, no por ningún bando, asumiendo que en toda guerra, en todo conflicto, hay buenos y malos en los dos lados; hay víctimas y verdugos por doquier y allá donde se mire, por lo que para una resolución justa resultan inútiles las justificaciones; sólo los hechos.
Utilizar la Historia como elemento de justificación o explicación de una muerte es manipulativo. En este caso, la Historia nos dirá que no ha sido este atentado o aquel ataque el que desencadenó este otro. No. Deberíamos recordar que fue en 1947 cuando las Naciones Unidas acordaron dividir el territorio Palestino entre los judíos y árabes, como paso previo para que en 1948 se proclamara el Estado de Israel y comenzara el éxodo Palestino, la Nakba. Desde ahí, podemos hacer el relato que queramos para unir un acto con el siguiente pero poca utilidad tendría para solucionar nada. Cada muerte es consecuencias y no causa del error primigenio.
El Derecho Internacional admite el derecho a defenderse, como Israel alega insistentemente como justificación a cualquier acción militar. Pero el mismo derecho a defenderse lo tiene cualquier Estado que sufra una ocupación, y el Palestino lo es, aunque no pueda ejercer como tal. Israel ha hecho caso omiso a múltiples resoluciones de las Naciones Unidas para dar marcha atrás en una ocupación de territorio palestino que, por tanto, resulta una invasión ilegal y que puede ser respondida (igual que se explica para la invasión rusa de Ucrania).
Hay otros dos conceptos de Derecho Internacional que se obvian en este conflicto, como son el principio de no reciprocidad y el de proporcionalidad, que deberían ser respetados por cualquier Estado, tanto por el gobierno israelí como por la autoridad palestina. No podemos esperarlo de Hamás, como organización terrorista y fundamentalista que es. Pero sí de dos Estados, uno real y otro pretendido, que deberían saber que justificar la venganza es inmoral y lo más alejado posible de la justicia. Un Estado jamás debe comportarse como lo hace una organización criminal, y nosotros con el caso de ETA lo tenemos reciente y claro, si quiere seguir basando su funcionamiento en el orden y el Derecho.
Una fuerza ocupante debe respetar los Derechos Humanos en el territorio que invade, especialmente en zonas con especial protección como campos de refugiados. Hamás, como cualquier organización criminal, utiliza instalaciones civiles para esconderse y camuflar sus infraestructuras, usando así a la población de Gaza. Israel utiliza ese hecho para aniquilar el territorio palestino, sin discriminar hospitales, zonas civiles y campos de refugiados. Porque iniciar una operación militar cortando los suministros de agua, alimentos, medicinas y electricidad a la población civil es un crimen que busca la máxima destrucción posible, al igual que continuar bombardeando hospitales e infraestructuras civiles. Es un crimen porque no es necesario; sabemos que hay otros métodos para atrapar a terroristas, por muy sanguinarios que éstos sean. La única finalidad de esta actitud es realizar un castigo colectivo, también prohibido por el Derecho Internacional.
La equiparación de Hamás con la Autoridad Palestina, e incluso con el pueblo palestino, es una manipulación tan burda como hacer creer que todo israelí es Netanyahu y su gobierno de extrema derecha, entre los que se encuentran apologistas del asesinato de Isaac Rabin. Olvidar que Cisjordania sufre una ocupación como la de Gaza, a pesar de la ausencia de Hamás, es obviar un dato elemental al igual que el derecho de Israel, y de cualquier Estado, también el palestino, a mantener seguras sus fronteras.
Éstas, y otras muchas, cuestiones deben estar claras para mantener la imparcialidad, para poder denunciar los criminales atentados de Hamás y el genocidio practicado por Israel, para denunciar a aquellos que alargan la agonía de dos pueblos que, curiosamente y según las encuestas, no apoyan ni a Netanyahu ni a Hamás en sus respectivos territorios.
La otra posibilidad es declararnos neutrales, para poder mirar para otro lado mientras tomamos partido, mientras elegimos un bando porque creemos que las guerras son como las películas y en ellas siempre hay buenos y malos. Entonces, practicaremos una política de víctima y verdugo. Nuestro bando, los "nuestros", serán víctimas de un ser maligno que busca nuestra destrucción. Cualquier acto, por horrible que sea, realizado por los "nuestros", desde un asesinato a sangre fría a la matanza de niños o el desabastecimiento de suministros, será la única salida que queda para enfrentarse a ese mal, al único culpable, que serán los otros, los "suyos". Evidentemente, estos "suyos", una generalidad de la población a la que se equipara con el mal, tienen que llegar a ser deshumanizados; se les debe desproveer de toda humanidad, no sólo para justificar las atrocidades que se cometan sobre ellos sino para no llegar nunca a sentirse culpable, para poder repetirlas. Por último, catalogaremos de cómplice a cualquiera, no ya que defienda la causa de los "suyos", sino que les asigne el más mínimo rasgo humano por el que merezcan justicia o compasión. Seremos como la comunidad internacional, neutral y vigilante, que, siendo responsable última del conflicto, apela a una diplomacia que no sirve de nada porque no interviene cómo y dónde debe. Cualquiera sabe que la diplomacia que no está respaldada por la fuerza y la determinación, es estéril. Y eso mismo es lo que estamos haciendo. Nada. Seguimos discutiendo sobre cómo se matan los "nuestros" y los "suyos" pero nos negamos a ser imparciales porque eso significaría actuar.
Se necesita la imparcialidad para solucionar el conflicto, para acabar con el sufrimiento humano e imponer de la manera más eficaz la única solución, que no es otra que la coexistencia pacífica. Obligar a ambos a detener los crímenes y la masacre sobre la población civil. Y regirse por el derecho internacional, para que se negocie la propuesta de los Dos Estados, acabando con la espiral destructiva en la que se encuentra el conflicto, y para perseguir todos esos crímenes que no deben quedar impunes. Sin imparcialidad sólo queda seguir mirando, a los "nuestros" y a los "suyos".