Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Los tres problemas de Feijóo

Todos exigen algo, con la gravedad de quien cree que sus cuestiones particulares también nos preocupan a los demás

A falta de escasos días para que tenga lugar el intento de investidura de Alberto Núñez Feijóo como Presidente del Gobierno de España, nos encontramos una actualidad política que, como es habitual, tiene más de espectáculo y maniobra de distracción que de debate serio, honesto y constructivo sobre los españoles y sus problemas.

Como elemento característico de esta penosa situación, cada uno de los actores políticos mantiene una actitud exigente, comportándose todos ellos como auténticos niños malcriados. Todos exigen algo; todos, sin tener en cuenta quienes son, su peso político ni su poder real, se creen en condiciones de reclamar al resto alguna cuestión, que lamentablemente suele ser partidista o casi personal. El PP exige ser escuchado y obedecido por quien sea, lo que no está consiguiendo en absoluto; el PSOE exige apoyos sin querer mojarse en cuanto a las contrapartidas que necesariamente otorgará; Sumar exige ser considerado un actor principal a pesar de que ni lo sea ni se comporte como tal; Podemos exige ministerios, sin que nadie sepa ya ni quienes son; Junts exige leyes a Gobiernos que aún no ha apoyado;... hasta Aznar ha vuelto al primer plano para exigir ser el representante de un partido que ya no existe, en gran parte por su culpa.



Todos exigen algo, con la gravedad de quien cree que sus cuestiones particulares también nos preocupan a los demás. Y mientras nos quieren hacer creer que "todo está mal por culpa de lo que hemos votado", ellos continúan con un espectáculo que les interesa, otros hacen sus negocios como siempre y nuestros problemas siguen por aquí. Por ello, no es de extrañar el dato del CIS de que el 42% de los menores de 36 años ha perdido la confianza en la democracia y considera que una dictadura militar es el mejor régimen político. Un dato muy grave que nos señala a una generación que se siente traicionada y abandonada económica, social y laboralmente y que observa como nadie es capaz de afrontar su futuro. Por ahí se rompe España.

Pero, volviendo al show, quien más desentona en todo este panorama es el propio Feijóo. Aquel que debería haber resuelto los problemas de la derecha, que tenía en su mano un resultado electoral suficiente para gobernar y que contaba con todo el beneplácito del aparato económico y mediático para lograr el poder, ha dilapidado este capital en escasos tres meses. El desconcierto entre los suyos es tal que ya andan preparando el terreno por si fuera necesario un nuevo recambio de líder.

Feijóo ha tenido tres grandes problemas y, consciente de todos ellos, pretende ocultarlos con una gran mentira. Su primer y principal problema fue no convencer a los españoles para lograr ser Presidente del Gobierno. A pesar de la excusa de que "yo he ganado las elecciones", todos tenemos claro que ganar las elecciones es gobernar y si fuera capaz de hacerlo no estaría, ni estaríamos, en la situación actual. Ganar sin mayoría es como ganar un partido mientras pierdes la eliminatoria; sólo sirve como excusa de mal perdedor. Y sabemos que entre sus errores de principiante, los de su equipo de campaña y el acierto de Sánchez de adelantar las elecciones al 26 de julio, lo suyo no fue una victoria. Esa noche en Génova se vivió más un funeral que una fiesta.

Su segundo problema es que no es capaz de convencer a una mayoría de diputados, o de partidos, para que lo apoyen para llegar a ser Presidente. Y esa es la diferencia con Sánchez. Las reglas de este juego son conocidas por todos y nadie ha planteado cambiarlas: la ley electoral deja claro que será Presidente del Gobierno quien reciba más apoyos y ese no parece ser Feijóo. Parte de este problema le viene sobrevenido y se llama VOX. El partido verde fue en un primer momento la solución para la derecha, convirtiéndose en el espacio en el que se refugiaban los votantes más tradicionales desencantados con la pasividad de Rajoy, para evitar que cayeran en la abstención y poder recuperar esos diputados en acuerdos postelectorales. Pero ha acabado siendo un problema, ya que su apoyo a Feijóo impide que ningún otro partido pueda acercarse al PP, ni siquiera la derecha tradicional vasca y catalana que siempre se mantuvo cerca del PP.

El tercer problema del gallego, el que ahora trata de resolver urgentemente, es que no ha terminado de convencer a los suyos de que es el líder que necesita la derecha española. Fruto de los dos primeros problemas, en el PP nadie parece saber que tiene un líder y por momentos da la sensación de que ni siquiera el supuesto líder lo sabe. Este vacío de autoridad hace que cualquier declaración altisonante, como la de Aznar de hace unos días, pueda tener más peligro internamente que hacia fuera, hacia un Sánchez que contempla satisfecho cómo le facilitan el camino a la Moncloa.

Para solucionar estos tres problemas, o al menos los dos últimos, Feijóo se ha apuntado a una pantomima mientras espera que le salven los muebles. Utilizando la cantinela de ser "la lista más votada" y, por tanto, arrojarse un inexistente derecho a intentar una investidura absurda,  el presidente del PP gana tiempo, intenta aparecer firme ante los suyos y va haciendo cuentas de cómo convencer a cuatro diputados para que cambien el voto, el mandato de sus electores y de sus partidos. Sólo así evitará que la única opción que le quede a su partido sea reconocer que se han equivocado, que han vuelto a elegir mal y que tengan que cambiar de nuevo de Presidente.

En esta estrategia es donde aparece la figura de Aznar. Una figura de autoridad para la derecha, aunque para el resto sea un Presidente falso y criminal (no es una licencia: su Gobierno mintió a los españoles, en varias ocasiones de forma grave y con sangre de por medio, y participó de una guerra ilegal donde se cometieron crímenes de guerra, entre ellos dos que costaron vidas españolas). Y cuando Aznar se erige en protagonista, los nervios y el sin sentido campa entre sus filas. Así, tuvieron que aclarar en varias ocasiones, porque no se lo creían ni ellos, que Feijóo iba a participar en un acto contra la amnistía no porque lo mandara el ex-presidente sino por iniciativa propia. Se trata de un ejemplo de que ya ni él mismo sabe quién es, de no comprende si se es candidato a Presidente del Gobierno o líder de la Oposición, si se presenta a la investidura o a una manifestación contra la investidura de Sánchez. Esta contradicción es la propia evidencia de la mentira en la que intenta meternos; una que ni él mismo se cree.

Pero, al mismo tiempo, a ese sector de la derecha detrás de la figura de Aznar parece servirle este espectáculo para preparar, y azuzar, la caída de Feijóo. Se sigue cuestionando la legitimidad de un posible Gobierno del PSOE que ven cada día más cercano, justificando así el fracaso del gallego,  y preparan la llegada de su sucesor, o sucesora, que vendrá a salvarnos de la Amnistía, como si ese fuera nuestro mayor problema. Porque su mayor temor es que si Cataluña, como antes el País Vasco, deja de ser un problema político y la dichosa amnistía termina siendo vista por los españoles como un mal menor, se les acabará el juego y ni Ayuso ni ningún otro podrá echar mano de la única herramienta política,  el único programa que llevan usando durante años: el miedo.

Estos son los problemas de Feijóo, un personaje casi amortizado, mientras todos, empezando por los suyos, están preparando lo que vendrá tras él.