La expresión "trabajar por amor al arte" hace referencia al hecho de realizar una labor como entretenimiento, sin esperar a cambio ningún tipo de remuneración, y procede de esa absurda convicción de que los "artistas", cualquiera que sea su actividad, son tan desprendidos y vocacionales, tan admiradores de su arte, que son capaces de trabajar gratis y vivir del aire, estando siempre dispuestos a regalar su obra y su trabajo por una innata generosidad. Pues bien, conociendo varias noticias de las últimas semanas, cualquiera diría que esta es la característica fundamental de nuestro modelo laboral y productivo, que trabajamos todos por amor al arte.
Justo cuando parecía que se abría el necesario debate sobre el reparto del trabajo y la reducción de la jornada laboral, con los ejemplos de las jornadas de cuatro días impulsadas por algunas empresas y las demandas de una jornada laboral de 32 horas semanales (por motivos laborales pero también económicos y sociales), nos encontramos con que el nuevo gobierno de Grecia plantea una reforma laboral de vuelta al siglo XIX.
En un nuevo acercamiento al esclavismo, se han puesto encima de la mesa medidas como la posibilidad de jornadas de 6 días laborables, llegando hasta las 78 horas semanales en situaciones de pluriempleo, con jornadas de 13 horas diarias y una nueva facilitación del despido y reducción de indemnizaciones, llegando al despido libre y sin motivo, sin derecho a indemnización, si es tu primer contrato. Imagínense el clima social que se prepara en un país asolado recientemente por los estragos de las sucesivas crisis económicas.
Por otra parte, en nuestro país, Cepyme, la patronal de la pequeña y mediana empresa, publicó un informe sobre "el reto de las vacantes en España", cuya principal conclusión era que el 71% de las pymes tiene dificultades para cubrir sus vacantes de empleo. Los empresarios del informe se quejaban de que la falta de trabajadores frenaba "su" crecimiento, aunque curiosamente sólo el 44% de estas empresas estaban buscando trabajadores.
Según Cepyme, entre las causas de esta ausencia de trabajadores, especialmente acusada en sectores como la hostelería y la construcción, determinantes del modelo productivo español, había que destacar las educativas, sociales y demográficas, como la falta de formación, las ayudas a parados y la despoblación de muchas zonas del país. Es decir, si en España se han perdido 32.000 camareros desde 2019 (según datos de CCOO) se debe fundamentalmente, ya que el desplazamiento a las grandes ciudades no sería culpa de los trabajadores (se supone que buscan un mejor futuro para sus familias), a que nuestros aspirantes a camareros no están formados y, además, están desincentivados por esas ayudas para parados que les quitan las ganas de trabajar. Al informe se le echa en falta una explicación de los datos oficiales, los del INE, que dicen otra cosa y es que el número de ofertas laborales sin cubrir ascendió, en el segundo trimestre, a 148.000, apenas un 0,9% de los puestos de trabajo, en comparación a su 71% de empresas con vacantes. Pero este detalle será una minucia: ¿va a saber el INE más que la Confederación de pequeños y medianos empresarios?
En cuanto a las soluciones, los empresarios apuestan por solicitar la creación de más ayudas para la formación de pequeñas empresas en áreas rurales, para frenar la despoblación, y pedir que se eliminen las ayudas a los parados, puesto que todos sabemos que hay ayudas buenas y ayudas malas. Y además reclaman una mayor "colaboración público-privada" (eufemismo de ayudas públicas para crear beneficios privados) para la formación y especialización de trabajadores, habida cuenta de que ellos, los empresarios, ya están suficientemente formados (sólo hay que observar las cifras de empresas que cierran o se declaran en quiebra en estos sectores; casi nada)
Quizás lo más destacable del informe es la poca importancia que se le da a la masa salarial en el estado de las empresas. Sí es cierto que, rizando el rizo, se les nombra, atreviéndose los autores a señalar el montante de los salarios como una consecuencia del problema, ya que "la poca disponibilidad de mano de obra para ocupar algunas vacantes también está produciendo tensiones salariales". Pero resulta llamativo que no se hable en ningún momento de la posibilidad de que exista precariedad y bajos salarios en estos ámbitos, la hostelería y la construcción, en los que tradicionalmente ha sido la norma. Aunque, como decíamos antes, será porque ellos conocen el problema mejor que nosotros.
Sin embargo, unos días después nos ha llegado una información que supone una ampliación de este informe, de manera que se completa la radiografía del modelo económico y productivo español. Esta ampliación nos la ha proporcionado José Luis Yzuel, el presidente de la Confederación empresarial de Hostelería de España, que en un alarde de sinceridad y clarividencia ha resumido aquellas cuestiones que se habían escapado al supuestamente concienzudo informe de Cepyme.
Yzuel se mostraba sorprendido, y casi indignado, porque nuestros jóvenes "ya no se incorporan a trabajar" y achacaba esta situación a las excesivas demandas de la juventud: "que un camarero diga que trabaja 10 horas pues, en fin, no es grave. Trabajar a turno partido, el sábado, el domingo, los festivos... ¡10 horas! Joder, qué dolor”. Nada que ver, según él, con lo que habitualmente ha pasado en su sector, y con otras generaciones, donde "toda la vida hemos hecho en hostelería media jornada, de 12 a 12. Eso se llama flexibilidad". Pues he aquí la auténtica razón de la falta de trabajadores de algunas empresas del sector: ya no quedan esclavos dispuestos a dejarse explotar por una miseria. Bien es cierto que, un día después, ante la presión social que hace que los explotadores deban disimular lo que son, Yzuel pidió disculpas, diciendo que se trataba de una broma. Pero no pudo expresar mejor una realidad y el pensamiento de algunos empresarios de estos sectores, en los que lo habitual es una práctica ilegal y fraudulenta, un modelo de negocio del siglo XX donde se ofrecen puestos de trabajo en condiciones de explotación que, al no ser aceptadas, como toda la vida, se quedan vacantes.
No es de extrañar que algunas encuestas señalen que sólo el 10% de los españoles se sienten comprometidos con su trabajo, por debajo de la media europea del 13%. Mientras sigamos siendo golpeados por una inflación acumulada del 13,9% desde 2021 y mantengamos salarios míseros y unos convenios colectivos que no recuperan el poder adquisitivo perdido, sería extraño solicitar de los trabajadores un mayor esfuerzo o sometimiento, con las condiciones laborales y de vida que ya tienen.
Existe un abismo entre los, ampliamente alabados, excelentes datos macroeconómicos españoles y la realidad material de millones de hogares en España. Y encima se creen que no vamos a trabajar como todo el mundo; por dinero. Puede que eso es lo que sorprende de las nuevas generaciones: que saben que trabajar por amor al arte, según la definición estricta del término, sin un contrato y una renta, no es trabajo. Y, por eso, lo rechazan.