Ya hace tiempo que la precariedad se ha instalado en nuestras vidas de forma perenne. Lo precario es ya una enfermedad crónica que anida entre esa mal llamada “clase media”. La misma que vio cómo el fin de la crisis de 2008 se saldó con una devaluación salarial de caballo, la mayor de la democracia, y una descarada pérdida de derechos laborales mientras las grandes compañías no dejaron de sumar beneficios (según un informe del Banco de España los españoles más ricos pasaron de concentrar el 44% de la riqueza del país en 2008 al 53% en 2014). Año tras año hemos ido interiorizando la precariedad, la hemos normalizado e incluso nos han hecho ver que está mal visto reivindicar mejoras laborales con el apoyo inestimable de determinados sectores de la derecha que han jugado a desacreditar el papel de los sindicatos. Se nos ha olvidado también qué significa reivindicar una vivienda digna, un sueldo justo, una sanidad eficiente o una educación pública de calidad. Hemos llegado al punto de trabajar a costa de lo que sea, trabajar por un salario bajo; trabajar, en fin, por una seguridad nunca asegurada (Globo, Uber…) y encima estar agradecido, con buena cara, porque hay quien ni siquiera ha podido llegar a eso. Pero no importa, esa “clase media” siente que debe diferenciarse de la clase pobre. Y por eso hay personas que votan pensando que son clase media. Y es que todo el mundo quiere ser clase media, aunque no lo sea, aunque tenga que hacer encaje de bolillos para llegar a final de mes. Nadie quiere ser un mindundi. Es la “clase media” miope que añora vivir sin grandes sobresaltos. Pero cuando un político califica como clase media a una pareja con ingresos superiores a 140.000 euros anuales, desde luego no está pensando en la mayoría de los ciudadanos. Está jugando al engaño, ese en el que caen una y otra vez sus votantes, aquellos que en su miopía y en el “quiero y no puedo” respaldan en las urnas a quienes van en contra de sus intereses. Y vuelven a ese autoengaño cuando lo justifican anunciando a los cuatro vientos su condición de clase media frente a la chusma; esa que reclama los derechos a los que día a día renuncian ellos para seguir manteniendo la apariencia. No hay oftalmólogo que tenga cura para su mala vista.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaLa miopía de la “clase media”
Ya hace tiempo que la precariedad se ha instalado en nuestras vidas de forma perenne. Lo precario es ya una enfermedad crónica que anida entre esa mal llamada “