Con perspectiva sureña

Antonia Merino

¡Uff, qué calor!

Vamos tarde con el cambio climático. Ya en la década de los setenta salieron las primeras voces prediciendo lo que hoy ocurre. Eran los primeros quijotes...

Vamos tarde con el cambio climático. Ya en la década de los setenta salieron las primeras voces prediciendo lo que hoy ocurre. Eran los primeros quijotes luchando contra los molinos de viento de los negacionistas. Tildados de científicos chalados, sus advertencias fueron silenciadas por los tentáculos del poder. Hoy estas voces resuenan como el eco en todo el planeta. Se nos acabó el tiempo. Es tan sencillo como eso. Las altas temperaturas registradas en los últimos días están teniendo consecuencias letales tanto para las personas como para el campo. En varias provincias estamos superando récords de temperaturas máximas. No es esta una particularidad peninsular, sino parte de un fenómeno global: de los diez años más cálidos a nivel planetario, nueve han ocurrido en las últimas dos décadas. Además, recientes estudios muestran que en determinadas zonas del planeta el aumento de temperatura será mucho mayor que la media global. En la cuenca mediterránea, en concreto, las temperaturas previstas para 2100 serán 3.5 grados superiores respecto a las referencias del siglo XIX, incluso si se consigue mantener el calentamiento medio global en los dos grados previstos en el acuerdo de París. No nos queda otra que reconocer que el cambio climático está aquí, es una amenaza para todos, pero no todos lo sortean de la misma manera. El calor mata y mata de la manera más cruda en las zonas pobres. No es lo mismo soportar una ola de calor en una vivienda con aire acondicionado y con piscina que cinco personas en una vivienda con una ventana como única fuente de aire renovado. Es evidente que las desigualdades sociales tienen un peso, mata más el código postal que el código genético. La pobreza energética afecta a quienes no pueden pagar la calefacción o el aire acondicionado. Los que no teletrabajan pueden encontrar una tregua en la oficina. Pero esos otros cuyo lugar de trabajo es exterior, pueden verse en ocasiones, como hemos visto en Madrid, abocados a trabajar a las cinco de la tarde con alerta naranja por altas temperaturas y un traje de poliéster. Y con un resultado ya tristemente conocido. Algo que no impide que los negacionistas del cambio climático sigan erre que erre con ese pobre argumento de que “de toda la vida ha hecho calor en verano” y presumiendo de conocimientos científicos desfasados o de la sabiduría de un primo experto en la materia a la par que desconocido. La emergencia climática no es un futurible, sino una realidad. Y por supuesto, va más allá del ¡qué calor!