Una de las escasas instituciones que más tiempo ha prevalecido y sigue prevaleciendo en Occidente es la institución universitaria. Una creación medieval que se ha mantenido hasta nuestros días. Comunidad de profesores y estudiantes encerrada en el término latino Vniversitas, y aludida también con la palabra Academia que evoca el Academo platónico para entroncar con el quehacer de los sabios de la Antigüedad. Gran parte de las universidades europeas tuvieron su inicio en escuelas catedralicias y, de esa manera, sus orígenes se vinculan a otra de las más antiguas instituciones de Occidente, la Iglesia.
La provincia de Jaén se incorporó a la aventura universitaria en Baeza durante los años treinta del s. XVI, casi al mismo tiempo que nacía la universidad de Granada promovida por un giennense de La Puerta de Segura. Apenas unos años después nacería la de Santa Catalina de la capital. Durante poco tiempo Jaén tuvo dos universidades. Su vocación universitaria es secular, pero no siempre la ha visto realizada. Mientras que la Universidad de Granada se prepara para celebrar su medio milenio de existencia, la actual Universidad de Jaén aún no ha cumplido treinta años. Pensando en el tiempo de las universidades, la nuestra es muy joven y ya se ve amenazada en su futuro con unas medidas que, de cumplirse, cercenarán sensiblemente no solo su crecimiento y su consolidación, también su configuración actual.
Una todavía corta trayectoria, pero una excelente trayectoria. Una trayectoria modelo de gestión, de crecimiento, de buen hacer, que le ha permitido escalar puestos en las clasificaciones internacionales y situarse en posiciones a las que, en no pocos casos, han aspirado con menos éxito sus compañeras mayores. La Universidad de Jaén se distingue por el reconocimiento de sus investigadores y de su docencia, por su transferencia, por el éxito de sus egresados, por la profesionalidad de su personal de administración y servicios. Una universidad que ha ido creciendo sin pausa y con acierto; que se ha desarrollado en la buena dirección gracias a la dedicación, compromiso y entusiasmo de sus miembros. Los resultados de sus esfuerzos auguraban un futuro prometedor, pero de golpe alguien ha propuesto cambiar las reglas del juego.
El reconocimiento de la labor de los investigadores, la calidad reconocida de su docencia, la inserción de sus egresados, la demanda de los estudiantes extranjeros, sus servicios, ya no son los indicadores para la financiación de la Junta de Andalucía. Ahora se propone imponer como principal criterio la captación de fondos externos, o lo que es lo mismo: quien más reciba de fuera más recibirá de dentro. ¡Qué poco se conoce el entorno de nuestra universidad! ¡Qué poco se conoce el nivel social, económico, industrial de esta provincia!
Apenas si esta joven universidad ha tenido tiempo de crear sus propias infraestructuras, de formar sus propios grupos de investigación, competitivos con los de universidades con una solera no de un cuarto de siglo, sino de siglos. Aplicar la misma vara de medir a todos los casos siempre es un desatino injusto.
¡Qué poco se conoce el entorno de nuestra Universidad! Si se conociera, se tendría mucho cuidado en no dañar un motor económico, social, cultural, tan imprescindible en una tierra que intenta levantar cabeza una y otra vez frente a tanto desafecto. A una provincia, por diferentes razones, poco vertebrada y necesitada de señas comunes de identidad, la universidad la aglutina y es además su más sólida oportunidad. Es la oportunidad también de las generaciones jóvenes, que sin ella tendrían que renunciar a una formación universitaria o se verían obligados a emigrar de nuevo hacia otras provincias buscando esa formación superior. La opción por una formación universitaria debería ser un derecho no restringido por razones económicas, ni tampoco por cuestiones territoriales, porque las segundas agravan considerablemente las primeras.
Cuando se crearon las universidades de Almería, Huelva y Jaén, quienes gobernaban lo hicieron como un instrumento permanente de equilibrio del territorio. Un instrumento de desarrollo socio-económico y cultural. En el s. XX ¿qué fue lo mejor que le sucedió a Jaén? Menoscabar la capacidad de desarrollo de nuestra universidad, poner en riesgo su existencia como universidad, sería el paso atrás mayor que nos tocaría vivir.
Jaén, nuestro Jaén necesita una universidad fuerte, prestigiosa, competitiva, comprometida con la provincia como garantía de futuro. Y su universidad, la Universidad de Jaén, necesita que la dejen desarrollarse.
Parecería que alguien se empeña en hacer de esta provincia un nuevo Sísifo condenado a empujar una y otra vez la misma roca hasta la cumbre, para volverla a ver rodar pendiente abajo, mientras testigos impasibles esperan a que este Sísifo acabe dormido sobre su propia derrota, pero creo que tales testigos no conocen la consistencia de piedra de su tesón. Creo que no saben calibrar hasta dónde puede llegar el hartazgo de una población que ya no puede aguantar más afrentas.