Nada reconforta más que el puchero de siempre ni nada te levanta mejor que la sonrisa de tus seres queridos. No hay cama más cómoda que la tuya ni palabras más estimulantes que las de tu pareja. Sí, esto que parece tan obvio es lo que, en muchas ocasiones, se nos olvida. Con alzar la mirada al cielo podríamos ver las nubes oscurecerse y acercarse pero sabemos que va a llover solo cuando lo dice la aplicación meteorológica del móvil. Somos capaces de pulsar emoticonos con risas, sollozos, asombros y besos sin que se nos mueva un músculo de la cara para articular uno de esos gestos. Aumentan los amigos de Facebook en proporción a los días que seguimos sin llamar a los que nos aman. Así, mientras miro 20 canales de televisión sin prestar demasiada atención, mi hijo me pregunta que cómo pude pasar la infancia sin jugar en la consola al fortnite o al fifa y, de repente, lo recuerdas. "¿Fortnite? Yo jugaba a policías y ladrones en la Alameda. ¿Fifa? me desollé las rodillas pateando una pelota por las empedradas calles de San Ildefonso". ¡Vaya! De golpe y porrazo a veces uno despierta del letargo y, entonces, se ríe a carcajadas cuando escucha que ha sido el coronavirus el que nos ha quitado nuestra libertad y nuestra vida social. Por unos momentos, cuando uno deja de ser zombi, vuelves a emocionarte y, casi siempre, lo haces con lo de siempre.
Haciendo lo de siempre, Elvis Costello consigue emocionarnos con su último disco "The Boy Named If" lanzado el pasado viernes 14 de enero. Corrigiendo a los Rolling, la frase "es solo rock and roll pero me gusta" tendría que ser "es solo rock and roll y por eso me gusta" porque, aunque no es su mejor álbum, marca el punto en el que esta leyenda viva vuelve a sus orígenes para hacer lo que mejor sabe tras sus aventuras "power poperas". Siempre hemos intuido que Costello sabe que el rock, para lo bueno y para lo malo, es un fenómeno audiovisual, un arte híbrido, un espectáculo, una mercancía, un sistema de rituales y una cultura. A todo esto huele esta trigésima segunda grabación de su larga trayectoria discográfica y la quinta junto a "The Imposters" (Pete Thomas a la batería, Davey Faraguer al bajo y Steve Nieve al órgano).
"The Boy Named If" comienza vibrante e impactante con una canción que, a la primera escucha, se convierte en un clásico: "Farewell, Ok". Se trata de una colección de "Pub Rock" en la que también destacan el tema homónimo al disco por su enorme personalidad, "Magnificent Hurt" porque recuerda al Costello de finales de los setenta, la incatalogable "The difference" que, precisamente, es la más diferente de este trabajo y las preciosas baladas circulares "Paint The Red Rose Blue" y "Mr. Crescent". Un álbum de melodías brillantes con una magnífica interpretación vocal y unos encantadores arreglos a las teclas que embelesan.
En cuanto a los textos, encierran profundos mensajes cuya temática es ese proceso de crecimiento en el que nos vemos obligados a abandonar la infancia. Esa etapa agridulce donde aún se conservan nuestras alas, nuestra pasión y nuestra esencia. La que todavía no está robotizada, la que guarda secretos, la que suele enamorarse. Aquella que empieza a descubrir lo que el día de mañana te emocionará. Nuevos sabores, olores, colores, sensaciones y sentimientos que, después, serán sempiternos.
En definitiva, sobre todo a los que ya no cumpliremos cuarenta, "The Boy Named If" alimentará los corazones y nutrirá las almas aunque no tanto como aquel estofado de patatas con carne que me hacía mi madre porque, la verdad, nada reconforta más que el puchero de siempre.