El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

El acusado de Notre Dame

Si los sordos son quienes juzgan, ampárense en las señales estelares pero no hay juicios en la noche cuando los corazones están en calma

Sabed pues infantes humanos, que el infierno no fue acabado en siete días, ni en tan solo cuatro el eterno cielo. Lo que por hacer queda nadie lo sabe pero lo hecho queda escrito en páginas como esta en forma de cuento otoñal para vuestra merced. Y helo aquí el título: El acusado de Notre Dame.

Nuestra señora de París, no es de París, ni siquiera de Francia, llamémosle entonces, Nuestra señora de España. Si es nuestra queda por deducir y si es de España buen escrito le suceda. Quasimodo, desdicha fatua, pero la arrogante desdicha de ser presidente del gobierno, la lleva Pedro Sánchez, pues toda presidencia conlleva una joroba impuesta.
Quien se encarga de las campanas de la democracia, sufre tres delitos: la fealdad, la injuria y la deformidad. Esmeralda es pues la democracia que con su exaltada belleza atrae a todo tipo de bribones, no así a los poetas que cuentan esta historia. Una suerte de conjura de necios pretende secuestrar a la democracia, ¿y a quién acusan primero cuando sus propios delitos son descubiertos? ¡Al Campanero! Que es juzgado en la Plaza Pública. Si los sordos son quienes juzgan, ampárense en las señales estelares pero no hay juicios en la noche cuando los corazones están en calma, sino en la luz del día cuando todas las sombras son iguales.

El Campanero pide agua, ya que todo injusto castigo permite a la sed manifestarse, pero los jueces la deniegan como una falta al Tribunal.



¡Ni agua al acusado, ni descanso al mendigo! ¿Acaso la democracia quería vengarse también de él? La desesperación enturbia los ojos, y los de este Quasimodo moderno, no iban a ser menos. ¿Qué había hecho él sino tocar las campanas para todos/as? Existen seres espeluznantes que se hacen llamar hombres porque el hombre está ya insultado en todas las lenguas y no así los demonios.

Pero Esmeralda, Esmeralda le acerca una pequeña calabaza al cadalso y de ella bebe un lánguido sorbo de agua. Y llora, Quasimodo llora por la compasión demostrada, por el hecho de que no todo está perdido y el mundo siniestro será derrotado. Y así es, pero la victoria trae la venganza del derrotado, y Quasimodo sabe que nunca descansará en paz. Los Cardenales de la política se desesperan y traman vilezas contra él y las campanas que nunca quedarán calladas. Esmeralda ama a Quasimodo. La democracia ama a Pedro Sánchez, y es un amor correspondido…