Dime ahora, querida Mary, si eres merecedora de coronar tu empresa con gran éxito. Yo diría que sí, que tu gran obra se ve representada tan a diario en la platea política de este siglo, que la ociosidad del espectador, está interpelada por la necesidad de conocer cómo se desarrollan los acontecimientos de este tiempo tan presente como convulso.
Y es que hay seres creados no tanto por las ansias de conocimiento sino para la destrucción del mismo.
De aquí no se extraen fragmentos de lo que permanece muerto, sino que las partes que forman a la criatura provienen de la parte viva pero oscura de las democracias liberales.
Digamos, querida Mary, que Frankenstein es una criatura horrible pero inocente, y a diferencia de la ultraderecha, no hay inocencia sino pura maldad.
Una criatura mala, no tiene ninguna excusa ni exculpación. Se alimenta de la podredumbre que crea el sistema, porque es innegable que proceden de un sistema que no consigue acabar con la podredumbre y además la aumenta. De esto se alimentan estas criaturas y de ahí levantan sus cuerpos.
En sus acciones solo persiste el odio por el odio y su consecuente multiplicación. Hay que ser una criatura maligna para negarte la nacionalidad por tener un color de piel diferente. Hay que estar poseído/a por el diablo al querer prohibir cualquiera de los derechos humanos, pues ya no es humano/a quien procese esta malignidad.
Tu criatura, Mary, fue juzgada por su aspecto pero hoy día los monstruos quieren y pueden gobernar países y personas.
Si las democracias liberales toleran la maldad, están poniendo el cuchillo en las manos del criminal.
Si las democracias liberales toleran la imbecilidad de los/as imbéciles en términos políticos, están aportando la pala que cavará la tumba de la democracia.
El crimen no es ninguna necesidad sino pura maldad. Igualmente la imbecilidad no es necesaria ni debería ser admitida en cualquier gobernanza.
Para evitar que estas criaturas proliferen, solo hay que hacer las cosas bien y acabar con la pobreza de los pobres y con la riqueza de los ricos, porque son estos últimos, los artífices de todo mal.