El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

Origami

Los sadomasoquistas del dinero, con sus máscaras, látigos y perversiones, están presentes tanto en la política como en el comercio

El café humea en la taza, los ojos lo observan, el cerebro calla. La mente aún no está despierta. Un libro sobre la mesa, un árbol tras la ventana. Un pájaro pliega una hoja con su sencillo peso.

Recuerdas el sueño de la noche: otro país, personas desconocidas, conversaciones de ida y vuelta. Al despertar, tu mesa a la deriva llena de libros, llena de historias por recorrer, por presenciar, por llenarlas con tu corazón.

La calle está callada, los obtusos guardan silencio. La violencia parece no pertenecer a este mundo, y ese instante es gozoso, junto al primer sorbo de café.



Observas, siempre observas, cómo cambian las cosas. De una consciencia líquida a una consciencia sólida. Tus ojos te miran por dentro, tu interior es un enigma y sin embargo, tu propia mirada lo advierte sin perder el brillo porque siempre capta la luz.

El ruido hace presencia: los ineptos quieren conquistar el mundo, ¿para qué? Únicamente para destruirlo.

Te parece lejana toda esa palabrería de quien ha perdido el espíritu.

Los sadomasoquistas del dinero, con sus máscaras, látigos y perversiones, están presentes tanto en la política como en el comercio. Sus sacerdotes apestan a tinta mohosa. La ciénaga proyecta sus sombras.

En todo caso tu mente acepta el viento, la brisa, la calma del verano, en el cual otro viaje te espera. Lo que pensamos se transforma, lo que tocamos también.

La cultura es un oásis verde. El pensamiento es un desierto profundo.

Caminas sobre un asfalto roto, caliente como el preámbulo del primer paso. ¿Hacia dónde va todo ese ruido?

A ninguna parte. Vuelvo la esquina de una calle...