El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

¿Sociedad de uso o sociedad de consumo?

El valor que se le puede proporcionar a un objeto o a un bien, tiene un crecimiento ilimitado según quienes especulan

El uso agota el carácter duradero de las cosas. Si para John Locke la durabilidad de los objetos y bienes, era el principio fundamental en el que se establecía la propiedad privada, también Adam Smith necesitaba la durabilidad para añadir "valor" al intercambio comercial de productos y bienes: objetos de la productividad de la naturaleza humana, como bien definiría Karl Marx en su momento. ¿Pero qué usamos realmente y dónde se sitúa este valor? Empecemos por lo más básico. Usamos el aire, usamos el agua, usamos la tierra, todo considerado como bienes naturales de la humanidad que la naturaleza proporciona de manera gratuita y por consiguiente en una sociedad de uso se utilizan para la propia existencia de dicha humanidad. Si cambiamos el término "sociedad de uso" por el término "sociedad de consumo", estos mismos bienes que la naturaleza proporciona de manera gratuita, pasan a convertirse en "objetos de producción y propiedad privada". Solo es un cambio de concepto que sin embargo cambia completamente la concepción del mundo.
Este concepto aplicado a todas las sociedades, las convierte en sociedades consumidoras de productos con un valor de intercambio siempre en aumento, dado al carácter sin límites del enriquecimiento de la propiedad privada. Porque no hay límites, ¿verdad? El valor que se le puede proporcionar a un objeto o a un bien, tiene un crecimiento ilimitado según quienes especulan con el valor de dichos bienes y objetos. Así, la energía, la ciencia, la alimentación, la vivienda, todo está supeditado a este carácter de enriquecimiento ilimitado del sector privado que consigue convertirnos en consumidores, es decir, en clientes de los bienes y productos que gratuitamente proporciona nuestro planeta. Claro, todo tiene su valor de uso, pero el valor de uso es muy diferente al valor de consumo; mientras el primero proporciona la durabilidad de la gratuidad de los bienes de la tierra, el segundo proporciona el enriquecimiento ilimitado de quienes consideran que la propiedad privada de los bienes de uso debe ser sustancialmente superior en el registro de la "supuesta legalidad", a la propiedad pública de dichos bienes. Y esto únicamente puede darse con la complicidad implícita de los Estados políticos. La privatización de los bienes de consumo y la privatización de la durabilidad de estos mismos bienes, es totalmente ilegal y éticamente inasumible para que un Estado sea realmente democrático.