Estilo olivar

Juan José Almagro

Alimento, remedio y luz

Hace muchos años, tantos como más de dos mil cuatrocientos, en plena madurez creativa, Platón nos reveló en “La República” el hermoso y siempre actual mito...

Hace muchos años, tantos como más de dos mil cuatrocientos, en plena madurez creativa, Platón nos reveló en “La República” el hermoso y siempre actual mito de la caverna. Decía el filósofo griego que el reino de las apariencias se representa en una gruta en la que estamos sentados de espaldas a un fuego llameante; mientras, entre el fuego y nosotros transitan figuras/personas reales, pero nosotros solo vemos los movimientos de sus sombras proyectadas sobre las paredes de la caverna, y esas sombras constituyen nuestra realidad…

Aunque no he vivido de forma permanente en Úbeda, en Jaén, desde que tenía diecisiete años, mi realidad siempre ha sido mi tierra, de la que nunca renegué y a la que jamás he renunciado. He vuelto aquí, al menos, cada mes de mi vida y, ahora, cuando mi edad es provecta, rodeado de arte, de amigos y de 66 millones de olivos, en Úbeda paso largas temporadas y atiendo a mi devoción y amor por esta tierra jaenera honrando el lugar donde nací. Ese es mi destino, al que me debo sin apariencias. Antoine de Saint-Exupery escribió en “El Principito” que “todas las personas grandes han sido niños antes, aunque pocos lo recuerden”. Yo he querido seguir siendo un niño de mi tierra, y luchar por ella. Esa es también mi diaria realidad y el prólogo de una reflexión (“Estilo olivar”) a la que me he comprometido mensualmente con el director general de la editora de esta publicación, un comunicador referente llamado Manuel Expósito.

Como se acerca 2023, un año intenso y extenso en citas electorales, quiero reflexionar sobre aquello que me preocupa, y quiero hacerlo con honestidad intelectual. No cabe otra forma. Creo, con otros muchos, que nuestros dirigentes políticos, sea cual fuere su color, están perdiendo el oremus. Se han alejado de la realidad, no aceptan la crítica ni practican la autocrítica y maquinan pensando siempre en el relato, tratando de inventar la verdad y en sacar rédito político a sus apariciones públicas, a sus intervenciones en parlamentos y en otros foros, a sus discursos siempre dirigidos a los correligionarios sin pensar en el común, creyéndose merecedores de todos los elogios y semidioses si han tenido éxito en algo concreto, olvidando, como escribiera Quinto Tulio Cicerón (hermano menor de Marco, para el que escribió hace dos mil cien años un muy recomendable librito, “Como ganar las elecciones”) que “el exceso de elogios resulta perverso cuando hace peor a quien los recibe”.

El dirigente, el líder o el político en ejercicio, y más en tiempos inciertos adobados con crisis de todos los colores, tiene que ser, sobre todo, humilde, la más eficaz fórmula o antídoto contra la depresión. Y, además, no debe ser estúpido. Pero estas exigencias no son fáciles de cumplir. Los seres humanos somos por naturaleza fatuos y presuntuosos. El dirigente, hombre o mujer, además de hacer bien su trabajo y de tener un comportamiento ejemplar, debe ser capaz de administrar un plus de responsabilidad. Su principal tarea no es ser florero ni aprovecharse del cargo en su propio beneficio, sino la lealtad y el sagrado compromiso con todos y cada uno de los ciudadanos -voten a quien voten- para procurarles bienestar; para conservar y acrecentar el legado de cada pueblo, ciudad, provincia, comunidad o del país entero, lo que toque en cada caso, para las generaciones venideras. Y eso es sostenibilidad, de la que ahora tan falsamente presumimos. El dirigente, el líder, es sólo depositario de un patrimonio, de una cultura, de una marca, del porvenir de las gentes que, dando ejemplo, cumplen con su deber. De todo eso, el líder, el dirigente, es no solo depositario sino, en primer lugar, su responsable.

No podemos ser -los políticos menos que nadie- capullos de alhelí, una planta de hoja perenne y flores olorosas con hermosos y variados colores que se cultiva sólo para el adorno y el postureo, como ahora sucede con muchos dirigentes. Seguramente, lo más honesto, lo cabal, es hacer las cosas sin alharacas, trabajando “estilo olivar”, es decir, responsablemente, dando frutos sin hacer ostentación de flores, sin presumir, sabedores de que el fruto de la oliva, la aceituna, nos procura el aceite que, como decían los clásicos, es “alimento, remedio y luz”. Casi nada...