La ciudad está de resaca. Piensa en que bien están las visitas cuando vienen pero más cuando se van. La vuelta a la rutina le sienta como un bálsamo. Se puede escuchar algo parecido al silencio después de las fanfarrias. Incluso se puede pasear uno sin sumergirse en un dédalo de terrazas con el letrerito de “reservado”. En un cuento de Cortázar un piso era tomado por algo que no sabíamos qué, aquí las mesas de los bares toman la ciudad sin apenas guardar el espacio vital mientras las familias ojean, comparan y si encuentran algo mejor compran las cartas de los establecimientos hosteleros. Las calles vuelven a pertenecer a sus viandantes y los bares a sus parroquianos. En la Edad Media (y antes) cuando veían de lejos llegar a los vikingos con el pack completo, léase saqueo, incendio, estupro, los paisanos se recogían en lo alto del castillo para volver a sus hogares (o lo que quedaba de ellos) tras el solaz de los hombres del norte. De repente una multitud laxa y desordenada se convierte en una muralla garrapiñada inexpugnable en la que los carritos de los niños son sus bastiones. Viendo la ciudad ahora parece que eso nunca ocurrió al igual que cuando se arrastra la canícula por estos lares pensamos que el invierno pertenece a la ciencia ficción. Sólo quedan manchas de cera y millones de cáscaras de pipas en Italia está el monte Testuccio levantado con ánforas rotas, aquí podríamos tener nuestro Everest erigido con cáscaras de pipas). Se guarda la ropa de domingo, se lustra la insignia que vuelve a su caja. Los compadres, achispados, dejan de pelearse con las caras abotargadas por ver quién paga la cuenta. Los turistas cesan de imponer las costumbres que rigen por sus terruños a los nativos. La vida vuelve a ser cara de cojones, de hecho siempre lo ha sido, lo que pasa es que durante esta semana no se han dado cuenta y ahora la realidad personificada en extracto de cuenta ha salido a buscarlos .Toca enclaustramiento, estoicismo, fines de semana de televisión y cerveza con marca de supermercado hasta la próxima epifanía.
El espacio vacío que dejen será ocupado por buenos modales, conversaciones sin gritos, desplazamientos sin codazos y...espacio. Las campanas han dejado la cocaína y vuelven a marcar el tiempo enlazándonos con aquellos campesinos no tan lejanos que trabajando de sol a sol las tenían como única referencia de tiempo. Algunos con pena, otros con alivio. Se cierra el kiosko hasta nueva orden.
Carlos Oya
La chapaResaca
La ciudad está de resaca. Piensa en que bien están las visitas cuando vienen pero más cuando se van. La vuelta a la rutina le sienta como un bálsamo...