Últimamente, cuando he necesitado utilizar más los servicios de la sanidad pública andaluza, no he podido evitar pensar cuanta razón hay en la Ley de Murphy al afirmar que “Toda situación es susceptible de empeorar”. Y no me refiero ya a la tardanza en conseguir cita médica online, a las largas colas en algunos centros de salud, a los cambios de las citas con especialistas a última hora, o a la falta de información sobre el estado de ese familiar que ingresamos en las urgencias de un hospital…Porque estas situaciones se han convertido en el calvario habitual que los ciudadanos atendidos asumimos, con mayor o menor resignación, pese a nuestras protestas. Sin embargo, los despropósitos sanitarios que debemos soportar no dejen de aumentar.
Así, la reciente sentencia que obliga a un Hospital jiennense a indemnizar con 35.000 € a un paciente por el olvido de una gasa en el interior de su pie operado, nos muestra la cara cada vez más inhumana de nuestra sanidad pública. Y no porque se produzca alguna negligencia, pues errar es humano y el personal sanitario también lo es; sino porque tras confirmarse el olvido del apósito en la herida, el paciente tuvo que recurrir a la sanidad privada para que se lo extrajeran, pues en la sanidad pública pretendían colocarlo otra vez en la lista de espera.
Hace un par de días, la muerte de otra paciente de Coín tras esperar durante cinco horas una ambulancia, me ha recordado el penoso episodio que vivimos con mi madre, de 91 años, en su última estancia hospitalaria. Nuestra espera de más de 24h tras recibir el alta fue tan kafkiana que si la viésemos en una película hubiéramos pensado que el guionista desvariaba. Nos dieron las once de la noche y tuvimos que volver a acostarla porque nadie sabía nada de la ambulancia “fantasma”. Le dieron las comidas, pero la enfermera, aunque lo intentó, no pudo conseguirle toda la medicación prescrita que necesitaba porque aunque seguía hospitalizada, en teoría mi madre ya estaba de alta. Así que tuve que salir pitando del Hospital para comprarle las medicinas en una farmacia. Y decidimos trasladarla a la casa en taxi, pero nos dicen que le han prescrito oxígeno y solo puede llevarlo puesto en la susodicha ambulancia.
En fin, prefiero no seguir contando porque -como decimos en mi pueblo- aquello fue “el cuento la pava que nunca se acaba”. Y lo peor es que no es un cuento, sino la dura realidad de algunos servicios del sistema público sanitario andaluz, ese mismo que desde las paredes de nuestros ambulatorios y hospitales nos recuerda nuestro “derecho a una asistencia sanitaria de calidad”. Y cuando leo eso, ya no sé si reír o llorar.