Soy consciente del riesgo que corro al escribir sobre este acontecimiento nacional, peninsular para ser más exacto, que tanto nos turba y preocupa como nunca antes sucedió. Es la primera vez, una más de esas primeras veces que nos vienen sacudiendo en los últimos años, como lo fue la pandemia, de mayor registro, duración y desgracia que esta, como fue ver durante días la voraz hambruna de un volcán pantagruélico que comía tierras, cosechas, casas y plazas, o desplazaba incontables toneladas de lava a través de los acantilados cercanos hacia el fondo del océano, o como asistir a la muerte de un Papa, amigo de gentes normales, pobres muchos, despreciados otros por causa de leyes y gobiernos, mal acogidos en las playas a las que llegaron, los desposeídos de sus derechos a ser lo que fueran y quisieran. La pandemia nos unió en una especie de único cuerpo planetario que lamentaba día a día, hora a hora, la muerte y el dolor de tantos que se llevó. El volcán televisado pudo convertirse en un espectáculo mostrenco que nos mantuvo como un solo y único espectador frente al televisor que nos mostraba su voracidad. La muerte de Francisco nos ha situado en torno a una mesa tertuliana, algunos con las voces airadas que le son propias, otros con más templanza y cabeza fría, para hablar de palabras, obras y razones. Pero esto es otra cosa, el apagón es distinto. Es una primera vez de verdadera categoría, inimaginable, increíble para uno que está escribiendo con cierta urgencia sobre esto.
No es planetario como el caso del virus de la covid, ni voraz y caprichoso como el volcán isleño. No está sometido a controversias ni en él la fe tiene partido. Es el primer acontecimiento nacional (dejaré el tema peninsular para David) que nos une en mucho tiempo. Sí, es cierto, en la desgracia, pero nos une. Sé a ciencia cierta que mis hermanos zamoranos (creo que ante semejante episodio nacional es la hermandad una manera de significar este asunto con mayor calado que llamarlos mis compatriotas zamoranos, a secas), no pueden en este preciso instante poner a calentar el café frío de la mañana en el microondas, o la infusión de media tarde en ese hervidor que silba con denuedo para que lo apaguemos, zamoranos y yo, unidos en esta media tarde sin voltaje. También sé que en Segovia, y lo sé también a ciencia cierta, andan preocupados con sus medios cochinillos conservados en el tercer cajón del congelador temiendo que se descongelen, porque yo tengo el mismo sentimiento con medio kilo de panceta de cerdo guardada en el mismo cajón de mi frigo. La diferencia es notoria pero así es España con o sin apagón. Y segovianos y yo temiendo también por el futuro que les aguarda a los doce o catorce cubitos de hielo guardados más arriba. No tengo la menor duda de la inmensa pena que está atravesando ahora el alma a miles de andaluces, privados por esta falta de amperios nacionales, por no poder ver a juan y medio (así, con minúscula aunque sea grande), la misma pena que a los catalanes impedidos por la misma causa de disfrutar una vez más con la enésima visión repetida de Kundé batiendo al belga Courtois. La tristeza de miles de vascos que ahora mismo tampoco pueden ver a la revelación del joven aizcolari que parte troncos todas las tardes en su tele vasca. Catalanes, andaluces, vascos, castellanos leoneses, todos unidos frente a un televisor que ahora no se ve. Podría continuar asegurando a ciencia cierta los padecimientos de diversa índole, pero penosos todos, de murcianos y extremeños, levantinos y gallegos, manchegos, aragoneses, cántabros y riojanos, navarros y astures, unidos todos, pero ya lo hizo con bravura, mejor que nadie, el poeta de Orihuela (con mayúscula como el Poeta) que también prefirió apelar al hermoso sentir de los hermanos antes que al de patriotas.
El apagón nos une en un destino sin luz, por ahora, imposible de pensar ayer. Quién se habría atrevido a pronosticar una cosa semejante a esta. Ni siquiera losantos (con minúscula por ser bajito) en sus pesadillas más húmedas habría llegado a soñarlo (aunque es posible que mañana diga “como ya os había advertido yo…”). Instalados o dormidos como estamos en la seguridad de occidente, quién podría haber vaticinado este déficit de vatios cuando ni siquiera lo pensamos para nuestra comunidad de vecinos, cómo íbamos a pensar que un sentimiento nacional de esta envergadura, cuarenta millones de personas, sin contar a las de David, se convirtiera en episodio nacional del bueno al no tener luz a la que agarrarse. A ciencia cierta sé que quienes no están interesados en este tipo de uniones sentimentales, sin excesivo voto de castidad ni permanencia, aquellos que lo son más de banderas tendidas al sol, lo están pasando mal: se han quedado sin redes. Mañana, sin embargo, dirán lo de siempre, alertarán de otra amenaza más a la libertad en un país esclavizado por un tirano, dirán que con franco (así con minúscula como él era, chiquitito) esto no pasaba… ah, sí, en la españa (así también) de las casas iluminadas con gas, calentadas con carbón, guisadas con petróleo, alumbradas con velas, en las casas sin luz, miles de casas sin luz, esto no pasaba.
Por fin, unidos.
Por unas horas, aún no ha vuelto la luz a mi casa, somos una nación unida por un apagón, pero iluminada todavía por un cielo azul que deja su claridad indemne posarse sobre este escritorio que la agradece.