La publicación del enésimo caso de corrupción en España ha desencadenado la habitual reacción, compartida e hipócrita, del escenario político. Una vez nos hemos enterado de que un colaborador del ex-ministro y ex-secretario de organización socialista supuestamente se enriqueció con la venta de mascarillas en la primavera de 2020, en lo peor de la pandemia, se han ido sucediendo los comportamientos que ya conocemos de episodios similares: la sorpresa de conocidos y compañeros, la indignación de los rivales, las peticiones de responsabilidad y dimisiones, los sesudos análisis sobre los mecanismos de la corrupción y su inserción en nuestra "clase" política, etc. ¿A que les suena todo esto? ¿Y a que también saben cómo acaba?
En el caso "Koldo" encontramos los mismos ingredientes de siempre: un oscuro asesor, o lo que sea, del Ministerio de Trasportes obtiene comisiones gracias a la adjudicación, sin concurso ni competencias, de contratos públicos; su patrimonio personal y el de su familia se multiplica en poco tiempo, sin aparente justificación; ninguno de los que le rodea sabe nada del asunto, ni siquiera el Ministro, del que era fiel lugarteniente y mano derecha; el partido al que pertenecen, en este caso el PSOE, elige una cabeza de turco para evitar que el escándalo salpique a instancias superiores y todos los miembros del partido lo señalan, haciéndole el vacío; el chivo expiatorio aguanta el chaparrón y se niega a dimitir, mientras negocia algunas contraprestaciones ventajosas; finalmente el "responsable" cae y se intenta olvidar todo, mientras las sentencias, si llegan, tardan algunos años.
Siguiendo este guion, Ábalos está resistiendo su cargo de diputado, afirmando que no sabía nada y que hubiera dimitido de haberlo sabido, si hubiera sido ministro, como si un "simple" diputado no tuviera ninguna responsabilidad ("claro, pensará, si lo único que hago es pulsar un botón, ¿no?"). Esto tampoco es nuevo. Ya sabemos que la mayoría de nuestros responsables públicos saben poco o nada de lo que hacen quienes están a su alrededor: González no sabía nada de la X de los GAL, Aznar no sabía nada de Rato ni Matas, Rajoy no sabía nada de Bárcenas ni siquiera del mismísimo "M. Rajoy", ni Juan Carlos ni Cristina sabían nada de Urdangarin, Esperanza Aguirre no sabía nada de Granados, ni Ayuso sabía nada de su hermano,...
También hemos visto la reacción indignada y demagógica de los rivales políticos. En España se utiliza la corrupción únicamente para el sucio juego de acusaciones partidistas, no para eliminarla. Principalmente por parte del PP y el PSOE, que ni pueden ni pretenden erradicar las prácticas corruptas de sus cargos sino simplemente convertirlas en un arma arrojadiza contra el otro, como si ellos nunca hubieran sido investigados o condenados, o como si no tuviéramos memoria y todos hubiéramos olvidado a Rita Barberá, a Chaves y a Griñán, como parecen haberlo hecho ellos.
Resulta un tanto vergonzoso escuchar estos días a los cargos del PP clamar al cielo por la indignidad de Ábalos y el tal Koldo y olvidando que hace precisamente dos años, ellos mismos expulsaron a Pablo Casado por denunciar el lucro con las mascarillas del hermano de la "jefa Ayuso", la misma que puso en el cargo al actual Presidente, el ahora indignado Feijóo.
Otro elemento fundamental de este espectáculo es el uso demagógico tanto de la presunción de inocencia como de la responsabilidad política. Ante cualquier hecho presuntamente delictivo existe una cuestión moral que debería obligar a abandonar sus cargos públicos, por el bien de las instituciones y de sus propios partidos, a aquellos que puedan tener culpa in vigilando, por falta de control y fiscalización de sus equipos. Todo cargo conlleva saber a quién se contrata, a quién se tiene como colaborador y cómo se desarrolla una cuestión fundamental como la contratación, el uso del dinero público. Sin embargo, es demagógico pretender, ante las primeras noticias, una cascada de dimisiones que no respete la presunción de inocencia ni las investigaciones que se puedan desarrollar, intentando confundir responsabilidad penal y política.
En definitiva, un caso más, similar al resto, en el que se utiliza el dinero de todos para el enriquecimiento personal, para el beneficio de conocidos y allegados, en el que se eluden las responsabilidades con el resto de ciudadanos, etc. Uno más que nos hace decir aquello de "¡son todos iguales!" Pero, ¿son sólo "ellos"? ¿Cómo respondemos los ciudadanos ante la corrupción?
Una pregunta habitual es por qué los votantes no castigan estos comportamientos. Tenemos ejemplos de políticos involucrados en casos de corrupción que son reelegidos o de partidos que sacan mejores resultados tras un escándalo con dinero público. Y en este caso, la responsabilidad es totalmente nuestra. Nos hemos acostumbrado a considerarlo todo un juego, en el que uno tiene "su equipo" y lo defiende pase lo que pase. De esta forma, preferimos no informarnos sobre los casos de corrupción que afecten a nuestro partido preferido y, si lo hacemos, pensamos que todo es mentira, una falsedad creada por el partido rival.
Pero es que, además, si lo pensamos por un momento, el cansancio que nos produce la corrupción política no evita que el mismo modelo esté presente en el resto de nuestro sistema, en nuestra economía y en nuestra sociedad. La corrupción aparece en todos sitios, allí donde hay dinero y escasean los principios.
En nuestro principal sector económico, por ejemplo, se calcula que existen casi tantas plazas de alojamientos turísticos ilegales como plazas de hoteles legales; es la otra cara de nuestro turismo, en el que prima la ilegalidad y el fraude fiscal, porque “son todos iguales”.
Las grandes empresas se mueven por los mismos criterios. Hacienda llevó a cabo durante 2023 unas 40 mil actuaciones persiguiendo la economía sumergida en grandes empresas y recaudando unos 20 mil millones de euros. Ya sabemos que todos los grandes empresarios y emprendedores “son iguales”.
Hace poco supimos que Carlos Herrera había utilizado una "sociedad pantalla" entre 2006 y 2007 para pagar menos impuestos en España. Una actitud muy patriótica y ejemplar que se suma a la de una interminable lista de famosos hipócritas que van desde Lola Flores a Sergio Ramos o Messi, pasando por Imanol Arias y Bertín Osborne. Muchos de ellos se llena la boca de España y critican a los políticos pero, como en el fondo sabemos, “todos los famosos son iguales”.
Lo peor es que el problema no queda aquí. En el día a día de cualquiera de nosotros bordear la legalidad, especialmente en lo referente al dinero y los impuestos, es una costumbre arraigada. Se pregunta con mucha naturalidad: ¿con IVA o sin IVA? Y a todos nos parece lo normal porque hemos llegado a un punto en el que quien cumple la legalidad parece tonto. Como si todos fuéramos “iguales a los políticos”.
Visto así, la critica a los políticos debería ser más estética que ética; quizás el motivo sea que los han pillado y se ha descubierto el pastel. Porque en esto, como en tantas cosas, es difícil que se presenten voluntarios para tirar la primera piedra sin mentiras ni hipocresía. Cierto es que la función pública requiere de un comportamiento ejemplar e intachable y que los comportamientos corruptos por parte de nuestros gobernantes y políticos son un mal ejemplo para el resto de la sociedad. Pero también lo es que deberíamos revisar también los comportamientos “corruptos”, irregulares y reprobables del conjunto de la sociedad.
En caso contrario, sólo estaríamos demostrando que tenemos las instituciones que nos merecemos, un puro reflejo de los valores de nuestra sociedad y de su cultura. Una sociedad en la que se valora la picardía por encima de la honestidad, que piensa que no está tan mal utilizar los medios que estén a nuestro alcance en beneficio propio; en la que triunfa el más espabilado. Es decir una sociedad en la que “todos son iguales”; todos son “Koldos”.