El enésimo espectáculo de "unidad/desencuentro" de la izquierda a raíz de las elecciones andaluzas ha provocado el, por otro lado, habitual relato de medios e implicados sobre los pormenores de los hechos. Las diferentes historias de luchas de egos, disputas por las parcelas de poder y repartos económicos entre los grupos dirigentes o, directamente, entre Iglesias y Díaz, son el espacio en el que se enfrentan unos y otros. Solo ampliando este horizonte, podamos entender algo.
Desde hace tiempo, la izquierda anda sin rumbo, incapaz de situarse ni situar su discurso entre sus objetivos, sus contradicciones y la realidad. Enfrente, la percepción social mayoritaria fluctúa entre la demanda de tranquilidad de unas clases medias que requieren estabilidad para afrontar la recuperación económica y la necesidad de una mejora evidente de sus condiciones de vida de unas clases precarizadas que se sienten abandonadas.
El problema es que ni una ni otra postura puede ser representada por quien, al mismo tiempo, pretende impugnarlo todo pero forma parte del Gobierno, ni por quien aparenta que todo va bien mientras obvia la realidad que sufren a diario millones de españoles. Tras el sufrimiento consecutivo de crisis económicas, políticas y sanitarias, muchos están hartos de crispación y cabreo. Otros solo saben que ni el sueldo ni la pensión les llega a fin de mes, el negocio no termina de dar suficiente para vivir y los precios no terminan de bajar. Además, los contratos, se llamen temporales o indefinidos, siguen sin proporcionar estabilidad y seguridad. Solo un dato: la renta familiar española es un 2,2% menor que antes de la pandemia y, sumando la inflación, un 7% menos; en la UE ha aumentado un 5,3%.
Así, más allá de enfrentamientos estériles y egoístas, irremediablemente se llega a la convicción interna de que la única percepción social que se pueda representar es el desencanto, la nostalgia de lo que pudo haber sido y el miedo ante el futuro, como reflejaba el documental sobre la familia Panero realizado por Chávarri.
Ahora, tras las acusaciones, se fingirá un encuentro interesado, en el que nadie está contento, intentando construir algo que ilusione y sea útil. Sin embargo, no se puede ocultar lo evidente: no hay plan ni proyecto sino un absurdo juego en el que todos pierden. Se ha llegado al "Desencanto", un espacio político y social al que nadie, ni dentro ni fuera, quiere pertenecer y esa es la explicación de lo que ocurre y de los resultados que se obtienen.
Manuel Montejo
Sobre nuestras piedras lunaresEl desencanto
El enésimo espectáculo de "unidad/desencuentro" de la izquierda a raíz de las elecciones andaluzas ha provocado el, por otro lado, habitual relato de medios...