Volver a hablar de los preocupantes datos del paro en Andalucía genera hastío y vergüenza. Mes tras mes y trimestre tras trimestre, somos la constatación de que existen problemas cuya solución no preocupa a los que mandan, porque no les afecta a ellos ni a los suyos, pero que son utilizados políticamente como si no hubiera personas detrás de los números.
Se ha llegado a un punto en el que se trata de un problema tan asumido en su conjunto que parece fuera de las decisiones de cualquier gobierno. La ausencia de empleo en nuestra tierra llena los discursos que no dicen nada o sirve para hacer maquillaje retorciendo las cifras pero no recibe medidas reales que representen una alternativa para nuestro modelo productivo dependiente, basado en la explotación insostenible del turismo y unos cuantos cultivos y la búsqueda de rentabilidad económica en el corto plazo. Ese modelo compartido por los diferentes partidos sólo ha traído paro y precariedad, aumentando la desigualdad en Andalucía: entre playas, campos de golf y puertos deportivos, la ganadería agoniza, la poca industria que queda se desangra y la eventualidad del terraceo veraniego y post-veraniego roza " máximos históricos".
Para hacerlo más llevadero, nos inundan con repetidos mantras que no significan nada: tanto la "competitividad" como el "cambio de modelo productivo" son palabras vacías que sólo indican que las cosas van a seguir igual, buscando el beneficio inmediato para unos pocos y la precarización para todos nosotros. Eso sí, rodeados de modernas palabras ya que las nuevas tecnologías traerán empleos "con los que ni siquiera podemos soñar", aunque en el fondo no sean más que las versiones renovadas del chófer, el mozo de almacén, la habitación que se alquila o el "se hacen portes". Sólo son modernos porque incluyen una app para trabajar pero las condiciones son las de siempre o peores.
Y ese mismo punto de vista cateto y corto de miras es el que presentan los mismos políticos que siguen vendiéndonos un supuesto mejor futuro porque "está en contacto con una empresa". En Jaén estamos acostumbrados a promesas sobre inversiones y cambios en el modelo de una provincia que se hunde, como para creernos ya a los cuatro cantamañanas que vienen con que ahora sí que nos van a poner trenes o carreteras (un tranvía ya no porque eso no hay quien se lo crea) o el siguiente plan para que vengan no se sabe qué empresas. Las mismas sobre las que después hablará durante meses cualquier político en sus ruedas de prensa: "me han llamado varias empresas interesadas en Jaén y alguna va a venir fijo". Y se quedan tan a gusto.
Estamos tan acostumbrados a estos cuentos que muchas veces ya ni nos paramos a pensar en lo que se esconde detrás de esta actitud servil y triste. Cuando escuchamos a tanto "vividor" público hablando del cambio de modelo productivo, de la transformación en el paradigma del desarrollo económico, de las actividades de alto valor añadido sustentadas en la I+D+i, y demás palabrejas de la "competitividad por arriba", por un momento casi nos creemos no sólo que eso puede ser cierto sino que saben de lo que hablan. Pero la realidad es que no son más que milongas. Llevamos décadas en las que los que nos gobiernan siguen reduciendo la inversión y nos ofrecen por ser competitivos, pero solo en salarios. Lo que estos "vendepatrias" hablan con las empresas es lo siguiente: invertid aquí, que los andaluces trabajan lo que ordenéis, cobran un sueldo mísero y además no protestan por ello o lo hacen poco y mal.
Parece que para ellos esta es la Marca Andalucía, que acompaña la competitividad salarial y la paz social, dando la imagen de zona tercermundista dispuesto a vivir en la servidumbre a ojos de quienes especulan invirtiendo en lo barato, precario y con poca regulación, para luego fugarse con los beneficios. En Jaén lo sabemos bien porque es lo que llevan haciendo décadas unos y otros. Y mientras, nuestra gente se marcha a trabajar a otro sitio, ya que nuestra mayor exportación no es el aceite sino la mano de obra cualificada.