Coincidiendo con la feria de San Lucas, lo que es tradición en nuestro Jaén, se ha iniciado ya la carrera hacia las próximas elecciones municipales. Tenemos siete meses por delante en los que los partidos y los aspirantes irán poco a poco presentándose en sociedad, intentando imponer su relato y prometiendo todo lo que se les ocurra. En estos primeros momentos, de cortejo y dejarse querer, existe una pregunta recurrente en todos los ámbitos, desde la prensa a la barra del bar, que todos reciben e intentan responder y es aquella que tiene que ver con el estado de Jaén: ¿está mejor o peor que hace cuatro años?
Todos tenemos nuestra respuesta y, lógicamente, ésta varía mucho según quien la dé. Quienes han venido gobernando, expondrán sus logros y el cambio experimentado por nuestra ciudad. Los que se ven cerca de acceder a la alcaldía, mostrarán el deterioro y las posibilidades de mejora con ellos al frente. Y el resto tendrán que intentar convencernos de la importancia de su papel secundario para que avancemos. Estas respuestas generarán un debate entre todos nosotros, estemos de acuerdo con unos, con otros o con ninguno. Sin embargo, creo que hay una verdad oculta en el hecho de que se produzca esta conversación y es que si, objetiva e independientemente de quien conteste, Jaén estuviera mejor y fuese algo demostrable, no daría para ningún coloquio. En resumen, si nuestra ciudad, nuestra vida aquí, hubiera mejorado significativamente en los últimos años, únicamente nos alegraríamos por ello y lo celebraríamos, pero en ningún momento lo debatiríamos.
A partir de aquí, como decía, cada uno contará la historia en función de sus circunstancias. No es cuestión, como se suele decir, de si alguien es más o menos optimista, más o menos derrotista, sino pura y llanamente de cómo le vaya en su día a día, de sus perspectivas laborales, de en qué estado se encuentre su barrio, etc. Y lo que no se puede negar es que, para gran parte de los jiennenses, no siempre es posible avanzar y mejorar. Podríamos fijarnos en esa tasa de paro que sigue en números escalofriantes, en el número de comercios y pequeñas empresas que echan el cierre, en los solares vacíos o los edificios en ruinas de nuestro Casco Antiguo, en los servicios públicos deficientes, en las grietas y baches de muchas de nuestras calles, etc. Pero lo que me parece más significativo, y preocupante, es como año tras año nuestra población disminuye, somos menos y más mayores, y eso solo se debe a que nuestros jóvenes, y otros que no lo son tanto, no encuentran en Jaén la confianza para poder construir su vida. Y ante esta realidad, solo caben dos opciones.
Por un lado, se puede seguir pensando en que todo es fruto de un accidente o de la mala suerte, de errores puntuales o de malos administradores. Como si el hecho de que seamos una capital de provincia olvidada por todas las Administraciones, a la cola de las inversiones públicas y privadas, en la que los salarios son de los más bajos del país o de que nuestro desarrollo económico sea negativo, no fuese responsabilidad de nadie y fuera a cambiar mágicamente fruto de alguna promesa o de las buenas intenciones. En este caso, podríamos ilusamente pensar que, precisamente aquellos que han contribuido a que esto sea así, van a cambiar y a decidir que "ha llegado la hora de Jaén" y que a partir de ahora nuestro potencial, la riqueza, social, cultural y económica que tiene nuestra ciudad, va a desarrollarse, repartiéndose y llegando a todos los rincones. Que esta vez sí, las promesas de un empleo, de una obra o una inversión, de una mejora de nuestras condiciones de vida, se van a hacer realidad. Es bastante improbable, vistos los antecedentes, pero no sé por qué éste ha sido el pensamiento predominante entre nosotros durante muchos años. Y no hay más que ver los resultados electorales para comprender que la mayoría de nuestra ciudad sigue este pensamiento mágico. Deberíamos entonces estar tranquilos, porque esta vez va a ser que sí.
Pero existe otra opción para nuestro futuro. Podríamos sentirnos orgullosos de Jaén y sus fortalezas pero sin negar sus carencias y debilidades, sin esconder el diagnóstico sobre su situación, y, en base a ello, aplicar el sentido común. Habría que empezar a tomar decisiones en sentido contrario a como se ha venido haciendo en los últimos años, para no repetir errores, y en manos de partidos y personas que no hayan sido responsables o cómplices. Estas decisiones tendrían que tener un objetivo distinto, ya que el que sólo unos pocos se "repartan el pastel" ya sabemos a dónde nos lleva. Habría que ser más claro, duro y exigente con lo que se le debe a Jaén, y por parte de quien, sin pensar en intereses de partido o personales. Se debería pensar en las enormes posibilidades de nuestra gente, de poner en primer lugar a nuestros trabajadores, nuestros comerciantes y autónomos, y hacerlos partícipes de los beneficios que se obtienen, y dejar fuera de ese reparto a aquellos que llevan años llevándose el dinero de nuestra ciudad; mejorando casas y calles, creando trabajo y actividad para Jaén. Y todo ello habría que hacerlo desde la única administración donde se puede, y se debe, pensar únicamente en Jaén, desde un Ayuntamiento que tuviera las ideas claras y la mano fuerte, sin deberle nada a nadie y sin pensar en réditos o en votos.
La elección entre estas dos posibilidades es la conclusión irremediable al debate de ¿Cómo está Jaén? Quizás deberíamos añadirla a ella para contribuir no solo al diagnóstico sino también a la solución y que nadie pueda decirnos aquello de "y tú, ¿qué haces para cambiarlo?". Porque así no solo señalaríamos lo que no nos gusta sino también hacia donde queremos ir, queriendo y disfrutando nuestro Jaén, lo bueno y lo malo que tiene, pero desterrando a quienes lo utilizan en su provecho. En nuestra mano está que dentro de siete meses, los que tenemos para pensárnoslo, elijamos bien y seamos consecuentes con la decisión, porque tan responsables son quienes mal gobiernan como quienes elijen siempre a los mismos para hacerlo. ¿O será que nos gusta que Jaén esté así?