Decía Feijóo hace unos días que hablar de ricos y de pobres era una algo "antiguo", como si la nueva "esperanza blanca" de la derecha española fuese el culmen de la modernidad y no un ejemplo más de neoliberalismo provinciano desde sus días de privatizar Correos en calidad de Director General. Con esta declaración, el líder del PP intenta alejarnos del debate fundamental, que no es otro que el reparto de los recursos del país y el cumplimiento de la obligación del Estado de proveer una vida digna a los españoles.
Se trata esta de una estrategia amplia y frecuente, donde cada cierto tiempo se pretende desviarnos de las cuestiones materiales, aparentando enfrentamientos entre grupos sociales y colectivos donde realmente no los hay. Últimamente se ha utilizado la actualización de las pensiones para establecer una supuesta pugna intergeneracional donde solo hay escasez y ausencia de derechos para todos. Habrán escuchado y leído ustedes como se intenta oponer a una juventud que no puede permitirse una vivienda, que retrasa el momento de tener hijos y debe conformarse con trabajos precarios y mal pagados, contra unos pensionistas que "viven tan ricamente" de unas más que generosas pensiones que pagan los pobres jóvenes. Algo tan falso que basta con recordar los muchos pensionistas que sostuvieron a sus familias jóvenes cuando azotó la anterior crisis o la importancia que una actualización de las pensiones conforme al IPC tiene para mantener el consumo que permita el mantenimiento de tantas pymes.
Es un enfrentamiento artificial e interesado que obvia que cumplir el compromiso legal de mantener el poder adquisitivo de los pensionistas debe hacerse mientras se consigue un sistema productivo capaz de crear empleos decentes. Ambos objetivos deben y pueden ser compatibles y quien no lo vea, que se dedique a otra cosa.
El auténtico drama no es que los viejos vayan a "comerse" el dinero de los jóvenes, incitando así a una "pelea de pobres", sino que el INE nos advierta de que el año pasado la natalidad volvió a descender un 1,3%, convirtiéndose, un año más, en la cifra más baja contabilizada desde que se recogen datos y manteniendo la tendencia negativa de la última década, con un descenso acumulado del número de nacimientos del 28,6% desde el 2011.
Un dato tan preocupante, y que se suma al acelerado envejecimiento de nuestra población, empeora si tenemos en cuenta otros informes europeos que nos hablan de que nuestros jóvenes tienen cada vez más probabilidades de no tener descendencia, especialmente en países como Italia, España y Grecia. Todo un problema social y económico que nos enfrenta a un futuro insostenible. Aunque a todos se nos viene a la cabeza la tan cacareada sostenibilidad de las pensiones, si a esto le sumamos el problema de nuestro sistema productivo y la imprescindible consecución de unas condiciones laborales dignas, el problema es de mayor calado del que nos quieren hacer creer. Y más si lo contemplamos desde una provincia como la nuestra, diezmada por el exilio de los jóvenes para buscarse la vida.
Por eso es aquí donde hay que detenerse. Para solucionar este problema es habitual partir de diferentes análisis de supuestos expertos que explican la disminución de la natalidad en España en base a teorías psicológicas y sociológicas tales como el rechazo a la maternidad o maternofobia, el síndrome de Peter Pan (jóvenes que no querían crecer y afrontar las responsabilidades del adulto), miedos a carreras truncadas, la nueva mística de la maternidad, etc. Se pretende establecer que socialmente se está desarrollando entre nuestros jóvenes una aversión e incluso una fobia a la posibilidad de ser padre, a la responsabilidad y a la renuncia que la paternidad supone.
La verdad es que, sin ser experto pero quizás sí por haberlo experimentado, se me ocurren explicaciones más simples para este problema. ¿No será, por resumirlo de algún modo, que nuestra sociedad está empujando a generaciones enteras a tener que elegir entre tener un trabajo y tener un hijo? Porque lo que no se puede negar es que la tendencia a no tener hijos en España depende de la economía y del mercado de trabajo que soportan los jóvenes. Si la dificultad, o casi imposibilidad, de encontrar un trabajo estable y un salario suficiente, impide a miles de jóvenes independizarse de sus padres, acceder a bienes como una vivienda y un vehículo, tener un proyecto vital propio, ¿cómo vamos a pretender que encima tengan hijos? Si la edad a la que se puede lograr una vida independiente, aunque precaria, está más próxima de los 40 que de los 20, como hace 20 años, ¿es viable tener varios hijos a esa edad? ¿No es el Síndrome de Peter Pan otra consecuencia de esta situación económica y laboral?
Y si se consigue acceder a un puesto de trabajo, ¿la temporalidad y la precariedad permiten tener recursos para afrontar la crianza de los hijos? SI a las jornadas laborales extensas y exigentes, necesarias para un sueldo normal, se le suma el cuidado de los hijos o de los mayores, no queda tiempo para nada. Por eso, hoy en día nuestra posición social se puede medir según el tiempo disponible: ir al gimnasio, ver series, etc. sólo está al alcance de algunos. Inestabilidad laboral, salarios precarios y escasez de servicios y ayudas a la crianza tienen como consecuencia una natalidad cada vez más baja. En resumen, existe el riesgo de convertir la maternidad en un producto de lujo para quien se lo pueda permitir, por lo que en lugar de hablar de maternofobia o baja natalidad, deberíamos hacerlo de una generación con contratos en prácticas más allá de los 30, con dificultades para empezar sus proyectos vitales.
Sin embargo, no encontramos políticos que ofrezcan soluciones o que, al menos, nos digan claramente que si en la próxima década y la siguiente se prolonga el desempleo y se siguen deteriorando los puestos de trabajo, lo más probable es que siga descendiendo la natalidad. Y en Jaén, la emigración de nuestros jóvenes puede suponer la puntilla. Vivimos en una provincia en la que se crea poco o ningún empleo, abandonada a su suerte y fuera de los proyectos de recuperación económica.
En cambio, nos ofrecen debates falsos y enfrentamientos estériles. Todos los españoles tenemos exactamente los mismos derechos básicos (a la educación, a la sanidad, a un trabajo decente, a una pensión digna, etc.) y, para garantizarlos, nuestra Constitución (más moderna en muchos aspectos que algunos que la nombran mucho pero la cumplen poco) establece el deber de contribuir al bien común de forma acorde con las propias capacidades. El reparto de nuestros recursos, de la riqueza, es el debate fundamental y no un enfrentamiento entre jóvenes y mayores que no existe. Lo que deberían explicar es cómo es posible que se haya ido reduciendo la parte de nuestro producto nacional que va a las rentas del trabajo (y a los jóvenes) mientras otras rentas van recibiendo cada vez más, porque la realidad es que nunca este país ha sido más rico y ha producido más que ahora. Empobrecer a los viejos no mejoraría la situación de los jóvenes, sino que nos haría a todos más pobres. Y, aunque fuera posible, ¿cómo justificar que se quite el pan a los viejos para dárselo a los jóvenes, mientras otros se enriquecen como nunca?
Vamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre, a ver si entre todos nos podemos dar, y darles a nuestros hijos, un futuro digno de tal nombre.