Un grano (de arena) incómodo

Alberto Puig Higuera

El enfado ciudadano y la política actual

No hay espacio para el escepticismo mediático y social, para la postura intermedia compatible, incluso, con cierta inclinación a izquierda o derecha

 El enfado ciudadano y la política actual

Foto: EXTRA JAÉN

Congreso de los Diputados.

Hasta hace poco más de una década, conocer la opinión y posición de cualquier persona ante los acontecimientos políticos del momento y sus derivadas económicas y legales, pasaba por compartir mesa y mantel o un café largo.

Desde el 11-M y a lomos de la irrupción de las redes sociales con su diversidad de formatos, la fuente de prospección en el pensamiento político ajeno se ha ampliado extraordinaria y rápidamente, al tiempo que, aparentemente, se ha debilitado la eficacia del silogismo que utilizaba como premisas la imagen, el aspecto exterior y la conducta social superficial, para aventurar y a veces confirmar la opinión política sobre un sujeto; ahora un atildado trajeado perfectamente puede ser un furibundo izquierdista o una persona menesterosa en la vestimenta ve a Abascal como el paladín de sus causas.



Puede que sea la manifestación obvia de que lo “político” ha entrado con fuerza en nuestra agenda vital coincidiendo con la agitación política que, a partir de entonces, animan sus propios actores-actrices y los grupos mediáticos afines; la “gente corriente” nos hemos tirado a la piscina y emitimos opiniones políticas al ritmo de los acontecimientos las más de las veces de forma acalorada y tajante, siendo la carga emocional del cabreo la norma.

Los políticos nacionales, -gobierno, bloque investidura y oposición-, y los medios de comunicación de cada bando, -pues es difícil encontrar un medio neutral-, saben de ese enfado social de fondo y alimentan el mecanismo de frustración con consignas simples e intensas, los primeros, y con argumentos superficialmente solventes, los segundos, para arrastrarnos hasta su centro gravitacional, en un círculo nada virtuoso.

Si una iniciativa política legislativa del gobierno, pongamos por caso en materia de igualdad de género, se presenta como una solución inapelable a un gravísimo problema social que no admite discusión en su planteamiento, porque el/la proponente se erige en representación universal de todo lo femenino, y lo adereza de un intenso tono dramático y culpabilizador, pues esa propensión -cierta- al despotismo ilustrado gubernamental proyecta una nítida llamada tribal de adhesión ideológica, no tanto de apego a la norma y sus supuestos beneficios que pasan a un plano secundario, como al espectro político de donde ha surgido.

No hay matices. No hay análisis mediando datos. O blanco o negro.

Y si la oposición manifiesta, pongamos por caso, que el reto independentista catalán encuentra, de forma inopinada, en el actual gobierno su mejor aliado para sostenerse y avanzar en la viabilidad de la ruptura territorial, y que lo hace solo movido por una desmedida ambición del Presidente, que ha trazado un plan de desvertebración de España, para perpetuarse en el poder gracias al apoyo “frankestein”, pues la oposición, con ese relato -inflamado-, sin hacer más valoraciones de otras causas y de otras responsabilidades, agita una bandera apocalíptica también tribal, donde la emocionalidad y la efervescencia hacen de argamasa en amplios segmentos de la población.

No hay gradación. O a favor o en contra.

De este modo otros asuntos delicados y controvertidos como “el ecologismo institucional, la pérdida de poder adquisitivo, el animalismo y los Toros, la memoria histórica y la represión franquista, el precio de los alquileres, el lenguaje inclusivo, la gestión de la COVID, el sexo y el género, la sanidad pública, la ley trans, la inmigración, etc.”, no se someten a previos y prioritarios análisis técnicos-científicos-sociológicos-jurídicos independientes en profundidad para obtener bases de datos, guías metodológicas y planes de acción que los conviertan en fuentes de políticas ciudadanas vigorizantes, amplias, beneficiosas y serenas.

Por el contrario, se hacen más interesantes si se despachan, sin más, como combustible ideologizado y así activar auténticos movimientos civiles enfrentados que disparen provocadoras frases y mensajes en redes, - sin apenas poso intelectual-, para fidelizar adeptos cabreados en ambos extremos, cada vez más anchos, en un ambiente donde prima el envoltorio de la idea frente al contenido que la desarrolla. Los políticos y los medios de comunicación sesgados generan un eficaz perímetro de succión, de vacío, donde no cabe nada más que, o uno u otro.

 

No hay espacio mediático ni social para el escepticismo, la postura parcial o intermedia, aunque esté algo escorada a izquierda o derecha, ni para la duda razonada y razonable apoyada en estudios y datos.

 

En definitiva, en numerosos asuntos de alto interés público, la actual política bipolar debería alcanzar, por salud social, una posición intermedia, admitiendo que sea oscilante en su color, pero desideologizada; después retirarse a sus cuarteles y seguir siendo sus protagonistas y seguidores, izquierdistas convencidos o conservadores acérrimos.