Es el tiempo de los relatos, en el que los votos se mueven más por emociones y sentimientos que por los fríos números de la gestión. Empieza a importar poco un programa electoral, y menos aún la rendición de cuentas sobre su cumplimiento. Tiempos en que, mientras las clases poderosas saben bien lo que les conviene, y su voto va paralelo a su patrimonio, los más necesitados se pegan muchas veces a entrañas y sentimientos llegando a olvidar su situación, a veces, muy ligada a decisiones políticas para responder con su voto a un enfado o un disgusto con quien, paradójicamente, responde a un perfil político consecuente a sus intereses.
El bombardeo de imágenes, de noticias y críticas destinadas a mediatizar las tripas, es ya de tal volumen, que la política es capaz de tirar de psicología antes de que de valores universales como la justicia o la igualdad.
Es la razón del afán por parte de algunos líderes de construir una imagen de debilidad, más aún, una imagen de víctima en la confrontación política.
Lo de la denuncia de Díaz Ayuso, Moreno Bonilla o Casado sobre un presunto trato de favor en la aportación de fondos europeos a algunas Comunidades Autónomas es simplemente de traca. Son las regiones más beneficiadas, con un partido que gobierna en los territorios más favorecidos y, con un proceso, unos mecanismos de control y garantías de eficiencia, pero, qué más da. Hay que aparecer como víctimas ante el gobierno progresista. Qué más da la demostrada ineficacia de la gestión de esos líderes y de esas Comunidades. Qué más da que la denuncia tenga un tufo a montaje que hasta la Unión Europea no sale de su sorpresa. Da igual, sólo se trata de aparecer como víctimas, y de bombardear, desde los medios cercanos, que son muchos, una idea que es algo más que una estratagema, que es todo un ataque frontal a los intereses de España en Europa.
Pero esto es lo que hay, cada vez importa menos la gestión, y más el cómo se puede jugar con la voluntad de millones de electores, desde un descarado castigo cansino de relatos interesados y sensaciones falsas.
Lo peor es que, en la base de ese juego lamentable y sucio, está el convencimiento de que el pobre es tan bueno que es tonto, y que no hay más que colocarse ante él como víctima, para contar con su apoyo, que es, no ya gratuito, sino casi suicida, políticamente hablando. Lo que nos queda por ver.