Los maestros de la guerra regresan con nuevos bríos. En realidad nunca se han ido, su actividad bélica, por así decirlo, se mantiene viva desde hace décadas en distintos flancos; como tampoco han dejado de crecer las víctimas de sus asedios. Son los “daños colaterales” de las guerras, el mejor eufemismo para encubrir la barbarie que, detrás de ciertos intereses, llámense económicos, políticos o religiosos, arrastra a la población civil al mayor de los sufrimientos. Los maestros de la guerra han incorporado a su léxico daño colateral para convencernos de que las víctimas inocentes durante una misión bélica son el precio que unos pocos deben pagar para evitar la victoria del enemigo. Siempre será más fácil recurrir a este eufemismo que reconocer que el asesinato de civiles desarmados, cuando no son objetivos bélicos, es un crimen de guerra. El drama es que los esfuerzos por mitigar los terribles efectos de la guerra son tan viejos como la humanidad y nada parece cambiar. Nuestra historia acumula una larga lista de conflictos que deja tras de sí un terrible saldo de muertes, destrucción y desplazamientos masivos de población. Los tambores de guerra han vuelto a resonar en la vieja Europa. Volvemos a estremecernos con imágenes duras e inhumanas; volvemos a denunciar la crueldad, la destrucción y la degradación humana. El ataque de Rusia a Ucrania, que en el primer día dejó casi 60 muertos y más de 160 heridos, es tan doloroso como esperado en los últimos días. Y así de previsibles son también sus consecuencias humanas. Día a día se incrementan los bombardeos sobre la capital y las principales ciudades del país y la destrucción y el número de víctimas mortales y heridos aumentan. A esas víctimas hay que sumarles aquellos que logran huir del país, dejando atrás sus vidas y convirtiéndose de la noche a la mañana en refugiados, con todas las connotaciones que tiene hoy en cualquier país occidental esa etiqueta. Mientras algunos discuten sobre si una invasión no es lo mismo que una guerra o sobre si Putin es o no comunista para apoyar o rechazar el ataque ruso, que guste o no a los amantes de los matices es una demostración de la barbarie humana y por tanto, execrable y condenable. Los maestros de la guerra no son rusos o ucranianos, son aquellos que gobiernan y toman la decisión de atacar a un país o aquellos que promueven revueltas en otros países y también son los fabricantes de armas, que necesitan guerras para vaciar sus almacenes. No hay ética o moral en el negocio de la muerte.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaMaestros de la guerra
Los maestros de la guerra regresan con nuevos bríos. En realidad nunca se han ido, su actividad bélica, por así decirlo, se mantiene viva desde hace décadas ...