Con perspectiva sureña

Antonia Merino

Sin medias tintas

En los últimos tiempos la política nacional puede ser cualquier cosa menos elegante y distinguida. Señorías que equivocan el sentido del voto, señorías...

En los últimos tiempos la política nacional puede ser cualquier cosa menos elegante y distinguida. Señorías que equivocan el sentido del voto, señorías que se saltan la disciplina del voto, señorías que requieren los servicios de detectives para espiar a sus compañeros de partidos o señorías que adjudican contratos a dedo a familiares. Asuntillos que acaparan titulares y horas de tertulias, pero que terminan por banalizar corruptelas encubiertas. Si alguien roba o defrauda debería dimitir y salir de la escena política, pero lo cierto es que la mentira, la corrupción, la incompetencia o la torpeza política no suelen tener su merecido castigo en las urnas. Incluso, a veces, tampoco lo tienen a través de los tribunales. Esta semana hemos visto como el propio presidente del PP, Pablo Casado, (al día de ayer aún seguía en el cargo) hablaba de un presunto caso de corrupción que implicaba de lleno a la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso – algunos medios hablan de 18 contratos a dedo de la CAM a la empresa en la que trabaja su hermano Tomás Díaz Ayuso-. La denuncia, que formaba parte también de esa “guerra fratricida” entre los dos dirigentes políticos, ha terminado con un Pablo Casado defenestrado por los suyos y una Isabel Díaz Ayuso pletórica lamentando los ataques a su persona, pese a que la sombra de la corrupción sobrevuela su gestión desde el inicio de la pandemia (Hospital Zendal, residencia de ancianos, mascarillas..). A pesar de estas sospechas, vivimos en un país donde es posible denunciar un caso de corrupción y banalizarlo a la vez, según la conveniencia del momento. A eso lo llamamos impunidad y, desde hace tiempo, ya no escandaliza a nadie, más bien todo lo contrario, por mucho que nos rasguemos las vestiduras de cara a la galería, en el fondo no importa ni siquiera a sus afiliados; nadie va a dejar de votar a un partido por mucho que el olor a putrefacción, de algunos de sus dirigentes, impregne unas siglas. Es más fácil tirar del ‘y tú más’ y criticar a los adversarios, como si eso sirviera para tapar los casos propios. No vamos a tener una democracia plena mientras los políticos pillados en un renuncio no dimitan y mientras los partidos no pidan primero explicaciones a los suyos y luego, exijan rectitud al resto. Con la corrupción no caben medias tintas. Y eso es aplicable a los políticos, a los jueces, a los periodistas y al resto de la sociedad.